Dilemas espaciales de una ‘adicta a las compras’ (y cómo resolverlos)
Incorporar baldas, poner organizadores dentro de los cajones o recurrir a zapateros colgantes aumenta la capacidad del armario por poco dinero.
Al pagar con tarjeta de crédito hay entidades que envían un sms ofreciendo la posibilidad de fraccionar o financiar el pago. Pero hasta la fecha no hay una app ni un genio maravilloso que nos informe acerca de los centímetros cuadrados de espacio disponible en nuestro armario para almacenar esas sandalias, los tres pantalones y la chaqueta de nueva colección que acabas de comprar. Y, con más frecuencia de la deseada, nuestras nuevas adquisiciones acaban incrustadas en un inmerecido Tetris de ropa y calzado.
El caso es que, bien mirado, por lo general se podría sacar mucho más partido al espacio de almacenaje. Sin que ello suponga amontonar. Hablamos de optimizar, algo que saben hacer y muy bien en la Escuela de Decoración de Ikea. Hay infinidad de ideas fáciles de incorporar, muchas veces sin necesidad de poner ni un clavo o con un mínimo esfuerzo, con un coste realmente bajo y que dan otra vida al armario de nuestro dormitorio.
Por ejemplo, si en vez de guardar los zapatos en su caja, se almacenan en un zapatero colgante, ocupan, menos espacio. Además, se accede mejor a ellos (uno de los efectos secundarios de los armarios a rebosar es la pereza que da sacar lo que está más en el fondo con lo que puede que haya pares de zapatos que te pones en años). Otra opción son las cajas transparentes. Todas idénticas, para huir del batiburrillo que supone almacenar decenas de cajas de distintos tamaños y colores. Para evitar agobios en un momento de prisas, conviene etiquetar todas las cajas con su contenido. No eres un comercio, así que las puedes llamar como te sea más fácil de identificarlas: sandalias romanas, zapatos de bodas, tacones rojos, bailarinas lazos, bailarinas blanco y negro… Un riel en una esquina muerta donde colgar los zapatos más vistosos es otro buen recurso para tenerlos al alcance de la mano y evitar que se deformen.
Espachurrar para ahorrar espacio no es una buena técnica. Un cinturón de piel enrollado al máximo acaba arrugándose. Es mejor almacenarlo estirado en un colgador de riel extraíble, de forma que se pueda sacar sin problemas justo cuando se va a usar. El mismo dispositivo soluciona el almacenaje de los fulares o los collares largos. Las perchas múltiples permiten agrupar los jeans o los pantalones de tela en un mismo espacio vertical.
Los cajones también pueden tener nueva vida si en su interior colocamos cestos de ganchillo para agrupar pequeños objetos que, de otra forma, tienden a esparcirse por todo el espacio. Esto sirve, sin ir más lejos, para todos esos minúsculos accesorios asociados al sujetador: el cierre adaptador para ese que te va corto de contorno, los tirantes de quita y pon, los cubre pezones para tops finos, los rellenos… Esos mismos dispositivos que se buscan a contrarreloj en el último momento, muchas veces, volcando el cajón sobre la cama en un desesperado intento de localizarlos. También mantienen a buen recaudo los brazaletes, los anillos y todas esas piezas de bisutería empeñadas en hacer como la materia del Big Bang: expandirse por todo el universo (o por todo el cajón).
Poner varias baldas más en el armario puede resolver el problema de los bolsos o aportar más espacio para guardar jerseys gruesos, tops o la ropa del gimnasio que, como no se arruga, puede almacenarse con menos mimo que las blusas de ir a la oficina. Recurrir a cajas bajo la cama, a camas con cajones o a un canapé es un paso más allá cuando la capacidad del armario definitivamente ya es igual a cero.
Y, por último, la luz. ¿Te vistes antes que tu pareja y no puedes encender la lámpara? Hay dos opciones: buscar a tientas, que suele saldarse con un montón de ropa mal sacada, o iluminar el interior con una pequeña luz LED, que no le despierte pero te permita distinguir entre una camiseta azul turquesa de este año y otra azul turquesa de hace dos temporadas. Los matices sí importan y mejor si se ven a las claras.
Son pequeñas ideas, fáciles de poner en práctica, y que no suponen ni comprar más muebles (a veces, ya no caben más) ni llamar al carpintero. Y te harán sentir menos culpable cada vez que salgas de compras.
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