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Dame un prenda y te daré una firma de lujo

En la semana de la moda de Londres, la estrategia de negocio más popular se fijó en la transformación de Burberry como marca de lujo. Muchos lo intentan, pero no todos corren la misma suerte.

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Hunter Original, el fabricante de botas de goma debutó hace unos días en la pasarela. Y lo hizo a lo grande. Con Alasdhair Willis, el marido de Stella McCartney, como director creativo y un desfile en Londres que cumplió con todos lo cánones. Colas en la puerta, una escenografía de impacto y front row estelar capitaneado por el clan McCartney y Anna Wintour. Pero la casa británica no sólo se quedó en el envoltorio. Entre abedules y una pasarela inundada, Willis presentó una colección sólida, con materiales tecnológicos y un diseño funcional y atractivo. El consultor, editor y empresario de mobiliario de diseño (además de esposo de diseñadora y yerno de Beatle) sabe lo que está haciendo. Para empezar propuso algo relevante: en sintonía con el renovado espíritu utilitario de la moda y pertinente con este invierno de frío siberiano y aguaceros. Pero sobre todo siguió con aplomo los pasos de lo que en la industria se llama “hacer un Burberry”. Es decir, transformar una empresa especializada en un solo artículo en una firma de lujo con todas las letras.

Burberry, dirigida por Christopher Bailey, hizo malabarismos para recuperar el pasado y mirar el futuro. Con una mano se deshizo de franquicias apolilladas y connotaciones rancias. Con otra recordó las virtudes de esa gabardina acompañó a los exploradores de la Antártica. La estrategia salió tan bien que ahora es objeto de estudio en las escuelas de negocios.
 

Burberry Prorsum Otoño Invierno 2014-2015.

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En los últimos años, otras marcas enraizadas en la tradición de la moda británica han querido adoptar el modelo. Belstaff empezó con chaquetas para motoristas y ahora presenta en Londres sus diseños para mujer, tan recios como sofisticados. El penúltimo caso es Hunter. Su propósito es deshacerse de las endebles referencias festivaleras y comercializar otros productos que compartan el carácter innovador y resistente de sus botas impermeables, que lucharon en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Es un plan ambicioso pero plausible. Al fin y al cabo Hermés empezó con marroquinería, Vuitton con maletas y Prada con bolsos.

Por otra parte, nunca es mala idea contar con el tirón de un producto con buena reputación y relativamente accesible. El sector depende de las ventas de accesorios y cosméticos porque son muy pocos los que pueden permitirse llenar su armario cada temporada con prendas de diseño. Esta es razón que explica por qué diseñadores como Alice Temperley combinan en sus desfiles vestidos de fiesta con fulars y bufandas.

Pero la fórmula dista de ser infalible. La prueba es Mulberry, que este año ha sufrido un bajón de ventas en el mercado nacional y cancelación de pedidos en Corea. En consecuencia sus acciones cayeron un 27% y tuvo que cambiar sus pintorescos desfiles por una presentación con Cara Delevingne como única protagonista. La firma de bolsos británica está pasando una mala racha desde que su anterior diseñadora, la experimentada Emma Hill dejó la empresa en septiembre. Pero muchos apuntan a que el traspiés tiene que ver con apuntar muy alto demasiado rápido. Siguiendo la estela de Hermés (la exempresa del director ejecutivo de Mulberry Bruno Guillon), dedicó bolsos a it girls de nuestra época como Alexa Chung o Lana del Rey; sus divertidas fiestas se llenaban de famosos mientras la prensa de a pie pasaba frío en la calle. Los artículos subieron significativamente de precio y dejaron de ser asequibles para el consumidor que hacía un esfuerzo y pagaba un poco más por un producto sólido y de calidad. De vender bolsos que adquirían las mujeres trabajadoras para celebrar su ascenso, pasaron a decorar antebrazos de jóvenes de la jet set.

Como un Ícaro de la moda, Mulberry voló demasiado cerca del astro del glamour y terminó quemándose. Una fábula con moraleja que alerta de los peligros de confiar en el poder de una sola prenda.

Belstaff también se apunta a la moda de ‘hacerse un Buberry’.

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