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¿Cómo salir de la queja constante?

Cuando todo irrita y molesta, el problema está -casi siempre- en nosotros mismos. Te contamos dónde nace la queja, por qué es tan sencillo quedarse instalado en ella y qué trucos ayudan a eliminarla.

“Tengo sueño, estoy siempre cansada y solo son las 9 de la mañana. Vaya, otra vez está lloviendo. Y no hay taxis, la huelga. Para huelgas estoy yo, también quiero hacer una, no te fastidia. Voy a mojarme entera y encima llegaré tarde. Y estos de la radio ¿qué? Sí, claro, muy buena la lluvia para el campo porque lo que es para la ciudad, tú me contarás. Fenomenal, hoy tampoco está mi bolso donde lo dejé, qué manía de mover mis cosas de sitio. Ah, ¿qué tampoco funciona el ascensor?…”

El párrafo anterior podría ser el diálogo interno de una persona que, quizá no lo sepa, pero se pasa el día quejándose. Decimos “quizá no lo sepa” porque aseguran los expertos que el quejido constante es un mecanismo casi inconsciente que puede desactivarse en tiempo récord, aunque para lograrlo hay que conocer su naturaleza, su influencia en nuestra vida y los trucos que existen para que la queja dé paso a lo que podría resumirse como una existencia feliz.

¿Qué es la queja?

“Nuestro cerebro está educado para detectar el peligro ante cualquier cosa. Es decir, estamos naturalmente programados para para evaluar los riesgos y eso nos ha mantenido vivos como especie. Lo que ocurre es que por diversos factores, hoy en día nuestros cerebros llevan eso al extremo y vemos peligros donde no los hay. Esa protección que ejerce nuestra amígdala nos defiende a máximos y, como vivimos en una sociedad que se enfoca en lo negativo, en lugar de darnos cuenta de que estamos juzgando negativamente una situación, racionalizamos y llegamos a la conclusión de que, efectivamente el problema está en la lluvia, o en la huelga de taxis, o en el tráfico, o en la pareja o el vecino. En ese momento, esa reacción tras nuestra racionalización es la queja”. Lo explica al teléfono para S Moda Montse Hidalgo, coach, experta en inteligencia emocional y programación neurolingüística y CEO de la Universidad de la Felicidad, que añade que «quejarnos evita que adoptemos la responsabilidad de preguntarnos algo tan sencillo como ¿qué puedo hacer yo para mejorar esto?»

“Ante una situación como la huelga de taxis, por ejemplo, podemos tener dos posturas: quejarnos de cómo nos afecta, lo incómodo que es, la que están montando, etc… o empatizar. Empatizar, en este caso, significa preguntarnos ‘¿qué puedo hacer yo para mejorar esto?’. Pues por ejemplo no quejarnos y reflexionar sobre que se trata de personas que no saben cómo afrontar el cambio que tienen delante, a las que nadie les ha ayudado a adaptarse y, en definitiva, personas que, como nosotros, tienen miedo de perder su modo de vida”. Eso -explica Hidalgo- nos ayudaría primero a no quejarnos y segundo “a darnos cuenta de que detrás de la mayoría de las quejas, también de las nuestras, hay miedo e inseguridad, que no es más que un tipo de miedo”. 

Los ingredientes seminales de la queja -juicio, miedo, inseguridad- contribuyen a que, muy a menudo, encontremos argumentos para echar la culpa de nuestros problemas a lo externo. Es decir, para quejarnos. En lugar de hacer el esfuerzo de tomar conciencia y esforzarnos en construir una vida mejor. “La queja nos debilita, mientras me quejo no estoy haciendo nada para cambiar la situación. Nos quejamos de los políticos, de la gente que opina por la tele lo contrario que nosotros, de la pareja, del tiempo, etc. Y el problema es que la queja no se queda ahí, la queja debilita”, explica la experta: “es un desahogo momentáneo que, en realidad, nos quita poder, nos roba muchísima energía”.

Pero hay más: también influyen las expectativas porque, según Cecilia Martín y Marina García del Instituto de Psicología Psicode la queja es un acto de protesta. “Es una respuesta verbal emitida por una persona cuando no se cumplen sus expectativas y está muy condicionada por nuestro estado emocional, de forma que si nuestro estado de ánimo es negativo, producimos más pensamientos negativos que nos llevan a verbalizar más y más quejas. Por tanto podemos decir que la queja tiene un componente emocional negativo, es decir, suelen ir cargadas de frustración, resentimiento, enfado, desesperanza, tristeza”.

Emociones que intervienen en la queja

Martín y García explican que las quejas pueden realizarse hacia uno mismo, hacia otras personas o hacia situaciones externas y recurren al mismo ejemplo de la actualidad: “quejarse de que no haya un taxi porque hay huelga”. Pero también existen quejas a nivel cognitivo, es decir, “la persona no verbaliza su malestar, pero mentalmente tiene un discurso rumiativo y repetitivo que le acaba generando el mismo tipo de malestar emocional”, explican.

En un primer momento, las quejas pueden tener un componente positivo “porque facilitan que la persona exprese, algo que sirve de desahogo emocional y de alivio al expresar su molestia. Quejarse puede ayudar a la persona a ser consciente del asunto que le preocupa y elaborar un plan de cambio para solucionarlo. El problema está cuando la persona tiene ya arraigado el hábito de quejarse y no se ocupa de buscar soluciones sino que se acomoda en una posición de víctima constante, algo habitual en las personas que sufren depresión». No solo la depresión influye en que una persona se queje continuamente, también la ansiedad y el estrés aumentan el nivel de irritabilidad de la persona. Según las psicólogas, la queja no tienen un componente genético, sino que se trata de otros factores como la repetición de modelos aprendidos: “son actos automáticos que nos salen porque los hemos visto en casa, o estamos aprendiendo a relacionarnos así con las personas con las que pasamos más tiempo, por ejemplo, en el ambiente laboral. Posteriormente sin darnos cuenta repetimos este patrón tóxico en otros contextos como con nuestra pareja, los familiares, nuestros hijos, o nuestros amigos”.

Gloria Swanson At Work
Jack Mitchell (Getty Images)

Consecuencias de la queja

Martín y García explican que lo más importante es ser conscientes de la inutilidad de quejarse y de sus efectos negativos que son mucho y muy variados:

– La queja sólo sirve para hacernos sentir mal. Cuanto más nos quejamos, más centramos nuestra atención en los aspectos negativos que nos desagradan, obviando aquellos aspectos positivos. Amplificamos nuestro malestar y además, la queja tiene un ligero componente adictivo. Cuanto más nos quejamos, más necesitamos quejarnos una y otra vez sobre el mismo tema. Entramos en un bucle negativo que sólo nos lleva a sentirnos peor.

– Instalarnos en la queja continua nos impide resolver problemas. Las personas que se quejan continuamente se quedan estancadas en la primera fase del proceso de solución de problemas (fase de definición del problema) y no avanzan. Son incapaces de ver otros puntos de vista, de evaluar diferentes alternativas para solucionarlo y de llevar a cabo un plan de acción. “Si pensamos en alguien de nuestro entorno que se queje continuamente -nos pide Cecilia Martín- será fácil darnos cuenta de que esta persona suele acomodarse en una postura de víctima, y que no resuelve problemas, sólo se queja una y otra vez”.

– La queja continua nos aleja de los demás.  Las personas que se quejan continuamente suelen recurrir a sus amigos, familiares y compañeros para desahogarse y volcar en ellos la negatividad de sus quejas. Inicialmente, la gente de su entorno les escucha, les apoya, les ayuda a buscar soluciones… Pero a la larga, la gente se cansa de escuchar siempre mensajes negativos, porque la negatividad se contagia. Con el paso del tiempo nadie quiere estar escuchando quejas. Entonces, aunque al principio las personas que se quejan tienen mucho apoyo de los demás, a la larga son personas que se quedan solas. La queja también nos aleja de los demás porque cuando nos quejamos del comportamiento de otras personas nos enfadamos más y nosotros mismos evitamos estar con otros. Nos volvemos más intransigentes, menos tolerantes con los errores y nos cuesta más perdonar.

– La  negatividad que conlleva la queja se contagia a los demás y genera mal ambiente. Algo muy característico de los ambientes laborales. Cuando una persona empieza a quejarse continuamente sobre diferentes aspectos de su trabajo, contagia esa negatividad al resto y el clima laboral se enturbia, de forma que en poco tiempo, todo un equipo de trabajo puede estar pasándolo mal porque han entrado en el bucle negativo de la queja.

– Si nos quejamos continuamente, nuestros hijos lo aprenderán. Crecerán con una visión negativa del mundo que les rodea y eso les causará infelicidad.

¿Cómo salir de la queja?  

Hay consenso entre las expertas consultadas por S Moda, el primer paso es darnos cuentas de que nos quejamos bastante: “Hay que tomar conciencia, eso significa escucharnos, estar más pendientes de lo que decimos. La mayoría de la gente no se da cuenta de la cantidad de veces que se queja en un día”, señala Montse Hidalgo.

Una vez nos damos cuenta, podemos acudir a varios trucos: “Permitirnos quejarnos sobre un tema solamente una vez, tomando conciencia de que este comportamiento, aunque nos alivia, no nos ayuda», indican desde el Instituto Psicode. También “coger papel y lápiz y escribir nuestra queja nos ayudará a verlo con perspectiva para, a continuación, esforzarnos por buscar las excepciones y escribirlas: ¿qué cosas sí me gustan de esta situación?, ¿qué aspectos positivos tiene? Ir anotando las cosas positivas nos ayudará a ser más objetivos y no entrar en el bucle de la queja. Si queremos desahogarnos con alguien, podemos buscar a una persona optimista que nos ayude a ver otros puntos de vista que nosotros no vemos. Pedirle a otra persona que nos ayude a buscar lo positivo pero tratar de no centralizar las conversaciones con los demás con nuestras quejas”, insisten Martín y García.

Por su parte, Hidalgo añade que también “funciona algo tan sencillo como tener una pulsera y cambiarla de mano cada vez que nos demos cuenta de que nos hemos quejado. Ocurre que, cuando te das cuenta de que te has cambiado la pulsera 10 ó 15 veces en una mañana, tomas conciencia de cómo estás viviendo tus días”. Otra manera -conductual- de acabar con tus quejas pasa por ponernos una goma de oficina en la muñeca. El ejercicio consiste en que, cada vez que nos quejemos, tiramos de la goma y soltarla para que golpee nuestra muñeca. “De esta forma, no solo estamos llamando la atención del daño físico que nos hace quejarnos, sino que debemos reflexionar que el daño emocional que nos estamos haciendo es mucho mayor. Primero porque de la goma tiramos conscientemente y la queja es inconsciente. Y segundo porque vivir en el lamento constante es vivir mal”.

La coach sugiere que nuestro entorno también puede ayudarnos: es bueno pedirle a alguna persona de nuestro círculo íntimo que cada vez que nos quejemos nos lo haga saber. “Se trata de la técnica del espejo y nos ayuda a tomar conciencia de las veces al día nos quejamos con el añadido de que estamos haciendo partícipe a alguien más en nuestro proceso de acabar con esta costumbre”.

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Pablo Cuadra (Getty Images)

Conviene situar las expectativas en el centro de nuestra batalla «antiquejas”. “El proceso también implica empezar a apreciar lo que tenemos. Cambiar nuestras expectativas por apreciaciones, darle valor a lo que sí tenemos. Apreciar un día de lluvia, disfrutar de un día de calor”, dice Hidalgo en la misma línea que Martín y García cuando recomienda salir de la queja constante “haciéndonos responsables de nuestra felicidad. Ser conscientes de que la realidad siempre depende del cristal con el que se mira y agradecer lo que somos y lo que tenemos”.

En este sentido, las expertas aportan otro truco más: “un buen ejercicio familiar es tener conversaciones con nuestra familia sobre las cosas que tenemos que agradecer en nuestro día a día y hablar sobre la suerte que tenemos”. Recomiendan hacerlo antes de dormir y aseguran que “cuanto más ejercitamos nuestro cerebro buscando el lado positivo de las cosas, mejor lo hacemos y menos nos cuesta. Ser positivos es una habilidad que se puede aprender y entrenar”, concluyen.

Hidalgo asegura que, una vez nos comprometemos a cambiar nuestra actitud ante la vida diaria y nos damos cuenta de la cantidad de veces que nos quejamos, el cambio es bastante inmediato. “El simple hecho de tomar conciencia nos ayuda a quejarnos significativamente menos”.  Lo mejor del cambio es que el proceso completo apenas dura un mes. Dejar de quejarse y empezar a vivir mejor es cuestión de días porque, como dice la experta “el primer efecto de la disminución de las quejas es que ganamos la energía que nos roban y podemos usarla, entre otras cosas, para cambiar lo que no nos gusta”.

Merece la pena intentarlo:

Otro día que no se me pegan las sábanas, bien por mí. Llueve y hay huelga de taxis, pobre gente, no sé si tienen razón o no pero, pobres, van a coger una pulmonía ellos, nosotros y la policía, en fin, a ver si lo arreglan.  ¿Dónde está mi bolso? bueno da igual, aquí están la cartera y las llaves. Creo que el ascensor no funciona, a ver si me acostumbro a subir y bajar andando y me ahorro un día de gimnasio”.

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