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Presión, desconfianza y vacío social: lo que ocurre cuando cuentas que no bebes

Se consume menos, pero la hostilidad frente a quien se salta la norma no escrita de que en las reuniones sociales no pueden faltar las cañas, persiste. Fingir un embarazo o tomar mosto, entre las triquiñuelas a la desesperada de algunos abstemios.

El alcohol, protagonista en cualquier reunión social.
El alcohol, protagonista en cualquier reunión social.Getty

Bebemos menos, pero sigue siendo demasiado. Estudios recientes de la OMS aclaran que el consumo de alcohol entre los jóvenes europeos ha disminuido ligeramente y pasa igual con los adultos. En datos presentados en 2018, adquiridos hasta 2016, la agencia sanitaria señala que el consumo en el continente ha pasado de 11,2 litros per cápita en 2010, a 9,8. España supera la media con un consumo de 10 litros frente a los 10,5 de hace una década. A pesar de que la decisión de rechazar el alcohol se asume cada vez con más naturalidad entre los centennials, con el abrazo a opciones intermedias a la abstención total como el movimiento sober-curious (sobrios curiosos) y la rendición ante los mocktails fotogénicos, los eventos libres de alcohol y de un mercado de bebidas sin graduación que prevé triplicarse en los próximos tres años; sentarse en la mesa del bar en la vida real se sigue concibiendo como el plan idóneo donde el alcohol es protagonista. Quedamos ‘para tomar cañas’ y con esta premisa, quien pide un agua con gas, sabe que seguramente le tocará responder preguntas.

“Consumir alcohol como droga legal, como ocurría antes con el tabaco, se convirtió en lo habitual y normal, en la norma social, lo aceptado. Es una cuestión de cultura y tradición posiblemente lanzada también por la industria y la publicidad”, explica a S Moda Guillermo Fouce, doctor en Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. “Muchas pautas de socialización pasan por beber. Al ser la norma social, aumenta la presión para consumir y ser así ‘normal’, no enfrentándose a la mayoría (presión social)”.

El estigma del alcohol pesa por partida doble. Por una lado, cuesta hablar de adicción y muchas de las personas que lo dejan por esta causa ocultan sus motivos para evitar el juicio, dificultándose aún más el paso a la sobriedad –más de tres millones de personas mueren al año por un consumo excesivo de alcohol, recuerda la OMS-. Por otro, no beberlo de por sí también conlleva cargar una etiqueta. A veces esa misma de que debe haber un problema tras la decisión de dejarlo o de que esa persona es rara o aburrida porque pasa de beber, que se sale de la norma que indicaba el psicólogo.

‘No pasa nada por una’ y otras formas de enervar al abstemio

Salva, bombero forestal de 40 años, cuenta a este medio su experiencia tras dejar el alcohol de manera definitiva hace tres. Tomó la decisión tras observarse a conciencia y descubrir que, al beber, “no era dueño de mis respuestas o reacciones”. Recuerda que, sobre todo durante el primer año, hubo dificultades: “Cuando lo dije fue chocante para mis amistades, estaban reticentes y parecían hasta molestos. Ya se acostumbraron y lo han normalizado, pero al principio fue duro y lo rechazaban. Cuando me encuentro gente que no conozco sí le dan menos importancia, aunque creo que preguntan menos o no hay insistencia precisamente por la falta de confianza”. Y reflexiona sobre cómo el cambio de hábitos que han acompañado a la decisión, alejándolo de entornos más dados al consumo de bebidas alcohólicas, y su edad también han ayudado a mantener esa determinación y a que la presión por no beber disminuya.

El estigma es menor si el motivo por el que dejamos de beber no está en nuestras manos. Si está contraindicado porque se padece alguna enfermedad o por el embarazo. Pero sigue existiendo y a menudo conlleva más explicaciones de las a sus protagonistas querrían dar. Lo cuenta la periodista Rocío Zarzalejos (31) a S Moda y en su texto para Yasss a propósito de su experiencia: “Tenía una inflamación en el hígado y me prohibieron fumar, beber y tomar grasas. Yo era muy fumadora y cuando lo contaba todo el mundo me decía que qué guay dejar de fumar, pero por tener que dejar el alcohol se compadecían. Me dieron el alta tras un año y pico y ya no bebo tanto porque no es necesario para pasárselo bien. Aunque te limita mucho el ocio, en España es cultural quedar para tomar algo, para cenar, y eso suele derivar en cañas interminables, en una copa”. La presión, según Rocío, “es fuerte”. “Una vez en Donosti me pedí una caña sin alcohol y el camarero me insistió tanto, haciendo pus con que me pidiera una normal que, como no paraba, le tuve que decir que estaba embarazada para que me dejara. También me ha pasado en citas de Tinder o Happen, en las que si dices que no bebes te miran un poco raro. El ‘si no bebes no eres de fiar’ es una frase muy típica. Yo respondía que no me apetecía y lo volvían a intentar: ‘Mujer, ¿pero nada de nada?’. 

María Elena, fisioterapeuta de 30 años, que no ha vuelto a beber desde que se quedó embarazada en 2018, pone otro ejemplo de cómo la presión social opera en estos casos: «Sigo dando el pecho y alguna vez me han insistido en que beba porque ‘no pasa nada por un poquito’. A veces, si estoy en un evento social, pido mosto para encajar. Parece vino y así evito comentarios«.

¿Cuánto cambiaría tu vida si dejaras de beber?

Cambiar de estilo de vida, afrontar las noches de fiesta desde otra perspectiva o nada de eso. Tiene que ver con cómo entendamos el consumo de sustancias. “Los primeros consumos suelen darse precisamente porque hacerlo se considera normativo y para probar lo que todo el mundo prueba, luego están los efectos (aunque el alcohol es un depresor, desinhibe en el corto plazo, aumenta la atracción, hace supuestamente superar la timidez….). Y luego están las situaciones asociadas (beber en grupo, de fiesta, en concierto….) y los mitos asociados como el ‘beber para olvidar’ o ‘beber para divertirse”, recuerda Guillermo Fouce.

Lucía, dj e historiadora del arte, fue abstemia hasta los 27 años y explica que no lo consumía porque “tenía problemas para dejarme llevar con el alcohol. No me gustaba sentir que perdía el control. Tampoco sentía la necesidad de evasión ni lo necesitaba para socializar. Lo mismo con las drogas. Te cuelgan el sambenito de ‘tranquila’, cuando yo a lo mejor bailaba toda la noche y ligaba sin necesidad de estimulantes -siempre he pensado que es mucho más ‘valiente’ afrontar estas cosas sin alcohol-«, explica. “Te tratan un poco de pringado o aburrido. Los típicos conocidos que se tiraban tres días sin dormir me llamaban sosa”.

Mae (42), músico, siempre ha sido abstemio. Reconoce haber probado cuatro copas en su vida y algún sorbo de cerveza. Y su decisión de apartarse del alcohol fue una decisión “no premeditada” pero sí una repulsa temprana al “borreguismo” del consumo alcohólico influida también porque no le gusta en sí el sabor de estas bebidas. Pero eso no quita que sea un “gran asiduo a la noche” y que haya salido y disfrutado de los conciertos de igual manera. A modo anecdótico, cuenta que sus años de experiencia saliendo con amigos que sí beben le han dado una especie de posición de “relator notarial de la noche” y que también ha sido muchas veces quien les ha llevado de vuelta a casa conduciendo el coche o se ha hecho cargo de ellos cuando se han pasado bebiendo.

Vacío social: cuando solo os une salir y beber

¿Qué pasa cuando tú sí bebes pero tu único amigo dispuesto a salir no? Mae reconoce que ha visto cómo “a amigos míos les ha dado pereza salir conmigo solo si no había al menos una tercera persona. El alcohol tiene un componente social brutal. Se aprende a beber en grupo, a socializar bebiendo. Y el alcohol se acaba convirtiendo en el hilo conductor de cualquier tipo de relación más allá de las puertas del colegio o del trabajo. En estos casos entiendo que se puede producir un dilema en sus cabezas. A veces he pensado que es porque en el fondo piensan que beber en exceso es malo y el hecho de que la persona que tienes a tu lado no beba nada solo hace recordártelo constantemente. De ahí el necesitar un ‘compinche”.

Rocío Zarzalejos también reconoce haber sentido ese vacío social a la hora de proponer planes alternativos en los que el alcohol no fuera el centro. «Hay gente con la que dejé de quedar mucho. Con los que me di cuenta que solo me unía el salir a tomar algo y salir de fiesta. Esa gente a la que luego les intentaba proponer otras cosas, planes más culturales y durante el día, explicando mi situación, igual no te seguían tanto el ritmo. Vi que había gente a a la que, tristemente, solo me unía eso». Aunque esto no quita que la periodista siguiera saliendo de fiesta («aunque me recogía antes») o fuera a festivales, donde reconoce: «Ahí sí sucumbí a la presión y bebí, haciendo que tardara más en recuperarme del hígado».

Influencers: ¿Ayuda real para reducir el estigma (y el consumo) de alcohol?

Si desde los 80 han sido colectivos como los straight edge los que han defendido el no consumo de alcohol con el punk y el hardcore como catalizadores, hoy son las redes sociales, con la ayuda de algunos influencers, el principal espacio de promulgación de las virtudes de vivir sin excesos. Dentro del boom de la industria wellness hay sitio (y negocio) para los abanderados del consumo nulo o muy moderado de alcohol.

Tanto Rocío Zarzalejos como María Elena recordaban en sus entrevistas cómo figuras como las de los nutricionistas Carlos Ríos o Futurlife21 están ayudando a que la abstención se asuma socialmente con más normalidad. Pero como señala a The Guardian Laura McKowen, una bloguera que en 2014 empezó a compartir a través de Instagram su proceso de recuperación por su adicción al alcohol, conviene recordar que el ejemplo de los influencers que posan con cócteles vírgenes coloridos y un estilo de vida idílico, pueden dañar y frustar a quienes están intentando dejar el alcohol a causa de problemas de alcoholismo, pintando la transición como algo sencillo. “Es bonito que la conversación sobre estar sobrios se haya amplificado y que a gente lo hable en redes sociales”, pero insiste en que para ella dejarlo ha sido “la cosa más difícil por la que he pasado y todavía lo es” y teme que esas imágenes y perfiles puedan crear la percepción, «especialmente si están al principio [de su tratamiento] y están luchando, de que [esas personas] deberían sentirse y verse mejor. Y eso es un problema”. No obstante, el cambio está calando: “El otro día hicimos una barbacoa y casi todos bebimos mojitos sin alcohol”, apunta orgullosa María Elena.

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