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Relaciones antibroncas: por qué hay parejas que nunca discuten

Analizamos con expertos qué lleva a una pareja a no querer enfrentarse nunca a conversaciones incómodas

Discutir con tu pareja
Morsa Images (Getty Images)

Horacio habló de la armonía en la discordia, y en toda relación de pareja, tarde o temprano, la discordia llega. Pero las discusiones no tienen por qué ser necesariamente una señal de alarma, aunque como explica en Gracias por discutir Jay Heinrichs, la diferencia esencial entre una argumentación y una lucha es que la primera, efectuada con destreza, consigue que la gente haga lo que quieras. “Luchas para ganar; discutes para alcanzar un acuerdo”, aclara. “Tal vez convendría empezar por delimitar lo que es una discusión. Una mayoría de personas identifican discusión con conflicto manifestado de manera hosca o incluso agresiva, al menos verbalmente. Si se parte de tal percepción, no es bueno que las parejas lleguen al conflicto que deja malestar y se cierra casi siempre con pequeñas heridas. Pero en la vida cotidiana de una pareja lo habitual es que existan roces, malentendidos, desacuerdos de diverso calado... que llevan a cierto grado de malestar y se traducen en una discusión”, dice la doctora Ana Isabel Sanz, psiquiatra y psicoterapeuta, fundadora del Instituto Psiquiátrico Ipsias, que aclara que una discusión sana debería conducir a una solución negociada de un punto de desacuerdo en cualquier ámbito de la convivencia.

Encontrar el equilibrio

Aunque como comentamos las peleas son un clásico en las relaciones, todos conocemos a una pareja que apenas discute. Por supuesto, se asegura de presumir de ello constantemente, como si la ausencia de discusiones fuera la prueba irrefutable de que se trata de una relación sencillamente perfecta. ¿Y si en realidad lo que ocurre es que no se están comunicando? “Puede haber parejas con más o menos desacuerdos y con más o menos problemas, pero eso no significa que, si normalmente no hay discrepancias, se trate de una pareja superficial. Sí es verdad que no se deben evitar las conversaciones que llamamos incómodas para evitar conflictos, porque eso no nos permite ser honestos con nosotros mismos y nuestras necesidades. De hecho, comunicarnos y mostrarnos vulnerables y abiertos, así como escuchar a nuestra pareja cuando así lo haga, fortalecerá nuestros vínculos y propiciará relaciones más sanas generalmente”, dice Natalia Pastor, psicóloga.

La doctora Ana Isabel Sanz considera que esas parejas están evitando el afrontamiento de los cambios en la relación íntima y los cambios de cada uno de ellos como individuos. “En definitiva, están tratando de esconder ciertos hechos fundamentales de su proceso vital y de su interacción debajo de la alfombra o en un baúl dónde supuestamente dejan de interferir en su vida. Actuando así, acumulan los desajustes del proyecto común, hasta que en la vida llega una situación (no necesariamente grave) que rompe ese idílico equilibrio fingido y hace saltar todo por los aires”, advierte.

¿Es saludable que las parejas discutan?

La psicóloga Mamen Jiménez señala que no es sólo saludable, sino también, inevitable. “Una pareja se compone de dos personas con sus historias de aprendizaje, sus valores, sus ideas... La propia relación, en tanto en cuanto es algo compartido entre dos, nos va a exponer a la toma de decisiones en un montón de ámbitos (más grandes o más pequeños). Es muy poco probable que estemos de acuerdo en todo. El matiz está en entender que una cosa es discutir, en términos de dialogar y negociar (aquí está la clave) y hacerlo de manera respetuosa y responsable. Muy diferente es afrontar esos desacuerdos desde la manipulación, sin empatía y sin cuidados. Eso sí que erosiona y es poco o nada sano”, explica. “En contra de lo que se suele creer, discutir en pareja o tener conflictos no es indicativo de una mala relación ni plantea un mal pronóstico. De hecho, la resolución en equipo (con una buena comunicación, respeto, cariño y cuidados) lejos de deteriorar la relación, lo que hace es fortalecerla, y tiene sentido: si vemos que hacemos frente de manera conjunta a la dificultad, si te percibo como eficaz en la resolución de problemas, si veo que te implicas y que sobre la mesa lo que está es estar lo mejor posible (no tú y yo, nosotros), eso va a hacer que ganemos en intimidad, confianza, admiración mutua... ¡La relación será más fuerte! Lo que deteriora una relación es un abordaje regular de esos conflictos, no la existencia de los mismos”, añade.

Pero, ¿qué ocurre cuando una pareja que acaba de empezar la relación discute constantemente desde el primer momento? ¿Está condenada al fracaso? Natalia Pastor es tajante en su respuesta: “Para nada. Nos han vendido la idea de que los primeros meses de una relación deben ser como una luna de miel, pero no contamos con el hecho de que, al final, nos estamos conociendo. Esto quiere decir que no conocemos las necesidades de nuestra pareja, su forma de comunicarse o de escuchar, de mostrarse vulnerable, sus inseguridades, detonantes… En fin, su mochila emocional. Por eso, puede ser más normal de lo que creemos que al principio de la relación se discuta o se entienda menos a la otra persona y se generen conflictos más fácilmente. A medida que vayamos aprendiendo el uno del otro, si tenemos conversaciones donde nos comuniquemos de forma activa, abierta, empática y asertiva, ¡lo normal es que se generen relaciones más fortalecidas y basadas en las necesidades particulares y comunes en la pareja!”, comenta.

Discutir es ciertamente inevitable, pero para hacerlo de forma saludable, hay unas pautas a tener en cuenta, pues discutir es un arte que implica determinados enfoques y habilidades y enfoques para poder poner en marcha un diálogo constructivo. La doctora Ana Isabel Sanz explica las discusiones son constructivas cuando los miembros de la pareja son capaces de ceñirse al problema real de la discusión sin derivar a otros puntos conflictivos no resueltos. “Buscar el momento y lugar adecuado para lograr una conversación sin apresuramientos, interrupciones, interferencias de otros...también es un factor que ayuda a lograr que una discusión sea realmente productiva. Por último, las formas son muy relevantes. Usar un lenguaje y tono adecuado, así como señales no verbales que aclaren las intenciones de cada intervención, constituyen bases del respeto y herramientas fundamentales para favorecer una comprensión sin equívocos que malogren lo que se busca aclarar en esa discusión”, explica. “Nos podemos alarmar cuando cede siempre uno de los dos, cuando no se sientan a hablar y se repiten de manera regular las discusiones por el mismo tema, cuando los miembros de la pareja tienen posiciones de competición/lucha por quedar por encima del otro/a…”, aclara.

Para finalizar, recurrimos al refranero español para recuperar el mítico “los que se pelean se desean” y al hacerlo, las tres expertas consultadas señalan inmediatamente cuán peligroso puede ser este dicho, que por cierto, ha sido el que ha traído al debate el asunto del sexo de reconciliación. Mamen Jiménez, autora de Contigo (Cómo tener una relación sana...sin mitos y con mimitos), explica que esa idea proviene de los mitos del amor romántico. “Los amores reñidos son los más queridos, quien bien te quiere te hará llorar... y el amor, si hay que pelearlo, mejor, más rico estará. Pero esto sano, lo que se dice sano, no es. Lo que puede suceder en relaciones en las que hay mucho conflicto y muy intenso, es que se pasa tan mal que cuando se acaba (y aquí habría que ver cómo se ha gestionado), aparece una especie de luna de miel que por contraste con lo anterior, está riquísima, nos sabe a gloria y es, por tanto, muy intensa también. Pero que sea intenso (esa idea que el amor “bien” es intenso todo el rato, pasional —y cuanto más mejor— también viene de los mitos del amor romántico) no significa que sea sano: por muy rica que esté la reconciliación, si en el previo hemos pasado los límites del respeto, si nos hemos hecho daño... Vaya peaje hay que pagar hasta llegar a ese oasis, ¿no?”, dice. “Una idea muy popular es la del sexo de reconciliación: será estupendo si es la guinda a una gestión gloriosa en la que, efectivamente, hemos resuelto el motivo del conflicto, en la que hemos negociado e introducido cambios. Y será menos estupendo si se emplea como un sustituto a esa negociación, a esa comunicación eficaz: todo seguirá igual porque lo que hemos hecho es evitar el conflicto, es un sexo instrumental con beneficios muy cortoplacistas”.

Ana Isabel Sanz señala que se trata de una creencia social errónea. “La realidad de la gran mayoría de las parejas es que cuando discuten sin resolver los conflictos subyacentes, se alejan el uno del otro porque es muy complicado estar con alguien a nivel íntimo cuando hemos discutido y nos hemos quedado con dolor y la sensación de no haber avanzado en la solución de una tensión. Lo habitual es que a uno o a otro, o a los dos, no les apetezca recibir caricias y/o besos de la misma persona con la que ha discutido. Genera una disonancia a nivel mental y una respuesta emocional que suele actuar como un muro invisible”, dice. Explica que lo que les pasa a muchas parejas es que usan las relaciones sexuales para arreglar los problemas que tienen fuera de la cama. “Esto genera una falsa sensación de tranquilidad, porque piensan que después de tener buen sexo, han arreglado el problema que tenían. Esta opción supone, casi siempre, una conducta de evitar los problemas subyacentes a las discusiones y que se mantienen en suspenso”, advierte.

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