Bertín Osborne o el regreso ‘amable’ del macho ibérico
El hombre «de los toros y la paella como símbolo español» se convierte en el rostro de moda que enarbola la bandera de las viejas costumbres que se creían superadas.
Dicen que «el hombre ha vuelto» (Papel). Que es (y siempre fue) el «hombre de moda» (Verne). Que «lo está petando» (El Confidencial). La supremacía mediática de Bertín Osborne es incuestionable. Todos se rinden. Protagoniza portadas de dominicales, revienta audiencias en El Hormiguero y su programa de entrevistas arrasa. Hasta Mariano Rajoy, el presidente-plasma, se desvive por compartir pantalla con él. Todos quieren un cachito de Bertín (así, a secas, porque él es un género en sí mismo). El símbolo del golferío, de la España canalla, el heterazo sin paliativos. El hombre que, como bien decían en GQ, «es un par bien puesto sobre la mesa, el palillo en la boca, el piropo a la camarera y el no te columpies un pelo, niño, que te meto dos hostias».
Lo apodan el «rostro amable» de la televisión, por eso de «humanizar» a las nietísimas, a los toreros, a los cómicos de siempre, a las presentadoras polémicas. Bertín arrasa porque humaniza a su España, la inmovilista, la de los valores de antaño. La de «la paella, los toros y las playas», símbolos que él mismo ha pedido convertir en una cuestión de estado (12 mujeres sin piedad).
Se creía que era una especie en extinción, una rara avis añorada en el subconsciente de unos pocos, pero TVE acaba de darle alas para volver a reinar. Y de qué manera. Nunca llegamos a pensar que la campechanía de la que tanto se habla últimamente tendría que ir ligada, intrínsecamente, al regreso del macho ibérico, un macho «amable» y adulto, sin ese halo de sexualidad del pasado, pero que viene a recordarnos que todos esos valores que se creían superados, para muchos no lo están:
Elogio del ‘caballero español’.
Cantaba (y escribía) Bertín que él es un «caballero de verdad que ha pasado la edad de hacer el loco». Un caballero que presume de haber compartido cama con más de 1.000 mujeres, que reniega de la etiqueta de machista y que dice que lo de apodarle galán es «casposo» (12 mujeres sin piedad). Que él ha sido «feminista toda la vida» (La Razón). Es más, Bertín Osborne se considera el «más feminista del mundo» porque a él no le gusta que las mujeres estén en casa «con la pata quebrada» porque «lo peor del mundo es tener a tu lado a una persona que no sea independiente, tengas que vivir con ella y te haga la vida imposible» (Hable con ellas). Bertín presume de que en su equipo hay 13 mujeres trabajand0 porque Bertín es el paradigma del patriarcado paternalista de manual. Ese que ve a la mujeres como «madres de», «amantes de», «esposas de». Bertín ensalza y se enorgullece de rodearse de mujeres independientes, sí, claro; pero sólo las de su cama y las de sus negocios. Las que a él le hacen la vida más llevadera y feliz porque son las que, al fin y al cabo, cuentan. Bertín es el Sol y las mujeres, sus planetas. Y cuando al presentador estrella de la televisión se le llama macho ibérico en tono peyorativo (como hizo Pilar Rahola en su día desde una incendiaria columna en La Vanguardia), él responde con la heterenormatividad que se espera de antemano, porque ser un machito no es un insulto, es un orgullo: «Soy macho, efectivamente, poco dado a las ambigüedades sexuales, e ibérico, porque he nacido, igual que ella, en la Península del mismo nombre». Y es entonces cuando aprovecha para lanzar esas pullitas tan del caballero español de antaño, tan de micromachismo arraigado: «va a ser mejor que alguien le aconseje que se relaje, que se beba una copita de cava y que sonría» (La Razón).
El aborto como símbolo de la «degeneración de los valores».
Comparaba Bertín Osborne en 12 mujeres sin piedad, en su afán de prodigar su inmovilismo social, que, para él, el aborto en casos de malformación del feto era «igual que el nazismo». Que vivimos una suerte de eugenesia apocalíptica en la que vivimos sin rumbo, que nos estamos yendo al garete porque ahora «vale todo» y hemos perdido la «ética y las costumbres de toda la vida» de la «época de nuestros padres».
La apología de lo retrógrado.
Al presentador más codiciado le cabrea lo políticamente correcto, y dice que se sentirá viejo cuando «no pueda montar a caballo, jugar al pádel o ir de cacería» (Diez Minutos). Monterías, fútbol y pádel. Es un hombre de costumbres. De esas que, si se monta en un taxi y le habla un extranjero, se baja, porque cómo va a intentar entenderse con alguien que no habla su idioma, habráse visto. «Me parece mentira que con el paro que hay entre los catalanes se den 800 licencias a extranjeros que no hablan nuestro idioma y que incluso, nos señalan el GPS de sus coches con el dedo para que nosotros escribamos la calle a la que vamos. Me parece una vergüenza. Yo, por mi parte, cuando voy a Barcelona, si me coge un taxista que no habla nuestro idioma, me bajo» (La Razón).
Para Bertín lo de «la lucha de clases ya pasó» (12 mujeres sin piedad) y lo del 15-M fue una «gilipollez» (Vanitatis). Bertín es ese hombre de para qué vas a remover el pasado y hablar de las víctimas del franquismo, si sólo vas a encabronarle (como espetó hace unos días a Gemma Nierga en La Ser). Es un hombre que se enorgullece de ser «liberal y de derechas» y de entenderse con todos los colores políticos –»soy amigo de Felipe González y de Alfonso Guerra; tengo un amigo comunista y nos llevamos estupendamente» (12 mujeres sin piedad)–. Y aunque asegure que «los políticos nos han jodido la vida» (Papel) o que «los corruptos son un lastre para la sociedad» (Primera Línea) priorizará la amistad por encima de la responsabilidad social. «¡Que te regalen cuatro trajes y la que se ha montado por eso!», dijo de su amigo –el «honrado», «decente» y «con un cerebro espectacularmente amueblado»– Francisco Camps.
Decían en GQ que Bertín «es indestructible» porque «siempre ha estado ahí, ni se reinventa ni se adapta a los nuevos tiempos». Él simboliza el triunfo de esa especie que se creía olvidada, pero que siempre estuvo agazapada, esperando a tener un altavoz para vocear sus valores sin falsas modestias, sin ironía, y con un «¡coño!» como muletilla vital. Como dios manda.
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