«Respiramos gracias al océano»: siete lecciones sostenibles que nos han dado los mayores expertos en la conservación del mar
Con motivo del Día Mundial de los Océanos, la firma Biotherm ha vuelto a reunir a los mayores expertos en la protección del ecosistema marítimo, como la oceanógrafa estadounidense Sylvia Earle o el economista belga Gunter Pauli, para dar voz a los océanos y concienciarnos de su importancia.
Nuestro futuro está en los océanos y en nuestro desconocimiento, su fragilidad. Nos encanta llenar nuestras redes sociales de postales marítimas, sobre todo en esta época del año: playas paradisíacas, paseos en barco, atardeceres en alta mar… pero más allá de la belleza y la inmensidad, muy pocas veces somos conscientes de la importancia del mar en nuestra vida. Gran parte de la superficie del planeta es océano y la mitad del aire que respiramos se genera en él; sin embargo, el mar está en peligro. Se estima que en 2050 los mares podrían contener más plástico que peces. Una amenaza que, sumada al calentamiento, la sobrepesca o los vertidos, está arrasando su riqueza y diversidad.
Con motivo del Día Mundial de los Océanos, la firma Biotherm, comprometida desde hace décadas con la protección del ecosistema marino, reunió a los mayores expertos en materia en el II Summit Online, Los océanos tienen voz. Unas charlas de sensibilización y conocimiento, en donde las voces que lideran el debate internacional recalcaron la urgencia de proteger los mares y la repercusión de los actos que realizamos a diario. Un gesto individual que forma parte del trabajo conjunto que debemos realizar para devolverle al mar todo lo que nos ha regalado. Repasamos algunos de los mensajes clave de la jornada.
Respiramos gracias a los océanos
El océano es el verdadero pulmón del Planeta. «Cuando era niña todos creíamos que era demasiado grande para colapsar, que era tan inmenso y resistente que lo aguantaba todo. Incluso si éramos conscientes de que dañábamos el océano nadie terminaba de entender por qué tenía que importarnos. Ahora sabemos que deberíamos darle las gracias cada vez que respiramos, porque la mayoría del oxígeno presente en el aire proviene del mar. De unas diminutas plantas verdes, el fitoplancton, que aportan más oxígeno que las plantas terrestres», recordaba la legendaria oceanógrafa estadounidense Sylvia Earle, que ha dedicado toda su vida al cuidado marítimo.
Frente a la creencia de que son las selvas y los bosques los que nos permiten respirar, estos microorganismos liberan mediante la fotosíntesis al menos un 50% del oxígeno de la atmósfera, retirando a su vez toneladas de dióxido de carbono. «Debemos empezar a entender que el océano ocupa la mayor extensión del planeta, que presenta la mayor abundancia de vida y biodiversidad, y que supone el mayor impacto para el clima. Sin los océanos nuestras vidas no serían posibles«, explicaba la fundadora de Mission Blue, una organización que identifica las zonas marinas en peligro y alerta a la opinión pública sobre la necesidad de proteger esos Hope Spots (lugares de esperanza).
Conservar no es suficiente, hay que regenerar el planeta
«Lo que flota en el mar ya no es el problema. Lo que está en el fondo, lo que no vemos, es lo que de verdad preocupa. Tenemos que corregir los errores del pasado –no podemos enfocarnos solo en la belleza del océano–, y el pasado son trillones y trillones de nanoplásticos que lo cubren todo». Lo dice el economista belga Gunter Pauli, autor del libro La economía azul, en el que recoge cientos de innovaciones que parten de la observación e imitación de la naturaleza. Para este activista conservar el planeta ya no es suficiente. «Lo hemos intentado durante los últimos 50 años, ¿y cuál ha sido el resultado? Un desastre. Salvo unos miles de pandas que hemos salvamos, no somos capaces de parar este genocidio de tantas especies. No hay que conservar, hay que regenerar el ecosistema». Habla por experiencia propia.
Pauli formaba parte de un proyecto de regeneración de bosques de algas en Marruecos, un ecosistema tan importante para la biodiversidad marina como vulnerable, con el que descubrieron una solución ecológica para limpiar el océano. «Nos dimos cuenta que los microplásticos se pegaban a las algas, tapándoles los poros, por eso teníamos una productividad cinco veces menor de la habitual. Al principio declaramos la crisis, pero la naturaleza nos estaba regalando una lección: nos estaba enseñando que es posible sacar microplásticos del mar generando biomasa. Cosechamos esta biomasa, la convertimos en biogás para la población local, y el lodo que se queda en este proceso son fosfatos biológicos. Ya no necesitamos la mina de fosfatos, tenemos un biofosfato que se puede utilizar como fertilizante para regenerar el Sáhara», explica el experto, que calcula colocar estas innovadoras cortinas de algas en miles de kilómetros de las costas africanas.
Los océanos se salvan tierra adentro
Estamos conectados por el agua y, para bien y para mal, esta arrastra consigo todas nuestras acciones. «Si queremos acabar con el problema de la basura marina, tenemos que empezar a pensar lo que hacemos aguas arriba», apunta Irene Díez, directora de la Fundación Ecoalf. Los responsables de la firma, que durante estos años han colaborado con pescadores mediterráneos para transformar los residuos del mar en la materia prima con la que confeccionan su ropa, se fijaron en que gran parte de lo que recogían no guardaba relación con las actividades marítimas ni el sector pesquero. Era basura terrestre que había recorrido miles de kilómetros a través de los cauces de los ríos.
La Fundación se alió con la firma Biotherm y la ONG Libera para lanzar el proyecto Limpia ríos, salva océanos, una iniciativa de participación y sensibilización centrada de momento en el río Jarama, para recuperar los entornos fluviales y atajar el problema desde su origen. «Lo primero que tenemos que hacer es no abandonar residuos en la Naturaleza», resuelve Diez, refiriéndose tanto a la basura que olvidamos en el campo como a todo lo que tiramos por el inodoro. «No podemos utilizar el inodoro como una papelera y debemos tener mucho cuidado con qué hacemos con todo ese residuo que generamos. Muchas veces nos centramos en esa tercera ‘R’ de reciclar y separar, pero para nosotros es fundamental trabajar en la prevención. Tenemos que consumir mejor y eso empieza por consumir menos», zanja.
La educación como solución
«La educación y la conciencia son tan importantes como la recogida de basura», explica Jesús Abia. Para el director general de Biotherm en España, el éxito del proyecto Limpia ríos, salva océanos, recae precisamente en esa toma de conciencia, la única forma de que los residuos que están recogiendo en el entorno del Jarama no vuelvan ahí en cuestión de meses. Una opinión que comparte también el biólogo y documentalista de National Geographic Manu San Félix. Para este apasionado de la posidonia –ideó una aplicación para que los barcos utilizaran el ancla con responsabilidad y redujeran así su impacto sobre esta planta autóctona del Mediterráneo–, la sensibilización es la clave para cambiar el rumbo de las cosas. «Es una utopía, pero si pudiésemos educar a todos los niños del mundo, muchísimos problemas que tenemos ahora habrían desaparecido en diez o quince años. La manera de extender la importancia y la belleza que tienen todos los ecosistemas marinos es a través de la educación y la comunicación», defiende.
«Tenemos una relación con la naturaleza»
«Incluso si vives en la ciudad, estás conectado al océano de alguna manera», insiste la cineasta sudafricana Pippa Ehrlich, ganadora del oscarizado Lo que el pulpo me enseñó, un bellísimo documental en el que captura la curiosa relación entre un hombre y un pulpo. Sin caer en moralinas o mensajes alarmistas, la película nos sumerge en el fondo del mar para reconciliarnos con la naturaleza, recordándonos ese vínculo tan especial y frágil que mantenemos con el entorno. «El cambio climático, la contaminación de los océanos, la pérdida de la biodiversidad… Todo eso son síntomas de que los seres humanos han olvidado su lugar dentro del sistema ecológico que rige nuestro planeta, y creo que si todos empezamos a pensar en eso a diario y llevar esa conciencia a nuestra vida cotidiana, cambiaremos nuestra forma de comportarnos», enumera Ehrlich, que aboga por gestos tan sencillos como usar el agua con moderación o evitar el consumo de plástico.
Los residuos son materia prima
La forma más efectiva de que la basura no acabe en el mar es que no la generemos. Los hechos, sin embargo, no responden a esta lógica. Tan solo en la Unión Europea se producen 2.500 millones de toneladas de residuos al año y, en este sentido, la economía circular resulta una medida efectiva para reducir la contaminación. «Es muy importante valorar lo que estamos produciendo. Un envase es algo valioso y tiene un potencial de alteración negativo. Tenemos que pensar que no se trata de deshacerse de las cosas, sino tratar de generar la menor cantidad de residuos posibles, de reutilizar los que podamos y, por supuesto, recoger y reciclar lo que estamos produciendo. Porque es una materia prima que nos puede ayudar a no consumir nuevos recursos», explica César Rodríguez, Secretario general de AEMS-Ríos con Vida, una asociación de pescadores conservacionistas.
El mar es muy agradecido
Durante el confinamiento, la naturaleza se abrió camino. Sin caer en tópicos ni condenas gratuitas, todas esas imágenes de animales tomando y reconquistando espacios, evidenciaban lo resistente que es la Tierra y su capacidad de regeneración. «Nos demostró que si tomamos medidas, si nos movemos, la recompensa puede ser bastante buena a corto y largo plazo», responde optimista Romain Troublé, director de la fundación Tara Ocean, con la que lleva recorriendo el planeta en los últimos 18 años. En sus últimas investigaciones en torno al arrecife de coral en el Pacífico llegó a esa misma conclusión: no solo el calentamiento global, y el consecuente aumento de la temperatura del agua, es la causa de su decoloración actual, también la actividad de los habitantes de las islas próximas afecta a su estado de estrés. «Si abordamos estos problemas con acciones a corto plazo para detener esas tensiones locales, tenemos una buena oportunidad de mantener un océano y un arrecife de coral sanos en el futuro», explica el experto. Simplemente se trata de hacer las cosas bien: utilizar la tecnología de la que disponemos (y no utilizamos) para tratar las aguas que acaban en el océano, y tomar conciencia del impacto que tienen nuestros gestos en el entorno.
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