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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Netflix-Baguette-Netflix: ¿bajar en pijama a la calle es tendencia?

Precedente del pantalón femenino, el pijama tiene un historial controvertido como emblema de liberación. Hoy, con las fronteras entre lo público y lo privado diluidas, sorprende que siga generando debate.

¿Bajar a la calle en pijama para hacer recados?
¿Bajar a la calle en pijama para hacer recados?getty images / collage de ana regina garcía
Patricia Rodríguez

Cuando era pequeña tenía una vecina que bajaba a hacer recados en pijama y, además, con sus zapatillas de andar por casa. Aprendí pronto, por lo que podía percibir entre los adultos que me rodeaban, que aquello no estaba del todo bien; que esa mujer que, además, vivía sola, no encajaba en el barrio. No era de fiar. No lo recuerdo, pero seguro que (¡además!) rodeada de gatos. Saltando rápidamente al presente, vivir sola y rodeada de gatos me parece una aspiración vital envidiable. Ir a por el pan directamente desde la cama, una alternativa tan válida como pintarme los labios para teletrabajar.

No soy la única. Parece que en París hasta lo han bautizado con un acrónimo que viste la ‘tendencia’ con el inevitable halo de la modernidad: “Me dicen que lo llaman NBN, Netflix-Baguette-Netflix”, escribía hace unos días en Twitter la periodista Olatz Simón. Su tuit se viralizaba entre decenas de comentarios a favor y en contra. Pero ¿hasta qué punto se nota este fenómeno en las calles de la capital gala? Angela Álvarez Arrieta, consultora de moda con muchos años de experiencia en Paris (durante dieciséis fue representante de Condé Nast España en el mercado francés y ahora tiene su propia agencia en la capital francesa) confirma que en los barrios de la ciudad la gente se viste de forma muy informal, a menos que tenga una cita (con amigos o un interés romántico), un evento o una cena y que esto muchas veces puede llevar a esa sensación de que la gente «va en pijama». No nota, eso sí, que la cosa haya ido en aumento: «Si acaso lo que se nota es el efecto Emily in Paris». Es decir, lo contrario: gente joven que cuida muchísimo sus estilismos por las calles, como si estuviese en un rodaje.

Una rápida consulta en varios grupos de WhatsApp corrobora que la cuestión en España es tan divisoria como cualquier debate que se abra en redes sociales. “He bajado muchas veces a comprar al súper, pero normalmente de noche. Siempre me pongo un abrigo encima y ya está”, dice María Camila, abogada de 24 años. Cristina, publicista de 32, también recurre a cubrirse con un abrigo para bajar a pasear a su perro: “Cero dramas pero porque no se nota”. La primera vez que Patricia, consultora de 32 años, salió a la calle en pijama fue tras tres años de teletrabajo, “ese día sentí que era hora de buscar un coworking y volver a socializar”, dice. “¿Qué es más gustoso que un pijama para un paseo rápido?”, se pregunta Marta, abogada de 32 años. “Eso es una guarrada”, apunta Mercedes, de 68, en línea con Azahara, ingeniera de 32: “Jamás bajaría (ni he bajado) a la calle (ni para tirar la basura), mi ‘yo’ en pijama es sagrado y símbolo de confort y limpieza, la calle es territorio hostil lleno de suciedad e inmundicia”.

Nuevos tiempos, ¿nuevas normas?

La pandemia dinamitó cualquier regla que aún pudiera dictar cómo se debe vestir y las marcas capitalizaron rápidamente aquella necesidad de comodidad con ideales conjuntos de punto de colores con los que indistintamente dormir, estar en casa o salir a hacer recados sin remordimientos. Varias marcas de lujo llevaban años enfocadas en vender pijamas de los que presumir en cualquier parte, de Olivia von Halle, a For Restless Sleepers o Morpho + Luna. Instagram, por su parte, derribó las fronteras entre lo público y lo privado: ¿por qué no bajar a hacer un recado sin cambiarse de ropa, entre un capítulo de Netflix y otro, si ese atuendo ya aparece a diario en Stories improvisados?

La multimarca Flying Solo hizo desfilar a sus modelos con atuendos de andar por casa (primavera-verano 2023).
La multimarca Flying Solo hizo desfilar a sus modelos con atuendos de andar por casa (primavera-verano 2023).launchmetrics.com

Dejadez, derrotismo o un simple gesto que habla de prioridades: “Me importa mi comodidad, pero no lo que pienses de mí”. Sacar a pasear el pijama no es novedoso. Pero el acto sí tiene precedentes revolucionarios. Y si no, que le pregunten a la activista Amelia Bloomer, que las pasó canutas por salir a la calle enseñando enaguas y pantalones bombachos bajo el vestido a mediados del siglo XIX. Antes que ella, aunque sin conciencia feminista, María Antonieta escandalizó al personal al danzar (y retratarse) por el Petit Trianon en lo que entonces era ropa interior. El pijama, precedente del pantalón femenino, se puso de moda en los años veinte del siglo pasado de la mano de Coco Chanel. La diseñadora lo defendió fuera de los límites del hogar: batas de raso, pantalones anchos y camisetas de corte masculino en vacaciones para pasear por la playa y romper con la vestimenta que habitualmente lucían las mujeres. El pijama masculino, que hace unos años se coló hasta en alfombras rojas en su versión en seda, ya invadía las páginas de las revistas en los años cuarenta. Aupado por Diana Vreeland, todopoderosa editora de Harper’s Bazaar, y por la cinta Sucedió una noche (1934), en la que el personaje de Claudette Colbert duerme con las mismas prendas que Clark Gable. En los noventa Courtney Love demostró que el camisón también tiene mucho recorrido fuera de las mantas y las pasarelas llevan años rendidas a mostrar todo tipo de ropa de cama, más o menos literales, entre sus propuestas.

Si hace un siglo, en la Costa Azul, era visto sin ambages como un acto de elitismo y hedonismo, ahora, arrugado, de franela o con dibujos de unicornios, no tiene ambición estética, ni la necesita. Tras una pandemia y un presente y futuro inciertos, hay días que basta con seguir. “El esfuerzo de lunes a viernes es tan fuerte (tener que estar guapas, bien vestidas, felices, sociables, productivas…), que luego solo queremos convertirnos en seres que no hacen nada. Que no están. Y eso es muy necesario para nuestro bienestar”, escribían hablando de la tendencia en Vogue. Hoy todo vale y es liberador desprenderse de la necesidad de gustar al otro. Porque al final, como reflexionaba Iris Apfel en su documental, «si ponerte algo te hace feliz, ¿quién soy yo para juzgarlo?».

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Sobre la firma

Patricia Rodríguez
Periodista de moda y belleza. En 2007 creó uno de los primeros blogs de moda en España y desde entonces ha desarrollado la mayor parte de su carrera en medios digitales. Forma parte del equipo de S Moda desde 2017.

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