Altas capacidades, por Ana Pastor
Se calcula que en España hay unos 350.000 niños y niñas superdotados. Solo el 2% está recibiendo la atención adecuada.
Era una niña especial. Era evidente. Había empezado a destacar desde pequeña, pero a una edad muy temprana decidió pasar desapercibida. Poco antes de llegar a la adolescencia concluyó que era mejor no llamar la atención en el colegio. Tirando de intuición, y tras sufrir algunas desagradables escenas, comprendió que no era un buen camino sacar notas tan buenas. Por eso, cuando se enfrentaba a los exámenes dejaba varias preguntas sin responder. Así, en lugar de un 10 obtenía un siete o un ocho y evitaba aquella acusación que tanto le dolía: ser la más lista de la clase. Se llama Laura, pero podría ser María o Mercedes porque su caso no es único. Según varios informes consultados, se calcula que en España hay unos 350.000 niños y niñas superdotados. Un número que podríamos considerar casi ficticio porque realmente solo se tiene constancia de que el 2% está recibiendo la atención adecuada. Según el Ministerio de Educación, a finales de 2010 se habían registrado 5.800 casos, de los cuales 1.800 correspondían a niñas.
Lo habitual es que los padres de este tipo de niños no detecten las altas capacidades de sus hijos porque muchos sufren falta de adaptación en el colegio, lo que en ocasiones les hace entrar, de manera errónea, en las listas de fracaso escolar. Es su forma de adaptarse a un poder tan maravilloso pero que a muchos incomoda. No existe un consenso sobre los límites a partir de los cuales una persona puede considerarse superdotada. Habitualmente se habla de un coeficiente intelectual por encima de 130. Cuando se alcanza el 170 hay quien habla de genios. Pero ahí tampoco los expertos se ponen de acuerdo. Algunos defienden que esa teoría se ha quedado vieja, que hoy en día se puede usar ese baremo solo como una de las referencias y no la única al analizar casos concretos de niños que pueden destacar extraordinariamente en diferentes tareas pero que no han alcanzado ese nivel superior a 130 en los test psicométricos. El diagnóstico temprano es fundamental para evitar que estos niños se aburran y fracasen. Las asociaciones de familias con este tipo de casos dicen que es posible detectar síntomas entre los cuatro y los siete años y uno de los ejemplos más claros es el lenguaje. Algunos niños comienzan a hablar antes de cumplir el año, manejan una excelente memoria, tienen facilidad para retener palabras muy complicadas para su edad, etc…
En general, los niños sufren estas circunstancias en lugar de disfrutarlas; y las niñas desarrollan una habilidad extra para esconder sus talentos. La familia de Laura asegura que los compañeros de clase reaccionan de manera diferente cuando es un niño el que muestra sus altas capacidades intelectuales que cuando lo hace una niña. «A un niño lo admiran, a una niña le retiran su amistad las otras niñas. La forma de interactuar entre los varones es competitiva. Entre las chicas lo normal es diluir su individualidad en el grupo». Por eso, en escuelas como la de pensamiento matemático Miguel de Guzmán, de Torrelodones, cuando alguna familia acude con un hijo, suelen sugerir que se realicen también las pruebas a sus hermanas. El número de niñas superdotadas detectadas es menor al de niños, lo que no significa que haya menos, sino que cuesta más identificarlas por esa habilidad para camuflarse. Laura ya casi ha dejado atrás la adolescencia y también ese complejo. Casi no recuerda la vergüenza de conocer todas las respuestas y escuchar aquello de «tú no respondas que ya sabemos que te lo sabes todo» o «lee más despacio que tus compañeros no pueden seguirte». Ahora, tras recibir la atención necesaria, habla orgullosa de sus logros en concursos de literatura o matemáticas. Sabe que, como en los cómics de superheroínas, un gran poder implica una gran responsabilidad, pero ahora disfruta de ello. Y escuchando a su madre recuerda que ser mujer es algo fascinante y que no andamos sobrados de talento como para esconderlo.
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