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Aline Griffith: «Mi vestido de novia fue un Balenciaga»

La condesa de Romanones tiene una vida y un armario llenos de historias aristocráticas, lo que confirma que una no se puede codear con la élite vestida de cualquier manera.

Aline Griffith
Sergio Moya y Ximena Garrigues

La condesa de Romanones vive en un precioso barrio residencial de Madrid. Al entrar por la puerta de su casa, el hall da paso a una rebosante biblioteca que antecede a una luminosa estancia en la que hay colgado un cuadro de Goya, entre otros muchos tesoros. Aún así asegura no tener predilecciones entre sus numerosas antigüedades. «Para mí no son importantes los objetos; sí lo son las personas, la familia. En eso soy muy española», asegura la aristócrata de origen americano. Dos relojes de gran esfera en su muñeca izquierda llaman poderosamente la atención. «El tiempo es oro –afirma rotunda–. Calculo los segundos. Como es de mala educación mirar la hora, a veces le echo un vistazo de reojo; de ahí la gran esfera. Uno me costó 10 dólares en Nueva York y el otro, aquí, 12 euros», dice riendo.

Nació en 1923 en Nueva York y llegó a Madrid en 1944, como agente secreto de la Office of Strategic Services (predecesora de la CIA), en plena Segunda Guerra Mundial. En nuestro país conoció al conde de Romanones con quien se casó y tuvo tres hijos. Desde ese momento, Aline pasó a formar parte de la élite aristocrática del la época y mantuvo amistad con los Reagan, los Nixon, Ava Gardner, Audrey Hepburn, los Rothschild y los Windsor; vivencias de las que habla en su autobiografía El fin de una era (Ediciones B), su sexto libro. Entre sus conocidos ha demostrado particular adoración por los Windsor, a quienes defiende a capa y espada. «Oigo las cosas que dicen sobre Wallis Simpson. Me molesta porque son mentira. Escribiré un libro sobre ellos; es algo que haré antes de morir», vaticina. En su dormitorio está el retrato de los duques junto al de sus padres y su marido. «Yo era como una hija para ellos, sobre todo para Wallis. Iba a su palacio de Bois de Boulogne donde fui testigo de su gran amor».

La privilegiada posición social de Aline Griffith también le permitió disfrutar de la época dorada de la moda. «Elio Berhanyer me mandaba su colección a casa cada temporada y yo elegía. Jamás me he puesto un traje de un diseñador que no fuera español. Mi vestido de novia fue de Balenciaga. He regalado buena parte de mi vestuario y otra está en museos, pero sigo teniendo los armarios llenos. Y eso que no salgo a comprar porque me aburre…». Prefiere ocupar su tiempo en otras actividades. «Ando 45 minutos y nado otros tantos cada día. También paso muchas horas delante del ordenador porque escribo, doy conferencias y mantengo correspondencia. Esta mañana he recibido un email de Nancy Reagan. Es muy amiga mía, pasamos muy buenos momentos en Washington», comenta.

Una visión particular del lujo. «En 1962 fui nombrada una de las 12 mujeres mejor vestidas del mundo y, como premio, el gran joyero David Webb nos hizo unas pulseras con animales. La mía es una cebra de diamantes y esmalte que ha sido copiada hasta la saciedad». Sin embargo, asegura que las joyas no le entusiasman. «Le gustaban más a mi marido; se sentía orgulloso al regalármelas». Sotheby’s acaba de subastar algunas de ellas. «Un conjunto de esmeraldas y rubíes con unos collares enormes. Tengo cuatro nietas, les consulté antes si los querían pero me dijeron que no se los iban a poner. Ya no se llevan esas cosas». Ha asistido a las mejores fiestas del planeta, pero a la vez le apasiona la vida sencilla del campo extremeño donde tiene una finca. «¡Descubrimos una casa romana que tenía dos mil años! Hasta creamos una asociación para preservar la zona». Allí se siente realmente feliz. «Reconozco que en mi país me han dado homenajes por los servicios prestados, pero he de ser sincera: me ha hecho más ilusión obtener el primer premio al mejor queso de España por Pascualete». Pascualete es el nombre de la finca y el de los productos que comercializa.

Elio Berhanyer confeccionó este vestido de alta costura en el año 1956. El collar de perlas negras lo compró en Hong Kong. La pulsera es un diseño exclusivo de David Webb.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

Sergio Moya y Ximena Garrigues

Antifaz veneciano que lució en los bailes del palacio de Ferrières de París, propiedad de los Rothschild.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

Ha usado zapatos de todos los colores y tipos de tacón. ¿Sus marcas preferidas? Lurueña, Armani y Chanel.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

Aline siempre ha consumido alta costura española, pero no se pudo resistir a este vestido de cóctel de lentejuelas de Oleg Cassini, el diseñador que creó el vestido de novia de Grace Kelly.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

Uno de sus pochettes vintage preferidos. La ha llevado en numerosas fiestas de París y Madrid.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

En su último libro, El fin de una era, Aline habla de las personalidades importantes que ha ido encontrando a lo largo de su vida. Entre ellas, Nancy Reagan, Ava Gardner y Audrey Hepburn.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

Junto a su cama tiene una imagen de los duques de Windsor. Con ellos pasaba largas temporadas en su palacio parisino.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

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