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Alaïa, el diseñador prodigioso expone en París

El artesano del vestido inaugura el nuevo museo Galliera con 70 prendas icónicas. Una de las citas de moda ineludibles de este año.

Alaïa

Una gran mesa rectangular preside la cocina de estilo industrial en la planta baja de su mítico atelier en la parisina rue de Moussy. En ella se sientan la totalidad de sus colaboradores, desde su costurera estrella al fontanero que ha venido a hacer unos arreglos, pero también un cantante de ópera y su madre, que se encontraban de paso. Según el día, podrían haberse cruzado con otros asiduos de este almuerzo, como David Bowie, Naomi Campbell o Johnny Depp. Todos cuentan con idéntica estima para el pequeño gran hombre que gobierna el convite.

Azzedine Alaïa es un señor bajito de 74 años y mirada infantil que aparece vestido de negro estricto con uno de sus habituales trajes chinos. Se confiesa alérgico a las entrevistas, pero ha accedido a hacer una excepción. El modisto franco-tunecino, artesano del vestido, fascinado por las curvas femeninas, ha sido escogido como protagonista de la inauguración del Palais Galliera, renovado museo de la moda de la capital francesa, donde expondrá 70 de sus creaciones hasta el 26 de enero.

¿Qué siente al ver su trayectoria resumida en estos 70 vestidos?

Lo que siento no es exactamente orgullo, sino la sensación de haber cumplido con un deber. Esto es lo único que sé hacer en la vida. Estudió Bellas Artes e iba para escultor.

¿Qué le hizo decidirse por la moda?

Me di cuenta de que no estaba hecho para trabajar aislado en un taller. Me encontraba más a gusto con la supuesta frivolidad de la moda. Trabajar en esto me permitió mudarme a París hace más de medio siglo y conocer a personajes formidables. Imagine lo que ha sido frecuentar a tipos como Orson Welles o Marcel Carné. Mi carrera ha consistido en una serie de encuentros con personas formidables, de quienes lo he aprendido todo. Es como si nunca hubiera dejado la escuela, porque cada día he aprendido algo nuevo.

Vestido Houppette de bandas elásticas de viscosa de la colección primavera-verano 1994. Diseño fotografiado por Paolo Roversi.

Paolo Roversi

Procede de una familia de agricultores tunecinos. ¿Les costó entender su vocación?

Cuando ingresé en Bellas Artes se lo escondí a mi padre durante un año, hasta que se acabó enterando. Al principio se puso furioso, pero se le terminó pasando. Una comadrona francesa que vivía en Túnez, muy respetada por la comunidad, lo convenció de que era lo único que se me daría bien en la vida.

Lo suelen describir como un diseñador distinto a los demás. Entre otras cosas, porque funciona con sus propias reglas. No publicita su marca y se pasó siete años sin montar un desfile. 

Mi independencia es mi bien más preciado, aunque en el fondo no soy realmente libre. Tengo la misma libertad que debe de tener un preso en la cárcel. Mi cabeza sigue siendo libre, pero me veo obligado a seguir entre estas cuatro paredes. No puedo escapar a esto. Entre otras cosas, porque no me dejan. 

No parece un personaje sumiso. Tiene una gran facilidad para decir no. Por ejemplo, se negó a dirigir Dior cuando se lo ofrecieron en 2011.

Tiene razón, he dicho que no muchas veces. No me dejo manipular, aunque diría que los demás ya ni lo intentan. Saben que no hay nada que hacer conmigo. 

¿A qué se debe esta reticencia a integrarse en el sistema de la moda?

A que este sistema se ha vuelto loco. No es normal que un diseñador esté obligado a hacer ocho colecciones al año, incluso si es un auténtico genio. No sé de dónde sacan las ideas. A mí me cuesta tener una interesante por colección. No se me ocurre qué haría si tuviera que hacer ocho. 

Muchos diseñadores tienen egos desbordantes y gozan de un estatus estelar. ¿Jugar a ser lo contrario es una forma más de diferenciarse? 

Todo eso no corresponde a mi naturaleza. He intentado ser coherente con mi carácter y con lo que me apetecía hacer. Yo soy una persona tímida. 

Sus vestidos tampoco han seguido nunca la corriente. En los ochenta, mientras el armario femenino se masculinizaba, usted optó por ceñirlos. 

Siempre he creído que las mujeres prefieren sentirse guapas a vestirse con un traje de hombre. Nunca creí en el unisex. No creo que una mujer acceda más fácilmente al poder por vestirse como un hombre, aunque entiendo la necesidad de discreción y comodidad.

El diseñador es un maestro ciñendo los tejidos a la figura femenina.

Peter Lindbergh

¿Qué evolución han protagonizado las mujeres de Greta Garbo a Michelle Obama, por citar a dos de sus musas? 

Garbo vino a mí al final de su vida, cuando se ocultaba más que nunca. Me pidió abrigos de hombre, que le cubrieran el cuello y las manos. En pleno apogeo de la minifalda, me pareció muy elegante y moderno. Luego entendí que solo intentaba ocultar su vejez. En cuanto a Michelle Obama, se compró un vestido por su cuenta en Chicago y nunca la he conocido personalmente. Me sorprende que ella vistiera algún diseño mío. Las primeras damas ya no pueden gastarse mucho dinero en ropa si pretenden escapar a las críticas. Hoy se requiere cierta austeridad. 

¿Le influye el clima social o trabaja en una especie de burbuja? 

Nunca he vivido en una burbuja. Soy consciente de lo que pasa a mi alrededor, aunque no sé hasta qué punto influye en lo que hago. Nos encontramos en una época oscura. Nunca ha habido tanto dinero, pero nunca ha estado tan mal repartido. Ha emergido un nuevo tipo de comprador joven, en especial chino, ruso y árabe. Tienen menos de 30 años, pero se lo llevan todo sin mirar el precio. 

Tras la gloria de los años 80, en la década de los 90 protagonizó un periodo de olvido relativo. ¿Lo vivió como una travesía en el desierto?

Fue mi etapa más difícil, pero en el fondo fue voluntario. Lo dejé todo porque sentí que perdía la conexión con la realidad. Necesitaba encontrar un equilibrio. Me imaginaba volviendo a la buhardilla parisina en la que viví los primeros años, cuando entraba y salía sin tener que pedir permiso a nadie. 

¿Se le subió el éxito a la cabeza? [Se gira hacia su jefa de prensa] ¿Tú crees que me lo he tenido creído alguna vez? 

Ya lo ve, ella dice que no [risas]. 

Y hoy, ¿se siente respetado? 

Si le digo la verdad, no sé qué es el respeto. Pero sí me siento admirado, a veces. 

Dicen que el secreto de su éxito es dormir cuatro horas al día. ¿Es así? 

Trabajo hasta las cinco de la madrugada porque de día no dejan de importunarme. Me rodeo de mis animales, me sirvo un vasito de «agua» [en realidad, vodka] y me pongo manos a la obra. Son las mejores horas del día, porque nadie me viene a molestar.

Javier Tomás Biosca

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