Cuando Agatha Christie desapareció once días (o por qué deberías ver su nuevo documental)
En 2020 se celebrarán 130 años del nacimiento de la reina del crimen. Un documental ofrece nuevas pistas sobre su apasionante vida.
Creadora de la novela policiaca británica contemporánea, Agatha Christie (1890-1976) ha vendido más de mil millones de copias de sus libros, traducidos a más idiomas que ningún otro autor de la historia. Además de 66 novelas –una de ellas, El asesinato de Roger Ackroyd está considerada la mejor de todos los tiempos en la categoría de crimen–, escribió obras de teatro –La ratonera se sigue representando en Londres desde 1952–, relatos y seis novelas rosas, bajo el seudónimo de Mary Westmacott.
Adelantada a su época, las convenciones sociales nunca limitaron sus aspiraciones. Desafió y cuestionó la concepción de cómo se debían comportar las mujeres. De hecho, las protagonistas de sus apasionantes thrillers son fuertes y resolutivas. Pero no fue una feminista en el sentido moderno. O eso es lo que comentan familiares y biógrafos en Agatha Christie. La reina del crimen (2018), el último documental sobre la escritora, disponible en #0 de Movistar+. En él se intentan dar las claves definitivas sobre el famoso episodio en el que estuvo desaparecida durante once días, consecuencia directa de la infidelidad de su primer marido. Fuente inagotable de misterio, en 2020 se celebrarán 130 años de su nacimiento y no faltarán nuevas adaptaciones de sus populares novelas, entre ellas, la de Muerte en el Nilo, de Kenneth Branagh, con la Wonder Woman Gal Gadot, y la de Testigo de cargo, dirigida y protagonizada por Ben Affleck. Aquí repasamos algunas de los datos más sorprendentes de su biografía.
Su marido le fue infiel y desapareció durante once días
«Los mejores crímenes para mis novelas se me han ocurrido fregando platos. Fregar platos convierte a cualquiera en un maníaco homicida». Tal vez lo pensara haciendo la colada, pero lo cierto es que el episodio más misterioso en la vida de Agatha Christie no tuvo lugar en la ficción. En 1926 murió su madre, algo que le afectó profundamente. La familia se mudó a otra casa, cerca de un campo de golf, donde su marido acabó conociendo a otra mujer. En diciembre de ese año, la escritora desapareció y su coche fue encontrado en una cuneta. La policía se puso manos a la obra ofreciendo recompensas a quien pudiera saber algo de su desaparición y la cobertura en los medios es extraordinaria. Su marido se convirtió en el principal sospechoso, algo que los biógrafos de la escritora creen que ella perseguía a modo de represalia por su traición. Cuando fue descubierta en un hotel, la escritora aseguró que había perdido la memoria, que quizá pudo haber padecido una crisis nerviosa. Pero el apellido con el que se hospedó fue de lo más significativo: el mismo que el de la amante de su marido. En su autobiografía, publicada de forma póstuma, no le dedicó ni una línea al suceso, así que el secreto se lo llevó con ella a la tumba.
No fue al colegio, se casó con un oficial y estudió Farmacia
¿Qué lleva a la hija pudiente de un corredor de bolsa estadounidense y de una ama de casa británica a escribir un libro de misterio? Agatha Miller no fue al colegio, estudió en una gran casa con jardín. Tuvo una infancia idílica. Le gustaba Sherlock Holmes, su madre le leía novelas góticas y una de sus hermanas la retó a escribir alguna parecida. La joven inglesa estudió música en París, iba a fiestas y su meta en la vida, como la de otras mujeres de su entorno, era casarse y tener hijos. “Mujer casada era una profesión en sí misma, y era mi profesión. Mi segundo trabajo era escribir”, decía. A los 23 años, en uno de esos bailes conoció a Archibald Christie, un oficial del ejército (como lo fue su abuelo) del que tomará el apellido. Se casaron con el inicio de la I Guerra Mundial y poco después él se fue al frente y ella se presentó enfermera voluntaria. Fue entonces cuando se interesó por los fármacos del laboratorio. Un veneno como la estricnina le sirvió de arma homicida para su primer asesinato, el de El misterioso caso de Styles (1920), protagonizado por su detective más famoso, Hércules Poirot (la otra es Miss Marple, más parecida a su abuela y a sus tías).
Viajó por medio mundo, fue surfista y se compró un coche
“Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único”. Al tiempo que su primera novela era rechazada por varias editoriales, tuvo a su única hija Rosalind, en 1919. Fue entonces cuando se unió al periplo que inició su marido al que, por entonces, enviaron a viajar por medio mundo por motivos laborales, aventura que influirá en la posterior obra de la escritora. En Honolulu pasó dos semanas haciendo surf, algo insólito para una mujer británica. Siguió escribiendo y comenzó a ganar dinero con sus exitosos libros. Una de sus primeras compras fue su propio coche porque no quería depender de su marido, algo poco convencional en aquella época.
Divorciada, madre soltera, la arqueología le cambió la vida
En 1928 la pareja se divorció y la escritora se hizo cargo de su hija en tiempos en los que las mujeres no lo hacían. Se pasó la década de los años 30 escribiendo (algunos años llegó a publicar hasta tres libros) hasta que sus amigos la animaron a viajar en el Orient Express, una decisión que marcó el resto de su vida. Lo hizo sola, algo también impensable para una mujer. En Siria e Irak fue donde nació su amor por la arqueología. Participó en excavaciones en el desierto e hizo fotografías y vídeos que no solo demuestran su espíritu aventurero –le gustaba relacionarse con la gente del lugar– sino que aportan una documentación valiosísima. Allí conoció al arqueólogo Max Mallowan, del que se enamoró y con el que se casó en 1930. La diferencia de edad no les importó: ella tenía 40 años y él, 26. Su amor por él fue tal que incluso donó de forma anónima parte de su dinero para financiar la carrera de su marido.
Cómo recordó a su abuela con Miss Marple y acabó odiando a Poirot
La pareja acabó mudándose a una gran mansión de verano cerca de un bosque y un río en Oxfordshire, donde su marido era académico en la universidad. En 1971, la reina Isabel II nombró Dama a la escritora y solo cinco años después la novelista falleció por causas naturales a los 85 años (su marido murió dos años después, a los 74, y su hija, a la misma edad y por las mismas causas de su madre, en 2004). De todas sus novelas, Muerte en el Nilo es junto a Asesinato en el Orient Express la más vendida. Agatha acabó odiando tanto su personaje el detective Poirot, que lo mató. Lo hizo en Telón, una novela que guardó bajo llave durante 30 años para que solo se publicara una vez muerta (se editó finalmente a finales de 1975). La escritora parecía combinar cualidades de sus dos afamados detectives. Por un lado, el cosmopolitismo del belga Poirot; por otro, la sutileza inglesa de Miss Marple (su último libro publicado tras su muerte, Un crimen dormido, fue protagonizado por la jubilada). Marple estaba claramente inspirada en su abuela y tías. Según Agatha, no eran mujeres victorianas remilgadas, sabían de violencia sexual y de depravación, excepcional caldo de cultivo para alimentar sus más retorcidos crímenes.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.