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Un estudio internacional sugiere que la radiación de un TAC en la infancia eleva el riesgo de desarrollar cáncer

Los expertos matizan que el peligro es bajo, pero reclaman concienciación para no abusar de esta técnica y ajustar al máximo las dosis usadas

TAC niños
Una joven se somete a un TAC.Sergey Ulanov (iStockphoto / Getty)
Jessica Mouzo

La radiación en contextos médicos es como una moneda con dos caras. Se trata de una herramienta terapéutica y de diagnóstico extremadamente útil para tratar y curar muchas enfermedades, pero también puede ser peligrosa para el organismo si la exposición o las dosis empleadas son demasiado elevadas: la radiación provoca mutaciones y cambios en el ADN de las células que pueden inducir al cáncer. El balance entre el riesgo y el beneficio es el pan de cada día de los médicos que recurren a esta técnica y, conocedores de los riesgos, cada vez acostumbran a afinar más las indicaciones y ajustar las dosis para minimizar los peligros y maximizar sus bonanzas. Sin embargo, el riesgo cero no existe y un nuevo estudio internacional liderado por científicos del ISGlobal de Barcelona y publicado hoy añade más evidencia sobre el impacto de la exposición a la radiación, incluso a dosis bajas: el análisis sugiere que la radiación de una tomografía computerizada (TAC) en la infancia eleva también el riesgo de desarrollar un tumor hematológico. La investigación estima que, por cada 10.000 niños examinados con esta técnica, uno o dos pueden sufrir un cáncer de la sangre en los 12 años siguientes a causa de esta exposición. Los expertos matizan que el riesgo individual es bajo, pero sus conclusiones invitan a aumentar la concienciación entre los médicos para no abusar de esta técnica y controlar al máximo los niveles de exposición.

Todo el mundo está expuesto a pequeñas cantidades de radiación en su vida diaria. Procedentes del suelo, de las rocas, el agua, materiales de construcción… Nadie se libra de la llamada radiación de fondo natural. Pero las dosis que se emplean en contextos médicos acostumbran a ser más elevadas que estos niveles que arroja el entorno natural. Por ejemplo, una radiografía de tórax equivale a un día de exposición a la radiación de fondo natural; un TAC craneal es similar a ocho meses de radiación de fondo y un TAC abdominal es como 20 meses.

Nada de todo eso es inocuo. La comunidad científica sabe desde hace tiempo que la exposición a dosis elevadas de radiación ionizante es un factor de riesgo para desarrollar tumores hematológicos en niños y adultos, por eso vigila de cerca sus indicaciones y se cuida de excederse en su uso —se consideran dosis moderadas más de 100 miligrays (es la unidad de medición de la dosis de radiación absorbida por el organismo) y dosis altas, más de un gray—. Los radiólogos, de hecho, siguen a rajatabla el principio ALARA, que es el acrónimo en inglés de la expresión “tan bajo como sea razonablemente posible” (as low as reasonably achievable).

Sin embargo, los riesgos reales en niños y adolescentes de la exposición a dosis de radiación que se emplean para hacer un TAC, que acostumbran a estar por debajo de los 100 miligrays, han sido, durante mucho tiempo, “inciertos” y objeto de debate entre los científicos, exponen los investigadores de ISGlobal para justificar el origen de su investigación. “Los TAC son procedimientos que se han usado desde finales de los años setenta y son un sistema fantástico para el seguimiento de patologías. Con el desarrollo de esta técnica, cada vez hay más aplicaciones y hace 15 años vimos que se había aumentado su uso y decidimos hacer un seguimiento porque las dosis [de radiación] son más altas que las de una radiografía normal. No es un estudio para generar alarma, sino para evaluar riesgos y generar datos para asegurarnos de que los pacientes están protegidos”, avanza Elisabeth Cardis, jefa del Grupo de Radiación de ISGlobal y coordinadora del estudio, que se ha publicado en la revista Nature Medicine.

Los investigadores de ISGlobal analizaron los datos de cerca de un millón de personas de nueve países europeos que se sometieron a un TAC antes de los 22 años. Con la información disponible, intentaron reconstruir su historial radiológico para estimar la dosis de radiación absorbida por su médula ósea y, tras cruzar los datos con registros de mortalidad y cáncer, encontraron una asociación entre las dosis totales de radiación en médula ósea procedentes del TAC y el riesgo de desarrollar un cáncer hematológico. Los resultados apuntaron a que un TAC actual aumenta un 16% el riesgo de desarrollar tumores malignos.

Cardis contextualiza estas cifras: “El riesgo aumenta, pero es un riesgo bajo a nivel individual”. La investigadora señala que estos datos entran dentro de lo esperado. “Hicimos este estudio porque, hasta hace poco, había un debate sobre los efectos de las dosis bajas. Había mucha gente de protección radiológica que pensaba que con dosis bajas no pasaba nada y nosotros dudábamos de si no había nada o el riesgo era bajo”, justifica. El riesgo es pequeño, pero no se puede despreciar.

La científica de ISGlobal admite que, en los últimos años, se han ido perfeccionando los protocolos pediátricos para ajustar a la baja las dosis empleadas en población infantojuvenil y justificar de forma cada vez más precisa las indicaciones de este tipo de pruebas médicas. Pero “todavía se puede hacer más”, asegura. “Se puede optimizar más [la técnica] para reducir las dosis y mantener la buena calidad de la imagen. Lo que nosotros aconsejamos es mejorar la concienciación de médicos y radiólogos: que pidan un TAC cuando sea necesario, pero que miren también si hay alternativas”. Un ejemplo que pone Cardis es que hay patologías que requieren hacer varios TAC en poco tiempo para ver el seguimiento de la enfermedad, pero quizás en esos casos no se necesita tanta resolución de la imagen para monitorizar la dolencia y se puede reducir la dosis de radiación, aunque se pierda definición de la imagen.

“No hay que crear alarma”

Con todo, la investigadora llama a la prudencia y rechaza cualquier alarma que pueda surgir a tenor de las conclusiones de su estudio: “El TAC es una herramienta indispensable y que se usa porque hay riesgos para la salud más graves. El TAC salva vidas. Hay que hacer el cálculo del riesgo y el beneficio porque su beneficio puede ser muy importante y el riesgo está bajando porque las dosis han bajado mucho. No hay que preocuparse demasiado”.

Ignacio Barber Martínez de la Torre, jefe de Radiología Pediátrica del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, participó hace unos años en el reclutamiento de participantes para el estudio y conoce bien la investigación, aunque no ha participado en este último análisis. Los hallazgos, apunta, añaden más evidencia científica a los riesgos ya conocidos: “El riesgo lo conocemos y sabemos lo que ocurre en dosis más altas no médicas, por accidentes nucleares. Por eso siempre se han aplicado medidas de protección radiológica. Y en los niños hay dos riesgos claros: tienen más radiosensibilidad y tienen más tiempo de vida [tras la exposición] para desarrollar las enfermedades”. El radiólogo puntualiza, no obstante, que los escáneres actuales “irradian mucho menos” y, probablemente, dice, la dosis media de radiación recogida en este estudio ya no es igual que la que usan ahora: “Esta cohorte se recogió hace 10 o 15 años y la tecnología ha evolucionado mucho”.

Josep Munuera, jefe de Diagnóstico por la Imagen del Hospital Sant Pau de Barcelona y ajeno a esta investigación, señala también que el estudio “está muy bien metodológicamente y el número de población tan alto refuerza la calidad” del análisis. Las conclusiones, señala, van en la línea de la práctica habitual de los radiólogos: “Todas las sociedades científicas abogamos por el principio ALARA: usar la mínima dosis porque se sabe que los rayos X tienen una parte positiva y otra negativa, como que producen cambios que pueden generar tumores. El valor que aporta este estudio es que se ve que esto no pasa exclusivamente en casos en los que se produce una radiación por exceso, sino que puede pasar en sujetos que se someten a un número bajo de pruebas”.

Munuera apela también a la calma: “No hay que crear una alarma especial porque esto es conocido, pero hay que reforzar la idea de hacer las pruebas más adecuadas porque hacer pruebas de imagen no es inocuo”. El médico, que es también responsable científico de la Sociedad Española de Radiología Médica, recuerda que el TAC es una herramienta “básica e imprescindible” y los dispositivos de nueva generación, insiste, ya reducen mucho la radiación. “Las nuevas generaciones de TAC irradian mucho menos, casi de forma equivalente a la radiación que se hace con una radiografía. El problema es que se hagan pruebas repetidas”, subraya. El radiólogo del Sant Pau señala, en cualquier caso, tres puntos a tener en cuenta: “Nos rige el principio ALARA. También el concepto riesgo-beneficio y si hay un beneficio diagnóstico, se balancea positivamente. Y, por último, hay que usar la mínima dosis, pero que sea diagnóstica; porque hay un límite físico en el que la imagen no es diagnóstica y necesitamos que sea suficiente para poder valorar”.

En declaraciones a la agencia Science Media Centre, Sarah McDonald, subdirectora de investigación de la organización Blood Cancer UK, que investiga sobre los tumores de la sangre en Reino Unido, ha señalado también que este estudio es “grande y está bien realizado”, pero “no prueba una causa directa entre un TAC y el riesgo de cáncer de sangre”. Los investigadores encuentran una asociación, pero no pueden constatar una causalidad: “Los factores de riesgo no son lo mismo que las causas y existen varios factores de riesgo de cáncer de sangre que están interrelacionados, y factores como la edad, el sexo y el origen étnico también desempeñan un papel importante”, ha apuntado McDonald.

Barber Martínez de la Torre, que es también presidente de la Sociedad Española de Radiología Pediátrica, pone en valor el contexto en el que se practican estas técnicas y su importancia. “Muchas de estas pruebas se hacen en niños enfermos, que tienen un pronóstico de vida ya marcado por la enfermedad. El no usar esta técnica puede ser un riesgo mayor que usarla. Esta publicación nos viene a recordar que lo que hacemos, lo hacemos bien, pero hay que controlarlo y mejorarlo porque hay que ser consciente de estas limitaciones y justificar bien su uso y limitar las dosis”.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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