Mercedes Milá: “A mí me ha matado mucho el tono en la vida. Tengo un pronto peligroso”
La periodista repasa su juventud, su carrera, su “pronto peligroso” y su relación con ‘Gran Hermano’
Llega en bici al centro de Mahón, la capital de Menorca, donde no solo pasa el verano, sino temporadas. Mercedes Milá (Esplugas de Llobregat, 70 años) rezuma una claridad desde su camisa blanca a tono con el cabello de la experiencia. Es maestra sin perder la picardía de principiante. Cree en la entrevista como género primigenio del periodismo. Posee un farolillo para descubrir cuándo le mienten y por eso ella, hoy, se esfuerza en ser toda verdad.
Pregunta. ¿Fue a un colegio de monjas?
Respuesta. Sí, claro. Gracias a Dios.
P. Debía de ser la jefa de la clase.
R. No, nunca. Era una chica con muchas preguntas encima de la mesa, pero me aburría. En el colegio del Sagrado Corazón lo que recibí fue un armazón social importante.
P. ¿En qué sentido?
R. Empezamos a votar, por ejemplo. Ensayos de democracia a partir de 1968. Éramos niñas bien y nos marcaban con esa conciencia de privilegiadas. Hasta que me di cuenta de que ser niña bien…
P. ¿Era malo?
R. Era malo. Era ser una gilipollas, había que borrarlo. Y fui niña mal, pero no mala, eh. Soy muy de blancos y negros. Mi perro Scott me está enseñando a matizarlo.
P. ¿Qué era ser niña bien en la Barcelona de los sesenta?
R. Llevar unas gafas que te impedían ver las circunstancias sociales y políticas de lo que tenías más cerca, todo ese sufrimiento. Era tener unos privilegios para jugar al tenis y entrar en clubes donde nuestros padres nos dejaban y se quedaban muy tranquilos. Lo que pasa es que yo me di cuenta enseguida de que aquello no era verdad.
P. ¿Cuándo?
R. Pues a los 15 o 16, casi coincide con cuando me saqué el carné de moto.
P. Porque empieza a moverse por otros ámbitos.
En mi familia no había periodistas. Eran marqueses por parte de madre y condes por parte de padre. La sangre azul, azul, azul
R. Sí. Además, al entrar en la Escuela de Periodismo de la Iglesia, que era la progre frente a la del Estado, coincidí con compañeros y profesores que no tenían nada que ver con mi mundo. En mi familia no había periodistas.
P. Eran marqueses.
R. Marqueses por parte de madre y condes por parte de padre. La sangre azul, azul, azul. Aristócrata de cojones.
P. Así que coge la moto…
R. Una Montesa pequeñita que me llevaba a todas partes y me compré con mis ahorros. Algo que agradezco a mis padres, que no nos hacían regalos por aprobar. Y eso que mi padre montó esa fábrica de motos. Entonces no se llevaba casco, atención al dato. Mi padre, que montaba muy bien en moto, decía: “Hasta que no os caigáis una vez, no me quedaré tranquilo”.
P. ¿Siempre quiso ser periodista?
R. No, a mí me interesaba la política.
P. Justo de lo que no se podía hablar.
R. Ya, pero en casa se oían muchas conversaciones sobre política.
P. ¿En qué onda?
R. Mis padres eran, yo diría, conservadores cristianos. El Concilio Vaticano II les había abierto los ojos. Y eso que mi padre había pertenecido al bando nacional, participó en la batalla del Ebro. Yo empecé periodismo con Filosofía y Letras, pero me aburría tanto en esa carrera… Los profesores eran espantosos. Para mí, aburrirme es un problema. Estoy aprendiendo a aburrirme ahora. Yo todo esto lo aprendo con Scott: a aburrirme, a ser paciente. Así que empecé a trabajar.
Al entrar en televisión empezó mi vida. Era la mujer más feliz de la tierra
P. ¿Qué era la televisión entonces?
R. En casa entró la televisión tarde. Mi padre en ese sentido era muy austero. Lujos, pocos. O quizás tenían algo de miedo, no lo sé. Para mí, al entrar en televisión empezó mi vida.
P: ¿No tenía una vida antes?
R. Fue un antes y un después. Era la mujer más feliz de la tierra. Iba con mi Montesa hasta que me compré un seiscientos color verde pasta de dientes.
P. ¿Y cómo descubre que es usted un animal delante de la cámara?
R. Yo no descubro eso jamás.
P. ¿España entera lo sabe y usted no se ha enterado?
R. Pues no. Yo lo que recuerdo es cuando me dijeron que tenía que fijarme en el piloto rojo. Que cuando se encendiera estaba en el aire y la responsabilidad era mía. Puf.
P. ¿Y quién descubre su don para las entrevistas?
R. No lo sé, solo sé que me ofrecieron entrar en Informe semanal y eso era un lujo. Después me fui a Madrid en 1977.
P. ¿Y ahí conoció a José Sámano, que fue su productor y su pareja?
R. Lo conocí al mes de llegar, nos enamoramos y pasamos 20 años juntos.
P. Luego llega Dos por dos, con Isabel Tenaille. La rubia y la morena. Poli bueno y poli malo.
R. Sí, ahora estoy repasando imágenes antiguas y me troncho con eso. Tengo la sensación de ser una cursi marisabidilla. Se notaba mucha diferencia entre ella y yo: ella serena y tranquila. Yo, ni idea, con ese tono, que a mí me ha matado mucho el tono.
P. O la ha salvado. En la tele, ¿no es uno de sus secretos?
R. Quizás en la tele sí, pero en la vida, no, porque soy muy impulsiva, ¿sabe?
P. Vaya…
R. El tono es todo en la vida.
P. ¿Y cuál es el suyo?
R. Demasiado brusco. Yo no lo controlo, o sea, no crea que yo controlo lo que sale de mi boca. Tengo un pronto peligroso.
P. ¿Cuántas veces ha tenido que pedir perdón por eso?
R. Muchas. Pero también es cierto que lo pido. No me duelen prendas si he sido impertinente o no he dicho lo correcto. Quizás tengo un nudo en una relación con una amiga que no he podido desatar, pero aspiro a ello. Supongo que algún día lo conseguiré.
P. ¿Y con más gente? ¿Hermanos, familia, parejas?
R. Con mis hermanos nunca he tenido conciencia de que tuviera que llegar a preocuparme. Con parejas, sí. ¿Quién no se enfada con su pareja?
P. ¿La entrevista qué es?
R. La reina del periodismo. Y la televisión es mágica para ello. Tiene el fortísimo músculo de la imagen. Que se te vea temblar el ojo si mientes o el labio superior, que te entren sudores…
P. ¿Cuántas veces ha tenido la sensación de que le mienten ante las cámaras?
R. La he tenido y lo he llegado a verbalizar. Se asustan un poquito… Cuando el ojo se mueve de un lado al otro en horizontal, mienten. He aprendido mucho de eso en Gran Hermano, la gran escuela para mí.
P. Le cayó una buena con eso, que si se había vendido.
R. Ya, que me pagaban muy bien, también lo digo, ¡eh! Me masacraron muchas veces. Incomprendida no, me la soplaba, pero me parecía injusto con los chavales. José, aunque ya estábamos separados, me llamaba y me decía: no hagas caso, que estás haciendo algo único.
P. Casi acaba con usted Gran Hermano.
Mi madre siempre decía que yo no tenía medida. Y es verdad. Me quemé, me quemé.
R. Sí, porque no tengo medida. Mi madre siempre decía que yo no tenía medida. Y es verdad. Me quemé, me quemé. Me fascinaba. Había unas cosas que ver ahí dentro… Dije que era un estudio sociológico. Era periodismo puro. Ser la primera en hacer una entrevista a alguien que salía de esa casa en carne viva era una joya. Explicar lo que ocurría durante la semana era periodismo.
P. Pero la hundió en una depresión. ¿Gran Hermano entró en su vida y le sirvió para cubrir un vacío emocional?
R. Total… Yo me había separado de José en 1996 e inmediatamente me enamoré de Carlos Castillo, mucho más joven que yo. Me dejó, creí morir y entré en Gran Hermano. Superé el dolor del desamor con eso. Volvía a casa a llorar. Me quitó la salud, pero después de José y de Carlos no me he cruzado con nadie como para cogerle la mano. Y no pasa nada. Nada. Está Scott, a quien le digo que le quiero varias veces al día y no me quita la mirada. Nunca. Me salvó que me dejaran hacer todo el proceso del programa. Hasta el casting.
P. ¿Cómo es España en un casting de Gran Hermano?
R. Ver personas que desean salir de donde están y llegar a un lugar mejor. Una cajera, un mecánico…
P. ¿Quién los hacía?
R. Psicólogos, guionistas, sobre todo mujeres que tienen un ojo más desarrollado para saber quién valía o quién no. Ha sido el gran aprendizaje de mi vida. Lo aguanté por entusiasmo hasta que empecé a flojear.
P. ¿Cree que lo notaba la audiencia?
R. Algunos dicen que sí, yo no lo creo. Aunque tenía todas las conexiones cerebrales básicas descompuestas. Estrés psicológico y físico constante.
P. ¿Se lo contó a sus jefes?
R. No, aunque alguno de ellos lo sabía. Era mejor que no se enteraran y ya está. Y vamos a dejarlo que me duele hasta el sacro.
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