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América Latina sigue bailando

Ante el cierre de locales por la pandemia, distintas iniciativas en redes impulsadas por gestores culturales o los propios artistas trasladan la fiesta virtual a las casas

Varios participantes en una fiesta convocada 'online' que reunió a casi 2.000 asistentes de toda la región el pasado 26 de julio.
Varios participantes en una fiesta convocada 'online' que reunió a casi 2.000 asistentes de toda la región el pasado 26 de julio.Ángela Pinilla Herrera (Radio Ambulante)

El coronavirus, refractario al goce físico y espiritual que produce la música y el baile en América Latina, ha puesto el candado a los locales de fiesta y ha convertido en territorio vedado los patios y calles en las que tantas veces los latinoamericanos han celebrado un día más de vida. Pero si la violencia y la pobreza no han podido quitarle a esta eterna parranda su apellido, un virus tenía pocas posibilidades de conseguirlo. Las gaitas y los tambores han vuelto a sonar en el Caribe. Las guitarras se afilan en Argentina. Los corridos y las rancheras mexicanas aún tienen muchos dramas amorosos que relatar. La fiesta sigue en América Latina. Ahora se baila y se canta a través de internet.

Casi 2.000 personas se conectaron en algún momento de la noche del 26 de julio a la segunda fiesta que Radio Ambulante, uno de los podcast más relevantes en español distribuido por NPR (la radio pública de EE UU), organizó en remoto. En los puntos álgidos del evento, 900 invitados bailaban juntos, aunque desde los salones de sus casas, a través de Zoom, la herramienta de videollamadas más cotizada de esta pandemia. “Desde niños disfrazados de superhéroes bailando con sus padres, hasta ancianos solos tocando instrumentos. Hay de todo: familias, parejas, grupos de amigos, adolescentes... De todas las edades, de muchísimos países”, cuenta Jorge Caraballo, editor de crecimiento de una plataforma que no se dedica a la música, sino a contar historias de América Latina.

Los invitados a la fiesta de Radio Ambulante llevan casi cinco meses confinados (de distintas maneras) en sus casas de Colombia, México y Argentina, entre otros países. La restricción ha golpeado con dureza a la línea de flotación de la cultura latinoamericana: el baile. Ante esta situación de pandemia cultural, las redes sociales se han convertido en una vía de supervivencia para sortear la crisis económica y emocional que supone para muchos ciudadanos dejar de escuchar música, abrazar a su pareja y dejarse llevar por el ritmo. En La Troja, el templo del baile en Barranquilla, una de las regiones de Colombia más afectadas por el coronavirus, la rumba se paró el pasado marzo después de 55 años sin interrupción. Este salseadero es ahora un templo cerrado, pero no muerto, “nunca apagado”, como dice su dueño, Edwin Madera. “Nos ha tocado reinventarnos”, asegura mientras explica cómo ha echado mano de la emisora virtual Radio La Troja para continuar con su tarea: que la gente no deje de bailar. “Hacemos sesiones en vivo con DJ de La Troja para seguir conectados y así seguir rumbeando con grabadora”, cuenta Madera. “Tenemos oyentes hasta en el Sinaí y en Japón”.

Muy cerca de Barranquilla, los champetúos, como se llama a los bailarines de champeta de los barrios populares de Cartagena -a los que Shakira situó en el mapa después de subir este ritmo al escenario de la SuperBowl-, intentan seguir azotando baldosa dentro de sus casas o sacando los picós, enormes equipos de sonido, al balcón o al quicio de las casas a pesar de la prohibición de la Policía.

“Ante las restricciones, en los patios de muchas familias ha imperado el regreso al origen de ese tipo de fiestas, más personales, como cuando los primeros picós aparecieron en los cuarenta”, apunta Don Alirio, el nombre picotero tras el que está Carlos Mario Mojica, curador e investigador musical de los ritmos afrolatinos, cuya cuenta de Twitter se ha convertido en otro punto de encuentro para los amantes de la música que luchan contra la cuarentena: “Me gusta crear y promover sets afroantillanos y del caribe en general cuyo propósito no solo es hacer bailar, sino generar algo de interés entre los melómanos universales”.

En Ciudad de México se cuentan ya las primeras víctimas. El salón de baile Los Ángeles, el más antiguo del país, abierto desde los años treinta, lleva cuatro meses cerrado por la pandemia. Los dueños se plantean ya levantar viviendas donde antes bailaron Frida Kahlo y Diego Rivera, Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes. Otros intentan adaptarse a las épocas: el pasado 8 de agosto se realizó el primer autoconcierto en la capital. Los asistentes llegaron en coches y con mascarillas al espectáculo de la banda mexicana Moderatto.

Los domingos en la Argentina de pandemia son menos tediosos gracias a las sesiones del músico instrumentista y DJ, Nico Cota, que ha tocado con Fito Páez, Luis Alberto Spinetta e Illya Kuryaki and the Valderramas y lleva 28 años poniendo música por el mundo. Su fiesta por Instagram en @nicocotareal comienza a las ocho de la noche, mientras “prende la cena” y va hasta las diez, todos los domingos. “Mi música siempre dio para el ATP (apto para todo público) pero es la primera vez que puede llegar a alguien más que a los adultos que iban a un lugar”. El también productor musical que se mueve entre el funk y el soul no cree que la pandemia cambie radicalmente la forma en que bailamos pero sí que herramientas como Instagram llegaron para ampliar la experiencia de baile para cuando todo esto pase.

Fiesta Bresh, un fenómeno en el sur del continente

Pero el baile en Argentina, Uruguay y Paraguay se prende los sábados desde Buenos Aires, con la Fiesta Bresh. Un fenómeno que ha logrado reunir 850 mil visualizaciones con un pico de 83 mil visitas en simultáneo a través de Instagram. Antes era un encuentro presencial que juntaba a miles de personas en boliches (discotecas) y eventos al aire libre y hacía giras, pero se mudó desde abril a las salas de las casas. “Ha sido todo un aprendizaje y totalmente diferente a una fiesta presencial. Lo único en lo que se parece es que suena música, pero la manera de ambientar, las luces, las cámaras, la interacción, todo es distinto. Tiene algo de performático”, dice Juane, productor y DJ de la Fiesta Bresh. Durante una hora y media, él y otros DJ ponen música con “un rango muy amplio” que hace que se sumen adultos y familias, toda una sorpresa para el equipo. Desde la cama, con disfraces o haciendo fiestas paralelas en zoom con los amigos, o vistiéndose como si fueran a la discoteca, cada quien la vive como quiere. “Una vez nos llegó un video de una familia en la que el padre se disfrazó de guardia de seguridad y la mamá de barwoman para que sus hijas ‘ingresaran’ a la Fiesta Bresh”, cuenta el DJ de esta fiesta que también ha atraído a celebridades y músicos de trap de la Argentina.

El coronavirus, otra pandemia más para las islas del Caribe

Desde San Juan, en Puerto Rico, Mariana Reyes, gestora cultural, contesta apurada por email a EL PAÍS. Se acerca una tormenta y no sabe cuándo volverá a tener conexión. El coronavirus se suma a la lista de pandemias que asolan la isla desde el terrible paso del huracán María en 2017. Su centro cultural, La Goyco, situado en el barrio en el que creció Ismael Rivera, uno de los iconos de la salsa, ha sorteado esta nueva crisis con talleres digitales, además convertirse en una central de ayuda: han realizado pruebas para la detección del virus y han repartido comida. Para septiembre, preparan el lanzamiento online del esperado nuevo álbum de Rita Indiana. Y continuarán con talleres digitales de bomba y plena -dos ritmos musicales originarios de Puerto Rico-. “El giro del sector artístico hacia lo digital fue casi inmediato cuando empezó el encierro el 15 de marzo. El huracán María nos dejó un entrenamiento colectivo en el arte de resolver ante prácticamente cualquier situación”, dice al mismo tiempo que reconoce que esta pandemia “no puede acabar con el bailoteo, del género que sea, desde la salsa hasta el perreo intenso”.

En la misma situación se encuentra Haydée Milanés desde La Habana. La tormenta también ha azotado Cuba. La cantante, renovadora del jazz cubano e hija del músico Pablo Milanés, recurre a los audios de WhatsApp para explicar, ante la adversidad pandémica y climática, cómo la cuarentena ha agudizado -un poco más- el ingenio de los artistas cubanos para seguir creando. “Mis cuentas en redes son ahora mismo el medio que tengo para llegar a mi público. Hacemos directos de conciertos en casa, grabamos colaboraciones con otros artistas [entre otros con Omara Portuondo, cantante de Buena Vista Social Club, y Chucho Valdés]”, dice.

“El encierro ha llevado a que los músicos cubanos comiencen a saldar deudas pendientes que tenían con la gestión de redes. Se han dado muchos conciertos en vivo a través de plataformas como Facebook e Instagram, se han mostrado muy activos interactuando con sus seguidores en las redes”, explica Rafa G. Escalona, responsable de la revista musical cubana (e independiente) Magazine AM:PM. Con las limitaciones de acceso a internet que sufren los cubanos por los fallos estructurales y el alto precio de la conexión, muchos de estos conciertos online se retransmitieron en la television pública para que llegar a más ciudadanos. “No podemos acceder de manera directa a Zoom o Spotify, pero se han buscado alternativas, como el uso de bots en Telegram que permiten acceder a la música de Youtube o servicios de streaming como Deezer”, cuenta Escalona. “Ha habido una explosión de canales en Telegram para compartir música”. Y cuando falla internet, queda la música en directo en casa. “Espero que en algún momento nos podamos volver a reunir y a bailar. Y si no, lo seguiremos haciendo en nuestras casas. El cuerpo lo pide. La música no va a dejar de existir, es algo que el ser humano necesita espiritualmente”, concluye Milanés.

Con información de Constanza Lambertucci desde México.

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