El poder del lenguaje como talento de una organización digital
Todo comienza en el lenguaje, en el deseo por entender a los demás y hacernos entender. En nuestra destreza para con nuestro idioma
Hace pocas semanas, una escuela de negocio digital en Madrid me invitó a participar en un debate sobre cuáles serán las competencias sociales y humanísticas más demandadas por las empresas durante la próxima década.
El intercambio de pareceres entre los que fuimos convocados para estar en el escenario fue plural y afortunadamente hubo leves discrepancias para el deleite de los asistentes. Cuando el acto llegaba a su fin, el moderador nos pidió que, como colofón, seleccionáramos una sola competencia o habilidad que sirviera como prescripción o síntesis final para los oyentes.
Entre los compañeros que me acompañaban, según recuerdo, sus elecciones fueron aforismos de moda como “amar la incertidumbre,” “ser resiliente”, “tener un imperecedero hambre de conocimiento”, “practicar la cooperación” o “mantener la serenidad ante las adversidades”. Alguno de ellos hizo referencia a que nuestro modo de actuar debía articularse como un medio para conectar con el pensamiento positivo y así sobreponerse al pesimismo; en un contexto internacional, se trataría de adoptarlo como un antídoto que nos aliviara del hecho de que “Europa está triste”.
Recreé inmediatamente en la imaginación la alegoría que me transmitía este último enunciado. Una Europa carente de un propósito meditado, obsesionada por resultar ágil, flexible y prácticamente insensible al caos y las sorpresas del destino por crueles que estas puedan llegar a ser. Cuando fue mi turno para señalar lo que creía, sentí el deber de trasladar aquello que considero que está en lo más profundo de lo que nos define como europeos, en nuestra herencia.
En mi opinión, se trata de la comprensión lectora y saber escribir; entender, memorizar y utilizar las palabras con precisión y dominar el discurso del lenguaje como el arte central para establecer el nexo entre ser en el mundo, creando e influyendo en el devenir de los acontecimientos, y tener conciencia para reprimir cualquier tentación de agresión y de conducta autoritaria y antidemocrática. En resumen: todo comienza en el lenguaje, en el deseo por entender a los demás y hacernos entender. En mi destreza para con mi idioma.
Recientes informes de McKinsey (“The Future of Work in America”) y del Foro Económico Mundial (“Data Science in the New Economy”) muestran que las otras competencias, las hard skills (conocimientos y técnicas) más demandadas se encaminan hacia todo lo que tiene ver con la adquisición, administración y visualización del dato (puestos de Data Scientist, Data Management, Data Visualization, y especialistas en Machine Learning o programación estadística y matemática). Sin embargo, la doctrina desde la que concebir esos puestos de trabajo caerían en una aporía si solo generaran presión en el mercado para recalificar perfiles y modificar currículos educativos en las universidades con el fin de distribuir una mentalidad sesgadamente positivista anclada a la praxis operativa de saber desarrollar o gestionar un software de inteligencia artificial. Lo esencial es quién tendrá después las capacidades para realizar la interpretación y si los fines para los que esta se utilizará serán éticos y legales.
El lenguaje posee una metafísica propia: es el inicio de mi pensamiento.
El arte de la interpretación necesita del dominio del lenguaje por parte del sujeto si este quiere conectar la dialéctica y la analítica con los resortes de la creatividad (si no, corre el riesgo de utilizar unas categorías equivocadas y un vocabulario empobrecido para tratar de descubrir fenómenos de naturaleza poliédrica y sujeta a la variación y la unicidad).
Además, para poder realizar una interpretación que no sea superficial ni vulgar, el hecho de poseer un marco teórico rico es condición necesaria. Sabemos de la hostilidad que hay arraigada en la cultura popular hacia lo teórico, siempre empeñada en hacerlo parecer superfluo e inútil. Esto se debe a que, por lo general, la teoría encierra un componente crítico que suele poner todo en duda, identificando lo que anda mal en un sistema dado y descifrando las causas que precipitan ese error, lo que resulta incómodo para quienes han adaptado su visión de la realidad a un determinado modelo, que puede estar lleno de falsedades o, simplemente, sobre el que no desean intervenir con el fin de evitar contradicciones con sus creencias personales.
Lo teórico está asociado con la intelectualidad, otra categoría del ser que ha sido vilipendiada por considerarse portadora de blasfemias, y que no genera monetización o enriquecimiento, así que ha ido siendo arrinconada en tipologías menores. Solo así se entiende que las profesiones de profesor o maestro no hayan adquirido el prestigio o la importancia que en el plano ideal se les debería reconocer.
Theodor Adorno descubrió que este tratamiento tan severo y desconsiderado está enganchado a nuestro inconsciente político heredado, ya que el gremio de los maestros, durante muchos siglos —desde la Edad Media hasta el Romanticismo— fue considerado simplemente como el grupo de sirvientes encargado de cuidar de los hijos (en los casos en que las familias pudieran permitírselo). Además, hay razones psicológicas para pensar que el culto al intelecto es capaz de generar en una parte de la sociedad un resentimiento psíquico latente por privar a muchas personas de su fortaleza (o mejor dicho, por mostrar claramente sus debilidades), provocando cierta desafección.
Al margen de esta digresión, es importante enfatizar en la urgencia de prodigar y conservar el lenguaje en todas sus dimensiones. Si quieres cuidar de ti mismo y de quienes te rodean tienes que poder desenvolverse libremente y con solvencia en un entono cada día más tecnológico y mediatizado, diseñado desde ciertos ámbitos para convertirte en un blanco fácil para ser manipulado, ya no solo para incitar la compulsión del consumo, sino para inducir o determinar tu intención de voto y posicionamiento político en el que debes creer sobre cualquier aspecto de la vida, sea relevante o insignificante.
El lenguaje posee una metafísica propia: es el inicio de mi pensamiento. Pulir el lenguaje es también pulir mis ideas y concepciones, y viceversa. He aquí una sugerencia para todos aquellos jóvenes emprendedores que se sienten impulsados a transformar el mundo a través de las tecnologías y la economía digital: lo primero que deberías considerar es el regreso a tu tierra, a tus raíces, para así tomar conciencia de que son tus palabras la materia prima de la que surge tu voluntad y entendimiento y, por tanto, son la cadena de transmisión de tus actos. No habrá progreso si no sabes construir un discurso, una narrativa y un porqué desde el cual reflexionar sobre los motivos por los que hay que perseverar en la existencia.
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