¿Es lo digital aún sinónimo de futuro?
'Posdigital' es el momento en el que borramos una innecesaria división entre lo que ocurre dentro de la pantalla, como una realidad falsa o virtual, y lo que ocurre fuera de ellas. Hoy, cada vez más, la vida real discurre entre pantallas, medios y entornos analógicos, todo junto
Se hablaba de una futurible cibercultura, tal como ilustró Pierre Levy en 1997. En 1984, William Gibson publicaba la novela Neuromante, donde acuñaba por vez primera el término ciberespacio (aunque la descripción que diera de este no se parece superficialmente a lo que ha acabado siendo). Se hablaba de cibernética allá los años 1950 como el campo que estudiaba la comunicación y, sobre todo, el control en los humanos, las máquinas, los animales y también entre ellos.
En el momento Y2K, ese momento de paso entre el segundo y el tercer milenio, estalló la crisis puntocom. Aquella que, aunque no tan conocida en el ámbito hispanohablante, significó el cierre de muchas empresas y negocios que aun no se llamaban startups, y una crisis financiera en EE UU significativa con impacto en otros países.
A partir de entonces emergieron nuevos modelos de negocio. La adopción de las TIC y de Internet superó unas cotas que excedían el margen de una mera tendencia efímera (así hasta no hace mucho la creencia de algunos que observaban Internet). En 2004 se celebró en San Francisco el primer Web 2.0 Summit, recogiendo un término nuevo que un desarrollador web de entonces, Darcy DiNucci, acuñara cinco años antes.
En parte se podía ver una nueva forma de concebir las TIC. Todas aquí conocemos ya a qué se refiere, más o menos, la web 2.0: webs y poco después plataformas que posibilitaban la creación y compartición de contenidos de los usuarios mismos sin que necesitaran saber picar código (aunque los foros, ya existieran en el 1.0).
Aparecieron las plataformas para la fácil creación de blogs, y las etiquetas y anillos de webs, las wikis, y todo un universo ciberespacial que explotaba lo mejor de la www. También emergieron las primeras redes sociales, como el Photolog, el Myspace, o Facebook.
Es en este momento, a medida que avanzaba la década de los 2000, donde lo digital substituye con éxito, semánticamente, a lo ciber (aunque sí, ya existía la palabra siglos antes, y ya se había usado en los 90 la expresión revolución digital). Y lo ciber se queda para lo malo: ciberbullying, ciberseguridad, ciborg, ciberpunk…
En ocasiones, se distingue lo digital de lo cibernético bajo distintos argumentos muy técnicos, pero tratar de aislar la dimensión e inmersión de ambos conceptos, ciber y digital, de lo cultural y lo social, solo sirve a favor de revestir forzosamente discursos tecnodeterministas cada vez más inoperativos para explicar un mundo exponencialmente complejo.
Lo digital era futuro
Google Images, al buscar el término digital, permite ver cuan rápido se ha asociado lo digital con lo futurista, y, por defecto, con el futuro. Ejecutivos y ejecutivas pulsando lo que podrían ser pantallas holográficas con interfaces a lo Minority Report. Azul y blanco nuclear combinados con textura de códigos infinitos en todas las perspectivas posibles a lo Matrix, o estampados con reflejo láser de redes y esquemas de placas electrónicas…
Sin embargo, si nos ponemos a examinar lo que lo digital significa hoy, previsiblemente encontraríamos harina de otro costal. Exige navegar entre una aparente tensión entre lo futurista y lo viejo, la alta tecnología hermética y la nostalgia de los bajos bits, pasando por la pura anodinia del día a día.
Seguimos teorizando que estamos o bien en una revolución digital sin finalizar (por ahí desfilan nuevas tecnologías como fuerzas del cambio determinísticas), o bien decidimos dividirlo entre dos revoluciones industriales.
Se dice que la revolución digital no está muerta, sino que está de parranda. Esta perspectiva permite visualizar aun futuros digitalizados, donde las tecnologías y políticas son cibernéticas, pero tiene un deje contradictorio, un ligero matiz, con respecto a la idea de que los cambios son muy fugaces o, como se prefiere aplicar a todo, exponenciales.
Si asumimos el fechado de las primeras tecnologías informáticas comerciales o TIC hacia los años 1960 y 1970 (la Tercera Revolución Industrial del World Economic Forum) como el inicio de una revolución cibernética y digital al alza, y se añade como premisa que la revolución digital aun no ha terminado en sí, esto es, seguimos en el 2019, diríamos que lleva ya 50 años a la redonda. Según diversas escuelas historiográficas, para hacernos una idea, la 1ª Revolución Industrial duró entre 50 y 80 años, y la Segunda, más o menos lo mismo.
Ahora bien, los que reivindican que no estamos en esa misma revolución tecnológica pueden distinguir que aquello que ocurriera en los años 60 y 70 era una movida totalmente distinta a la actual revolución que justo, se indica, acaba de comenzar (la Cuarta Revolución Industrial). Y así queda cuadrado la idea de que los cambios son acelerados, que no es una cuestión de perspectiva humana. Y que le quedan rato a las posibilidades tecnológicas digitaloides.
¿Es lo digital aun futuro?
Existe una mirada distinta. Se trata de lo posdigital. Y para poder introducirnos en esta mirada, hay que aceptar unas premisas distintas a las que sostienen las miradas digitalistas. La de que o bien estamos en una revolución digital sin terminar, o bien ahora comenzamos una que realmente sí es digital, se diría.
La premisa principal de lo posdigital implica entender que lo digital no es una cuestión exclusivamente tecnológica. La tecnología, su esfera, no es aislable por completo del mundo humano. Ni de la cultura. Ni de la política. Puede y debe ser leído también desde un ángulo antropológico. No solo económico.
Y así como sí observamos que estamos hiperconectados, y varias otras cosas digamos no-humanas se conectan técnicamente entre sí, las fronteras entre cultura, tecnología y políticas digitales se diluyen. Más aun, ya podemos aceptar que la división entre una economía digital aislada del resto de economía es inadmisible si incluso aceptamos la mirada de lo que llamamos transformación digital. Valga tanta redundancia
¿Qué significa posdigital? El prefijo post no significa aquí tanto lo que sucede después de una época (y que por tanto esa época se ha acabado), sino de una revolución acabada. Así como se aplica con el movimiento postpunk.
Aunque tampoco es una palabra nueva, y se ha visto de manera tímida en el ámbito de los negocios, es de momento reconocida en ámbitos artísticos y académicos. En un artículo de 2014, el investigador cultural Florian Cramer, aunque él mismo confiesa que la palabra no es que sea bonita, describía el momento como lo que sucede después de la digitalización, un momento en el que lo digital no significa revolución, sino cotidianidad, familiaridad, y se ven relaciones más críticas con los dispositivos y plataformas.
Posdigital es el momento también en el que borramos una innecesaria división entre lo que ocurre dentro de la pantalla, como una realidad falsa o virtual, y lo que ocurre fuera de ellas. Hoy, cada vez más, la vida real discurre entre pantallas, medios y entornos analógicos, todo junto.
La separación entre lo on y lo off es cada vez menos claro. Debido a tecnologías como el IoT y la fabricación digital, cierto, pero también por un proceso de ensamblaje culminado con nuestro día a día. Es aquello que algunos vienen a llamar la experiencia fluida phygital. No tiene ya sentido hablar de experiencias multipantallas. La experiencia es una y fluye entre pantallas y espacios sociales, físicos.
Lo postdigital es así mismo el debate sobre la ética y la regulación. Ya no toleramos (tanto) el clásico discurso de que las innovaciones tecnológicas solo traen cosas buenas. Estamos algo más atentas a cuestiones como la privacidad, la vigilancia, o quien y bajo qué premisas diseña el algoritmo.
Hace menos de medio año Accenture se animaba a tomar prestada esta palabra, “posdigital” en un informe abierto. Alineando, anunciaba que lo digital (en este caso, el uso de tecnologías TIC) ya no caracterizaría el valor diferencial de ningún negocio. Que la innovación podía también ser desplazada a espacios no tan tecnológicos. Con otros métodos. Excepto por tecnologías futuribles como la computación cuántica, dicen (ignorando otras tecnologías no electrónicas convergentes, como las biotech).
El simple hecho que existan diversas miradas sobre el momento tecnológico, social, económico y cultural que vivimos enfatiza que no puede ser posible una única respuesta universal sobre qué podría ser el mañana. Y, en cierto modo, tampoco es posible un único futuro. Lo único claro es que digital a secas ya no suena tan a futurista.
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