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Las monedas sociales, antítesis del bitcoin en la era de las criptodivisas

Los sistemas monetarios locales y sociales se están poniendo al día. Ya es común el pago electrónico y el Rec, recién llegado a Barcelona, incorpora hasta 'blockchain'. ¿Regla de oro? Prohibido especular

Getty Images

La mola es una moneda social en las antípodas del bitcoin. Minar una unidad de la criptodivisa cuesta, de media, la energía que consumiría un hogar estadounidense en dos años. Conseguir una mola cuesta cuatro kilos de materia orgánica que más pronto que tarde volverán a la tierra que los vio nacer, convertidos en compost. De ahí el nombre de la divisa complementaria que se puso en circulación en el distrito madrileño de Hortaleza en 2017: Materia Orgánica Liberada.

Cada divisa alternativa es un mundo, pero podría decirse que todas las monedas sociales y locales comparten algunos objetivos básicos: asegurar que el dinero se queda en la zona donde es válido, promover la compra en pequeños comercios y fomentar las relaciones vecinales.

De acuerdo con lo diseñado por la asociación Coopera y Composta, las molas venidas del compost  que los vecinos entregan en el colegio Luis Cernuda y el área de compostaje comunitario de Hortaleza sirven para pagar al menos el 10% del valor de los productos de las tiendas adheridas a la red. Si compro carne picada por valor de diez euros, me descuento uno e invierto una mola. "El que trae los residuos recibe las molas y cuando va a comprar, es como si le mandara un mensaje a la tienda", explica Ángel Callejo, parte del equipo promotor de la moneda. La idea es que la red de comercios también actúe como consumidora en la red e incorpore las molas a sus transacciones con proveedores. El compost resultante se reparte entre las familias participantes y se emplea en el huerto escolar y otras áreas públicas que se van arreglando con la participación vecinal.

La mola es digital, está integrada en la plataforma que ofrece Clickcoin para la administración de unidades de valor: lo mismo gestiona dinero respaldado en compost que en euros o incluso en minutos, como hacen los bancos de tiempo. "Llevar esto a cabo sin una herramienta de gestión es prácticamente imposible, porque toda la fuerza que tienen para impulsar el proyecto, que es lo realmente difícil, se la gastan en controlar la moneda", explica Lorenzo Fuentesal, director ejecutivo de la empresa.

Clickcoin, muy en la línea de los proyectos de economía alternativa que hace posibles, tiene un modelo de negocio inspirado en Robin Hood. "Intentamos ayudar a los proyectos que no tienen fondos. A las entidades que sí tienen recursos sí se les cobra".

La gente necesita adaptarse a la nueva moneda y aprender a confiar en ella

Otras monedas locales también emplean esta herramienta como vehículo para hacerse realidad, es el caso de la Ossetana, de San Juan de Aznafarache (Sevilla) o los Costavales, de Santa Comba (Galicia) y pronto se sumará al grupo el casi recién nacido varamedí, del municipio extremeño de Zafra. "Necesitamos que todo se asiente, la gente necesita adaptarse a la nueva moneda y aprender a confiar en ella", explica Irene Galindo, técnica de la asociación Movimiento Páramo, que impulsa este proyecto.

El varamedí, que entró en circulación en junio, ha empezado por el efectivo, pero lo ha hecho por todo lo alto. Sus billetes se imprimen en la misma imprenta que fabrica el ilustrísimo Bristol Pound, la moneda local de la ciudad homónima, que lleva en circulación desde 2012. "Todo el que ha visto nuestros billetes se sorprende de la calidad que tienen y de lo bonitos que son", asegura Galindo.

Hay billetes de 5, 10 y 20 varamedís, y monedas de uno.
Hay billetes de 5, 10 y 20 varamedís, y monedas de uno.Movimiento Páramo

Y no es todo belleza. Los varamedís incorporan todo tipo de elementos de seguridad para prevenir falsificaciones y fraudes: tienen elementos reactivos a la luz ultravioleta, trazas, hologramas, patrón diamante, un cuadrado de tinta calórica que desaparece al frotarlo, número de serie y papel sensible a los rotuladores para papel billete. Sin embargo, las monedas sociales no son presa fácil ni especialmente apetecible para maestros del fraude. Aunque incluso las digitales procuran garantizar ciertos mínimos de seguridad o limitado de sus áreas de aplicación les resta atractivo. En resumen, nadie se las va a llevar a un paraíso fiscal.

El varamedí no es una moneda especulativa, pretendemos evitar todo eso

Con la moneda zafrense se han hecho pulseras, llaveros y hasta las arras de una boda. En su uso comercial, mueve entre 10.000 y 14.000 varamedís mensuales, procedentes del cambio en euros, y aceptados en la red de establecimientos adheridos y para la compra de entradas en las funciones culturales del Teatro de Zafra. Para fomentar el uso de la nueva divisa se promueven ofertas: un café de 1,20 euros puede adquirirse por un solo varamedí. "Cada varamedí que hay en la calle es un euro que hay en la cuenta bancaria. Esa regla no se puede romper".

"¿Eso qué es, un bitcoin?". Esta es una cruz que cargan todas las monedas sociales desde que las criptodivisas alcanzaran su gran estallido mediático. En el acervo popular, si no es moneda, es criptomoneda. "El varamedí es todo lo contrario. No es una moneda especulativa. Pretendemos evitar todo eso", sentencia Galindo. Cada vez que el bitcoin da un pinchazo, la técnica escucha pacientemente las advertencias de los vecinos: "Ten cuidado, niña, que eso está bajando".

El jarama, que lleva circulando por Rivas-Vaciamadrid (Madrid) desde 2016 y también tiene un sistema de gestión electrónica, no es ajeno a esta desafortunada confusión. "El problema de la tecnología es que a veces es tan potente que impregna la propia filosofía de las cosas. Hay que separarla. Es una herramienta para cumplir objetivos, pero tenemos que tener muy claro cuáles son", razona Jose Mayoral, coordinador de la moneda que promueve la asociación VaciaRivas. Sin embargo, el jarama no descarta pasar por el aro de la cadena de bloques. "El bitcoin tiene unos objetivos que no son los nuestros. La tecnología que tiene detrás sí nos parece súper interesante. Ya hay varias monedas que están aplicando blockchain y nosotros estamos estudiándolo".

Más parecido al bitcoin, sin intención alguna de llegar a serlo, es el rec. Esta divisa se ha puesto en circulación como parte de la renta mínima de inclusión de 315 usuarios del proyecto B-Mincome en el Eje Besós (Barcelona), pero ya está abierta al cambio de particulares: un rec vale un euro y los comerciantes están obligados por contrato a respetar esta equivalencia. "En este momento estamos priorizando monitorizar. Queremos esperar a que haya más rodaje en el sistema antes de lanzar una campaña para atraer otros usuarios", Susana Martín, responsable de sistema monetario, legal y tecnología del rec.

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El rec ya está basado en blockchain, aunque por lo pronto, no está distribuido. "Podemos aprovechar la solidez de la base de datos y, quizás, optar a futuros desarrollos", explica. "Desde que hemos empezado, la incidencia más habitual ha sido recuperar la contraseña. Imagínate si esto fuera una cadena de bloques distribuida y pierden el dinero cuando pierden la contraseña. Por ahora, no se adapta a nuestras necesidades".

La moneda demos, nacida hace seis años en La Isleta (Gran Canaria), se desvinculó por completo del euro. "La idea era crear una alternativa. Si podemos reducir un poquito la dependencia, aunque sea modestamente, si consigues ahorrarte 20 euros al mes y haces intercambios con otras personas de tu entorno, se crea esa vecindad y esos nuevos lazos", explica Miguel Ángel Figueroa, parte del equipo de Demos.

El proyecto apostó por la renta básica. Sus usuarios tienen, literalmente, un sueldo para toda la vida. Cada mes reciben una paga en demos en sus cuentas personales, aunque esta varía en función de sus aportaciones al mercado de bienes y servicios que se organiza en la propia plataforma. "Siempre pedíamos rentas básicas a la política, así que decidimos intentarlo. Ha sido el gran reto y seguramente es mejorable, pero la matemática que hay detrás parece que responde".

Además, la plataforma se puso desde el principio al servicio de las instituciones que quisieran incorporarla. "Por ejemplo, el ayuntamiento de Santa Brígida organiza mercadillos en moneda social que utilizan demos", señala Figueroa, que se muestra satisfecho con el recorrido que ha seguido su moneda alternativa. "No es que fuera la solución a la crisis ni mucho menos, pero sí que es verdad que mucha gente tuvo momentos en los que pudo pasar al día siguiente con la barriga llena gracias a que se organizaban entre ellos". Los artículos de primera necesidad han sido desde el principio el bien más preciado en la plataforma.

La relación con las instituciones es determinante en la supervivencia de las monedas sociales. Los 300.000 euros que circulan por el municipio catalán de Santa Coloma de Gramenet convertidos en gramas lo hacen con el impulso del ayuntamiento y los fondos de la UE. El varamedí trabaja con recursos de la Agencia Extremeña de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aexcid). El rec cobró vida gracias al programa político y se hizo realidad gracias al impulso del proyecto europeo B-Mincome. "Fue entonces cuando realmente conseguimos que el apoyo del gobierno de la ciudad se materializase", recuerda Martín.

El jarama nunca ha parado de intentar abrirse paso en esta senda. "Hemos tratado de tener relaciones con los grupos políticos de la ciudad, nos han recibido todos menos el equipo municipal. Nos parece muy interesante que participe el ayuntamiento porque hay varios ejemplos en España y Europa del potencial que tienen este tipo de monedas locales para el desarrollo de políticas públicas y locales", explica Mayoral.

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