‘Startups’ tejidas entre tapices
El espacio Loom, donde los emprendedores practican la innovación abierta, convive en pleno centro de Madrid con la Real Fábrica de Tapices
Cuando Felipe V fundó hace casi tres siglos la Real Fábrica de Tapices jamás pensó que los objetos de lujo que allí se iban a tejer serían startups. Más bien habría denunciado a la Inquisición a quienes ni siquiera hablan en castellano. Afortunadamente para los emprendedores, este imponente edificio regio, de más de 4.000 metros, les ha abierto sus puertas desde hace dos años para convivir con la tradición de un oficio centenario. Detrás de una simple verja, a escasos metros del parque del Retiro de Madrid, irrumpen tres naves atravesadas por un jardín en el que el bullicio de la capital deja paso al cantar de los pájaros. Loom quiere ser innovación en medio de la historia.
Una de las principales culpables de esta transformación es Paula Almansa, cofundadora de Loom junto a su hermano José. Conversadora inagotable con un pasado dedicado a la banca de inversión, deja claro desde el primer momento la ambición del proyecto. “Las startups que seleccionamos tienen que ser leyenda. Ambiciosas con la innovación que proponen. Mezclarse con toda la comunidad que estamos creando”, asegura. Ya para marcar la distancia con otras iniciativas similares, omite hablar de espacio de coworking. Para ella es un movimiento de transformación abierta a todos sus integrantes. “Al final, para que esto salga bien, requiere de la generosidad e implicación de cada uno de los equipos”, añade.
Toda la filosofía de Loom, que ya cuenta con una quincena de nuevas empresas, como Welever (una app en la que los trabajadores de las empresas proponen iniciativas solidarias) y Newtral (productora audiovisual de la periodista Ana Pastor), se resume en lo que Almansa denomina manifiesto K*Órdico –un caos ordenado por un asterisco–. Entiende que la innovación tiene que ser flexible, sin jerarquías, cercana a la naturaleza y sin temor al cambio. Si una startup necesita crecer, enseguida buscan el mejor lugar dentro de la fábrica aunque haya que mover a otros. Que hace falta aumentar la creatividad de los equipos, pues se programa un taller de música o pintura. Loom parece un motor en constante marcha del que todos tiran sin importar su posición. Lo único inalterable es ver detrás de los cristales a los trabajadores de la fábrica.
“Es un sitio que entra por los ojos. Esto es vida”. En tan pocas palabras resume Manuel Perpiñán, de Placebo Media (startup encargada de comprar espacios de publicidad en soportes digitales), lo que supone tener su compañía en este recinto. Junto con otros compañeros, sentados en sillas metálicas alrededor de una de las pequeñas mesas esparcidas por el jardín, como si de un parque se tratara, comparten todo lo que les ha supuesto encontrar este edificio. María Guerrero, de Acción Social por la Música, toma la palabra. “Trabajamos en red y colaboramos unos con otros. ¡Hasta hemos terminado haciendo cosas que nada tienen que ver con nuestro proyecto!”, exclama. “La curiosidad que tenemos nos ha llevado a aprender del resto. Incluso nos ayudan a desarrollar algunos productos”, se suma Luis Díaz, de Welever.
- Tecnólogos y tapiceros
Como si los artesanos de Felipe V todavía habitaran la Real Fábrica, sus inquilinos han construido una familia sin aparentes secretos de alcoba. Las startups se entremezclan con los tapiceros. Se mantienen informados de sus avances. “En pocas semanas van a terminar ya el tapiz de Sabra y Chatila”, apunta Perpiñán. En estas naves diáfanas, gobernadas por ordenadores y pósits, lo mismo se escuchan conversaciones de big data y blockchain que de sedas y bordados.
La indiferencia resulta incompatible con este edificio, y menos con el templete. Por él han desfilado desde humildes cortesanos hasta la nobleza representada por directivos de algunas empresas del Ibex. Pero no se dejen engañar por la ostentación monárquica. Esta pequeña estancia, construida al final del jardín con unas paredes rosáceas y con marcas evidentes de humedad, servía de baño. Ya sin letrinas, reuniones, desayunos corporativos y charlas informales se han convertido en huéspedes habituales del que ahora es el buque insignia del trono.
Tanto es el ajetreo, que a los creadores de Loom la Real Fábrica de Tapices se les ha quedado pequeña. El barrio de Huertas y la llamada Plaza de los Cubos verán cómo en pocos meses el caos de varias startups se apodera de sus edificios. “Nosotros también queremos evolucionar nuestro concepto de trabajo y estas apuestas traerán otro tipo de actividades a la ciudad”, vaticina Almansa sin revelar más.
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