La inteligencia artificial de hoy y la ‘Guerra de las Galaxias’ de Reagan
En absoluto puede afirmarse que la IA actual sea un bluf, pero sí tiene categoría de arma geopolítica contra Europa, emulando lo acaecido con aquella batalla de propaganda de los años 80
La expresión inteligencia artificial (IA) está constantemente en boca de gentes que hace solo cinco años poco sabían de ella (por ejemplo, los economistas de EE UU). Se recurre a la mediática IA como sustituto de digitalización, palabra mucho más importante en términos económicos y laborales. Evitemos hablar de IA, a menos que acordemos redefinirla como un superconjunto de todas las tecnologías y aplicaciones digitales.
La IA, acuñada en 1956, ha tenido una historia académico-financiera muy compleja, incluidas especulaciones alocadas de sus fundadores. La IA actual engloba especialidades que ya avanzan autónomamente: reconocimiento del habla, visión artificial, traducción automática, big data, aprendizaje de máquinas, conocimiento profundo, razonamiento, robótica y control inteligente, procesadores y lenguajes para redes neuronales, etc. Los espectaculares resultados de casi todas ellas son consecuencia de manejar gran cantidad de datos, en tiempos extraordinariamente cortos, que debidamente procesados, representan y utilizan conocimiento con máquinas inteligentes interconectadas.
En 1983, Reagan anunció la Iniciativa de Defensa Estratégica, consistente en nuevos sistemas, en tierra y en el espacio, para defender a EEUU contra un ataque nuclear. La inconsistencia técnica era evidente y agudamente los medios la bautizaron como la película de 1977 de George Lucas. La American Physical Society concluiría que este escudo antimisiles era imposible con la tecnología existente y que se necesitarían al menos diez años para hablar de su factibilidad. A pesar de ello, las autoridades soviéticas se angustiaron y empezaron a inyectar dinero en el desarrollo de programas de "respuesta asimétrica", lo que fue un elemento más en su crisis económica y en el posterior colapso de la URSS.
En absoluto puede afirmarse que la IA actual sea un bluf, pero sí tiene categoría de arma geopolítica contra Europa, emulando lo acaecido con la Guerra de las Galaxias. No tranquiliza que Putin se sume al desbarajuste de palabras: “La IA es el futuro, no sólo para Rusia sino para toda la humanidad. Quien se convierta en el líder en IA marcará las reglas del mundo”. China, anuncia a bombo y platillo su ambición de ser el líder mundial en 2030. Mientras en EEUU surge el pánico, tras la decisión de Trump de cortar los fondos para investigación básica en ciencias y tecnología, cuando a lo largo de 2016, el Obama tardío, apostó inequívocamente por la IA.
Reconozcamos que en el proceso de digitalización los europeos no hemos estado a la altura y es dudoso que ya podamos reaccionar con solvencia, pero no nos dejemos deprimir, aunque muchos sectores apunten a una IA milagrosa. No he conseguido entender, ni compartir, los argumentos del McKinsey Global Institute, un think tank dentro de la consultora, por los que al aplicar IA al marketing, en 20 años las compañías obtendrán 2,7 billones (europeos) de dólares. Tampoco la declaración de Enero en Davos de Sundar Pichai, actual CEO de Google, afirmando, nada más y nada menos, que el efecto de la IA en la historia de la humanidad será más importante que el del fuego y la electricidad. Aunque lo diga una cabeza tan brillante como la del creador de Android es una especulación. Parecida a la de Zuckerberg en el Senado americano, afirmando que en cinco o 10 años, la IA iba a resolver los problemas de confiabilidad que le acucian. Prudencia ante tanto futurismo quizás más interesado que riguroso.
En un acto propio de la racionalidad francesa, Macron encargó a Cédric Villani, diputado y matemático premio Medalla Field 2010, un informe sobre la IA. Es conocido desde finales de marzo; su título revelador: Dar un sentido a la IA: Una estrategia nacional y europea. Después de reconocer que cualquier reacción supera al estado francés, identifica con modestia cuatro campos que interesan a todos los europeos: Salud, Defensa y Seguridad, Medioambiente y Transporte. Además propone dos “laboratorios” uno que analice los efectos de la Digitalización en el empleo y otro centrado en los aspectos éticos de la IA.
Algunos sospechamos que la Digitalización puede no seguir la mecánica de otras revoluciones tecnológicas. Las ventajas propias de ser una gran empresa o de llegar primero al mercado pueden ser mas limitadas que antes. Los componentes de la existencia de una inteligencia externa, propia de la IA, no pueden ser propiedad de nadie durante mucho tiempo, ya que tienden a deslizarse hacia el dominio público. Los datos no son objeto de ninguna propiedad patentada, como muestra el episodio Facebook vs. Cambridge Analytica. Estamos en “terra incognita”.
Europa debería explicar con el mayor rigor posible todo lo bueno que el ciudadano puede esperar de la IA, asumiendo su modestia como potencia tecnológica. Habrá que observar prudentemente la nueva Guerra de las Galaxias que nos llega desde lugares con valores distintos a los europeos.
Gregorio Martín es catedrático jubilado de Ciencias de la Computación e IA. Universitat de Valencia
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