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¿Para cuándo la Spanish Tech?

España necesita ser realmente competitiva en la economía digital y para ello se requiere un esfuerzo conjunto y coordinado similar al que está haciendo Francia

GettyImages

Emmanuel Macron lo tiene claro: la digitalización es el motor de crecimiento económico que Francia necesita. Hace ya unas semanas el presidente más joven de la historia del país galo anunció la creación de un visado para atraer talento digital. Gran acierto. Su objetivo es hacer de París el centro de la innovación tecnológica europea. Como buen estratega lo hace con el aún latente enfrentamiento entre Trump y los grandes de Silicon Valley. Coincide también con un desnortado Reino Unido, otro de los grandes focos de innovación mundiales, donde, tras el brexit, muchos nos sentimos un poco menos bienvenidos.

Un movimiento inteligente que viene a reforzar el floreciente ecosistema tecnológico galo, que no es ni un paso aislado, ni cuestión de una foto. Nace al cobijo de La French Tech, una iniciativa creada por el gobierno francés en 2013 para potenciar su industria tecnológica dentro y fuera de sus fronteras. Una apuesta decidida y materializada en forma de inversión —más de 200 millones de euros— y de implicación política: trabaja de forma transversal con los ministerios de Economía y Finanzas y Asuntos Exteriores para garantizar la coherencia de las políticas públicas en favor de las startups. Los resultados no han tardado en llegar, logrando que Francia se hiciese con el primer puesto de inversiones de capital riesgo en Europa, con casi 600 millones en 2016. De la French Tech han salido en los últimos años casos de éxito como BlaBlaCar, Criteo o Vente-Priveé, todos ellos valorados por encima los 1.000 millones de dólares; algunos de esos escasos ejemplos de empresas europeas capaces de mirar a los gigantes tecnológicos americanos a la cara.

¿Y qué está pasando en España? Lamentablemente, aún estamos muy lejos de todas estas cifras. Pero no tanto como para renunciar a ser competitivos en el mercado europeo. El ecosistema existe con Barcelona, sobre todo, y Madrid a la cabeza. Los casos de éxito también: desde las ventas, en el argot del sector exits, de Privalia o Ticketbis, hasta la pujanza de un Cabify que va camino de convertirse en nuestro mayor éxito nacional. Esto lo tenemos, hasta el punto de que hay un cierto efecto burbuja en el sector, con valoraciones poco justificables muchas veces. De hecho, "últimamente hay más incubadoras que huevos". La frase no es mía, sino de Luis Martín Cabiedes, seguramente el mayor referente entre los inversores de internet en España.

Nuestro problema, de hecho, no es de creación de empresas, sino de su crecimiento: el nacimiento de startups se ha acelerado en los últimos años a cerca de un 20% anual de media. De hecho, sólo en 2016 se crearon más de 5.000 empresas de base tecnológica. En realidad, el sector adolece del mismo problema de enanismo del que sufre nuestro tejido empresarial: el 40% de las empresas españolas tienen entre 1 y 9 empleados. Quizás las soluciones sean semejantes.

Y la respuesta no pasa por aportar más fondos públicos, al contrario. Ya hemos gastado demasiado dinero y esfuerzos intentando convencer a todo el mundo de que ante el paro la solución es emprender, montar tu propia empresa. Las startups son una pieza, sí, pero no la solución a nuestros problemas estructurales. Más allá del emprendimiento, España necesita ser realmente competitiva en la economía digital y para ello se requiere un esfuerzo conjunto y coordinado, a distintos niveles, similar al que está haciendo Francia.

Nuestro problema no es de creación de empresas, sino de su crecimiento"

En esa apuesta colectiva, la clase política tiene un papel fundamental, simple de explicar, aunque difícil de hacer: facilitar, no entorpecer, la transición en todos los sectores. Y eso requiere una profunda determinación que solo puede nacer del convencimiento de que la transformación digital es un paso inevitable. Por más que conlleve decisiones difíciles por el camino. No se trata solo de crear empresas, sino de hacer que puedan crecer y competir, que pongan en dificultades a los dominadores tradicionales y les obliguen a adaptarse. Su papel debe ser el de dinamizar el mercado; bien porque triunfen o bien porque obliguen a la modernización del resto.

Quizás sea impopular, pero es necesario, dejar de lado la tecnofobia que nos ha llevado a proteger sistemáticamente a los sectores tradicionales. Una protección artificial, que solo sirve para que languidezca su modelo de negocio, que limita su competitividad internacional y que, de paso, supone un retraso tecnológico para todos. No hay que tener miedo al cambio cuando el cambio es inevitable. Hay que usarlo para avanzar.

"¿Y los puestos de trabajo?", se preguntará más de uno con la lógica preocupación que todos tenemos tras estos años tan duros. No seamos miopes, la realidad es que esa protección a los sectores tradicionales es una condena para sus puestos de trabajo: si no se fuerza a la adaptación de las empresas tradicionales, el golpe será el mismo —es inevitable— pero mucho más brusco.

Por eso, cuando uno mira al otro lado de los Pirineos, a veces siente envidia sana del impulso político que allí se percibe. Ese que ha generado estructuras para convertir los esfuerzos individuales de emprendedores, inversores y empresas en un sistema que se realimente y sirva para modernizar la economía del país. Y eso que en España algo hemos avanzado. Ante la insistencia de Europa, esta legislatura hemos estrenado un nuevo ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital. Aunque sería deseable, la verdad, que esa agenda no fuera el tercer apellido del ministerio, sino una apuesta transversal y decidida. Entonces sí sería una verdadera agenda digital.

Jaime Rodríguez es director general de BlaBlaCar Iberia.

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