El regreso del “síndrome de China”
La industria nuclear lleva tiempo en declive en Europa y Estados Unidos, sobre todo después del accidente de la central de Fukushima en 2011, pero esto puede cambiar por la demanda energética de la IA
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Empecemos hablando de cine. El síndrome de China, una peli de catástrofes dirigida por James Bridges y protagonizada por Jane Fonda, Michael Douglas y Jack Lemmon, se estrenó en Estados Unidos el 15 de marzo de 1979. Recuerda esa fecha.
La cinta narra cómo una reportera y su cámara descubren por casualidad un accidente horrible en una central nuclear norteamericana, junto a los patéticos intentos políticos de encubrirlo, y fue recibida con un monumental berrinche por los científicos del ramo y el lobby nuclear de Washington. El gran físico Ed Teller, asesor de varios inquilinos de la Casa Blanca y padre de la bomba de hidrógeno, o bomba H, emprendió tras el estreno una enardecida campaña a favor de la energía nuclear (con fines civiles, en este caso).
El 28 de marzo, solo 13 días después del estreno del film, un fallo en la válvula automática de un reactor de la central de Three Mile Island, junto a la ciudad de Harrisburg (Pensilvania), provocó el peor accidente nuclear de la historia de Estados Unidos.
El síndrome de China, por supuesto, fue saludada como un caso asombroso de presciencia y compromiso cívico, se presentó en mayo al festival de Cannes como candidata a la Palma de Oro —que no obtuvo, aunque Lemmon se llevó el premio al mejor actor— y recibió cuatro nominaciones a los Óscar de ese año. A Ed Teller le dio un infarto, lo que no le impidió seguir con su campaña atómica: “He sido la única víctima del accidente de Three Mile Island”. Y era verdad. Si no te suena nada de esto, es solo porque el desastre de Chernóbil lo tapó todo siete años después.
Por chocante que resulte, sin embargo, es probable que la central de Three Mile Island vuelva a la vida en los próximos años, y la razón es la sed insaciable de energía de la inteligencia artificial actual, basada en los modelos grandes de lenguaje (‘large language models’, LLM) que constituyen las tripas de ChatGPT, Copilot, Gemini y los demás sistemas “generativos” que han revolucionado el sector en los últimos tiempos. Microsoft ha logrado un acuerdo que le permitirá obtener energía de la planta de Harrisburg durante los próximos veinte años.
Ello requerirá reactivar la central, cuyo último reactor se apagó en 2019 (el accidente solo afectó al núcleo de uranio de uno de los cuatro reactores de la planta), lo que no va a ser precisamente un paseo triunfal ni técnica ni administrativamente. Pero no hay obstáculo insalvable para un gigante tecnológico de estas dimensiones y estas ambiciones.
Las empresas de medio mundo llevan un año y medio adquiriendo los sistemas de inteligencia artificial de OpenAI, la creadora de ChatGPT, y Microsoft es la accionista mayoritaria de esa firma. El resto de los goliats de Silicon Valley, como Google, Meta y Amazon, no se van a quedar atrás en esa carrera billonaria. Es el regreso del síndrome de China. La guerra de la IA se ha vuelto nuclear.
“Los centros de datos de la IA se van a construir junto a lugares que produzcan energía eléctrica en la escala de gigavatios a bajo coste y con bajas emisiones de forma continua; básicamente, junto a plantas de energía nuclear”, dice en su cuenta de X (antiguo Twitter) Yann LeCun, científico jefe de Meta.
En nuestro tiempo, la gran ventaja de la energía nuclear es que no emite CO₂. Tampoco emiten CO₂ las energías renovables como la solar y la eólica, por supuesto, pero estas tienen el inconveniente de que son irregulares y, por tanto, necesitan sistemas de almacenamiento masivo que ahora mismo resultan caros, ineficaces o ambas cosas. Y la implantación comercial de la IA tiene mucha prisa.
La industria nuclear lleva tiempo en declive en Europa y Estados Unidos, sobre todo después del accidente de la central de Fukushima en 2011. Alemania anunció la retirada progresiva de todas sus plantas en esa fecha, y Estados Unidos solo ha construido tres centrales en los últimos 30 años. China y Corea del Sur están construyendo centrales, sin embargo, y la situación en occidente puede cambiar por la demanda energética de la IA, o así lo espera su hasta ahora deprimido sector nuclear.
El título El síndrome de China, por cierto, es un triple error garrafal. Primero, porque la fusión de un reactor de uranio en una central de Estados Unidos no puede causar que el núcleo atraviese la Tierra y aparezca por las antípodas. Segundo, porque China no está en las antípodas de Estados Unidos, como sabe cualquiera que tenga una bola del mundo en su casa. Y tercero, porque nada de lo anterior es un síndrome. Tal vez en los próximos años haya que añadir un cuarto error: que la energía nuclear ya no les da miedo ni a los modernos de Silicon Valley.
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