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El futuro de la universidad: ante la tempestad tecnológica, inicia un cambio de ciclo

Tras la pandemia, ha aumentado la presencialidad, muchas empresas de formación online que surgieron entonces han entrado en crisis, las clases de buenos docentes se llenan y sigue siendo el mejor lugar de disertación académica en libertad

Universidad
Varios alumnos en la entrada de la Facultad de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid.Samuel Sánchez

La Universidad siempre ha resultado incómoda y antipática a la mayor parte del poder político y económico. Básicamente, por la credibilidad que socialmente se suele otorgar a las afirmaciones que se hacen con libertad desde esta cuna del conocimiento, muy a menudo basadas en resultados científicamente probados. Nada que ver con las opiniones o análisis que se vierten desde un partido o una empresa. Esto dota a sus integrantes de otro tipo de poder, el académico, el probado, mucho más creíble.

Esta es una de las principales razones por las que cada ciertos años vuelve a plantearse la inminencia de su muerte, generalmente a cuento de los cambios sociales y, ahora, en concreto, de los tecnológicos. Entonces se sacan a colación cuestiones como su estructura obsoleta, la endogamia a la hora de apoyarse unos a otros para entrar en esta institución o la necesidad de tener más autonomía para captar y retener talento nacional e internacional.

La cuestión es si sobrevivirá esta institución, tanto en nuestro país como globalmente, con los abruptos cambios tecnológicos, las clases en línea, el auge de los MOOC (cursos online masivos y abiertos, en sus siglas en inglés) y otros similares ofrecidos por las mejores universidades del mundo y, como colofón, la llegada a esas edades de la generación con menos natalidad de nuestra historia. ¿Se muere la Universidad? “No sólo no se muere, sino que, si así fuera, tendría que inventarse algo muy similar”, arranca el rector de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC) y presidente de la sectorial de Digitalización de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE), Daniel Crespo.

Lo que sí hay es un cambio de ciclo. “Con la covid-19, la digitalización avanzó 10 años de golpe. No sé si se valoró que de un jueves al lunes siguiente todas las universidades empezamos a dar las clases online. Lo que ahora utilizamos con una gran naturalidad en ese momento fue impactante, y el sistema universitario en su conjunto reaccionó muy rápido”, recuerda Crespo. Pero, una vez que el confinamiento y la crisis de la pandemia pasaron, ¿las universidades siguieron con este nuevo sistema de enseñanza online o de forma híbrida?

La vuelta a la presencialidad

“Una vez que terminó la pandemia no podíamos tomar decisiones tan estratégicas motivadas por una situación que era tan anormal en sí misma”, responde el rector de la Politécnica de Cataluña. Entre el alumnado, en muchas universidades, se solicitó un sistema híbrido, tal y como ocurrió en el mundo de la empresa, sin embargo, la mayoría de estas instituciones académicas decidieron no precipitarse y volvieron al sistema de enseñanza presencial. “Ahora son los alumnos los que no quieren un sistema híbrido”, afirma Crespo. Además, este sistema es especialmente complicado de mantener en las carreras con un alto grado de experimentalidad, como las ingenierías, medicina o arquitectura.

Corrobora esta vuelta a la presencialidad, desde un centro privado de carácter internacional, Santiago Íñiguez de Onzoño, presidente de IE University. “Ya estamos en otro ciclo. Después de la pandemia se ha vuelto a recuperar la demanda presencial. Y, aunque queda muy bien en el currículo poner que has hecho un MOOC en la Universidad de Berkeley, al final es una semana online y eso estamos viendo que en reuniones internacionales que se está ralentizando”, cuenta. Su conclusión es que “la profecía de que iba a haber un cambio de universidad hacia el mundo online y todos esos nuevos cursos se ha convertido en falaz”. Porque la universidad es mucho más que docencia o formación inicial, añade. “En las empresas también se genera conocimiento y para ellas es muy importante la formación continua. Y la Universidad es un lugar de generación de conocimiento muy enhebrado con el entorno profesional”.

Otra de las razones que apunta el presidente de IE University es el riesgo que corre el alumno de perderse, de acumular cursos, pero sin un sentido claro y “sin desarrollar una experiencia universitaria que le permita tener todo lo que esto aporta en facultades, conocimientos, experiencias en grupo, formación transversal, educación cosmopolita y el aprendizaje de relacionarse y trabajar las habilidades sociales”.

Problemas para la atracción de talento

También convendría revisar las dificultades con las que se encuentran las universidades, añade Íñiguez de Onzoño. Por ejemplo, a la hora de la movilidad internacional de sus estudiantes, a lo que han afectado, por ejemplo, el Brexit o los inconvenientes para obtener visados. También considera que les “falta más autonomía y facilitar los procedimientos”: “El problema que es que, en una sociedad demográficamente madura como la nuestra, si queremos abrirnos más internacionalmente y atraer el mejor talento de estudiantes y profesores de otros países debemos facilitar los procesos de admisión, incluso el pago de las matrículas de alumnos de China, India, el sudeste asiático o América Latina”. Además, con las notas de corte y la escasez de plazas públicas se pierde talento, que se va a otros países por la excesiva regulación, añade.

Uno de los que mejor conoce la función de estos centros de educación superior en regiones como Latinoamérica es el Coordinador del Espacio Iberoamericano del Conocimiento en la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB), Félix García Lausín.Las universidades son instituciones firmemente enraizadas en su territorio; no son ajenas a las transformaciones sociales, económicas y medioambientales de su entorno. Su labor impulsa el crecimiento económico y contribuye a la integración, la cohesión y la movilidad social. De hecho, más de las dos terceras partes del estudiantado universitario iberoamericano forma parte de la primera generación de sus familias que accede a la educación superior”, destaca.

Defensa de la libertad y la democracia

“Una universidad, además, no es sólo un centro de educación superior o un centro de investigación, con todo que más de 30 millones de personas estudian en sus aulas y la actividad investigadora universitaria representa cerca del 85% de la producción científica iberoamericana”, apunta García Lausín, que es también Secretario General del Consejo Universitario Iberoamericano (CUIB). “Su autonomía es garantía de una libertad académica y para la crítica constructiva que son esenciales para la gobernanza democrática, la deliberación pública y el impulso de políticas de Estado, basadas en la evidencia, de proyectos de país”, recalca.

Ahora bien, reconoce que “las universidades han de cambiar con sus sociedades, buscando siempre la calidad y la pertinencia en su labor, comprometidas con el desarrollo sostenible, pero son y seguirán siendo insustituibles en su singularidad”.

Un ejemplo revelador de esta apuesta es el caso de China, que lejos de dejar de lado a la Universidad, lleva desde varias décadas promocionando tanto la inversión como la internacionalización de sus universidades. Su objetivo es alcanzar un estatus de primera clase mundial en la enseñanza superior. Según datos del Ministerio de Educación del gobierno chino, este país cuenta con 3.012 colegios y universidades en China continental.

La última iniciativa que ha puesto en marcha China, en 2015, es el llamado Plan de Universidades de Doble Primera Clase. Su objetivo es que 42 de ellas se desarrollen de forma integral para situarlas entre las primeras del ranking para el año 2050. De momento, según la clasificación mundial de universidades QS 2023, China es el tercer país con mayor número de universidades clasificadas entre las mejores del mundo, detrás de Estados Unidos y Reino Unido.

“La clase inversa”

“Chicos, yo soy la profesora de Física, os recuerdo que podéis encontrar todo en la nube, pero la que no está en la nube soy yo”. Así suele arrancar el curso, el primer día de clase, una docente cuando entra en el aula de la universidad. Es un caso real, y seguramente no sea único. El mensaje es obvio. Esta profesora puede resolver dudas, poner problemas sobre lo que no se ha entendido bien o explicar lo que los alumnos necesiten. Ahora, si se es tan listo como para entenderlo todo solo, no haría falta a la universidad a aprender. Es más, hace 20 años ya se podía estudiar con libros, la diferencia es que ahora hay muchas más herramientas.L

Lo que han visto las universidades es que, en la actualidad, para que el alumno se mueva al aula, una vez que la tecnología le permite aprender desde casa, tienen que ofrecerle algo más. Y eso es lo que espera el estudiante. “La primera tendencia de futuro de la universidad es dar valor a la presencialidad, al esfuerzo que hace el alumno para venir a Universidad y no aprender desde casa. ¿Cómo? De muchas maneras. Ofreciendo, entre otras cosas, ese contacto humano con el profesor, trabajo en equipo o equipamiento para hacer prácticas, algo fundamental en las carreras más experimentales”, resume Crespo.

El hecho de que los alumnos estén también acostumbrados, como los docentes, a herramientas como las que les ofrece Internet o ChatGPT lejos de ser un inconveniente, es una ventaja. Permite que la puesta en práctica de la teoría que pueden aprenderse por su cuenta previamente, sea más fácil de aplicar, sobre todo también en las enseñanzas con alto grado de experimentalidad.

La misión del profesor es guiarle sobre lo que tiene que aprender, diseñar el plan de estudio, para luego, en la clase, resolver sus dudas, ponerlo en práctica o completar esos conocimientos con los conocimientos de un buen profesor. ¿Quién no se acuerda de sus tres mejores profesores de la carrera? ¿Y de los tres peores? El valor que tiene lo que aporta un buen profesor sigue y seguirá existiendo.

Los docentes llaman a este sistema de aprendizaje, “la clase inversa”. Primero el alumno se estudia el plan diseñado por el docente, para lo cual es irrelevante si usa inteligencia artificial o los programas más sofisticados, porque lo importante es que se lo aprenda. Y luego, en clase, se trabaja sobre lo que ha estudiado. Lo mismo ocurre con los trabajos de clase. La tendencia en las universidades no es a encargarlo y que lo entregue, como se hacía hasta ahora, sino a que lo defienda en el aula.

Los trabajos no se presentarán

Un cambio interesantísimo, en el que incide también el rector de la UPC es la recuperación de la oralidad. “Y no sólo por razones académicas, para que aprenda y se evalúe sus conocimientos y razonamientos sobre el tema, sino también porque es lo que va a necesitar también en el mercado laboral, en el que tendrá que hacer una disertación en algún momento, vender un producto o exponer unos objetivos de forma oral”, destaca.

En cuanto al uso de la tecnología y, en concreto, de la IA para el aprendizaje, este rector dice que “tanta como haga falta”: “Tener la IA en el ordenador nos va a servir para multitud de cosas, desde ordenador ficheros solos por los temas que nos interesen como para localizar contenidos, etcétera. ¿Quién memoriza ahora números de teléfono cuando lo hace el móvil por ti?”. Con todo esto, cambia el rol de profesor y se pone aún más en valor como especialista en su tema y, de alguna manera, también se le pone más a prueba. Es un win-win. Porque las tendencias de fondo fomentan nuevos métodos de aprendizaje y las clases serán mucho más interesantes y participativas.

Otros dos aspectos que van a dar un vuelco a las aulas universitarias son, por un lado, la reducción de la demanda de gente joven, relacionada con la bajada de la natalidad, y, de forma paralela, la entrada en ella de personas que están en el mercado laboral, de todas las edades. Los vertiginosos avances tecnológicos y de la IA no sabemos adónde nos llevarán, por lo que el paso la actualización de conocimientos, el reciclaje ―el manido, que no ejecutado, aprendizaje a lo largo de toda la vida (ahora más conocido como reskilling y upskilling, es decir, reciclaje y renovación de conocimientos)― es el nuevo reto. La diferencia es que ya se sabe cómo se va a abordar: a través de los llamados microcredenciales, cuya regulación ya aparece recogida en la nueva legislación universitaria.

Las microcredenciales más los créditos: el nuevo euro académico

Habrá microcredenciales para personas con título universitario y sin él, destinados a promocionarse en el trabajo o para actualizarse y una gran cantidad para aprender a aplicar la IA en una determinada área laboral. Las habrá ofrecidas por la propia universidad y también de acuerdo a la demanda de actualización de conocimientos o habilidades que les hagan a estas instituciones las propias empresas. También, según la ley, no serán exclusivas de las universidades, las podrán ofrecer otras instituciones.

Para obtener un título universitario de Grado en España hace falta haber cursado 240 créditos académicos (llamados ECTS), aunque hay otras para las que la normativa europea pide más, que equivale a un año más de carrera normalmente. Aunque en la mayor parte de la UE sólo hacen falta 180. Un crédito ECTS equivale a 25 horas de trabajo del estudiante en todas las actividades necesarias para su formación (de clase o de trabajos).

Las microcredenciales se obtendrán a partir de un mínimo de créditos que establezca la institución. Cada uno requiere 25 horas de aprendizaje, 10 de las cuales deben ser presenciales. La idea es que las que se ofrezcan se dividan en cortas (de seis créditos), medias (de 15 créditos, que es probable que sean la mayoría) y largas (de unos 30 créditos). Además, este sistema va a ser común para toda la UE, el crédito, sea para un obtener un grado o un título con microcredenciales “será como el euro de la formación”, explica Crespo. “El gran reto que tenemos ahora por delante es ver la forma de gestionar las microcredenciales, que irán surgiendo poco a poco”. El resultado, un expediente digital único para toda la UE, en el que figurarán los créditos y microcredenciales que se han ido cursando.

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