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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La revuelta de los olvidados

Se sorprenden muchos de que territorios que nunca han alzado la voz como León para protestar de repente hayan comenzado a hacerlo

Julio Llamazares
Manifestación la semana pasada en León.
Manifestación la semana pasada en León.J.Casares (EFE)

Se sorprenden muchos españoles de que territorios que nunca han alzado la voz para protestar de repente hayan comenzado a hacerlo. Primero fue Teruel, capitaneando a todas esas provincias que se han dado en llamar la España vacía, y ahora es León, una región de antigua pujanza económica que ha visto cómo poco a poco se hundía en la despoblación, lo que ha llevado a sus habitantes a salir a la calle a manifestarse. El pasado domingo, 80.000 de las 460.000 personas que la habitan aún (160.000 menos de las que lo hacían tan sólo cuatro décadas atrás) recorrieron las calles de sus ciudades más importantes reclamando atención por parte del Gobierno central, ya que de la autonomía a la que pertenece no esperan gran cosa tras 37 años de marginación y olvido. Y es que al tradicional centralismo madrileño, en el caso de León y de las restantes ocho provincias de la artificial y desmesurada (por sus dimensiones, pero también por el bajo ratio de habitantes del territorio) Comunidad Autónoma de Castilla y León, se ha unido el de Valladolid, más evidente y feroz si cabe que el de la capital de España.

La provincia de León, como Asturias, al norte, fue durante el siglo XX una de las más pujantes de España merced a un sector energético, el de la minería del carbón, que fue fundamental en el desarrollo del país. Pero los tiempos cambiaron, el carbón se convirtió en enemigo del medio ambiente (que lo fuera de la salud de sus trabajadores a nadie le importó, entre tanto), la industria tradicional mutó en otra diferente, y tanto Asturias como León (y el norte de Palencia, que también era minero) vieron desmoronarse en muy pocos años su principal sustento económico y con él el de la población que las habitaba. La caída coincidió con la transformación de la agricultura y la ganadería de leche y, a falta de otros recursos alternativos de producción, en el caso de León (a Asturias al menos le queda aún cierta estructura industrial portuaria, además del turismo y la pesca), se produjo un desplome total del que tardará en recuperarse, si es que alguna vez se recupera, mucho tiempo.

Convertida en una colonia de la que sacar todo tipo de energías (el carbón de sus minas, el agua de sus embalses, la electricidad de sus grandes presas), en cuanto éstas se han agotado o dejaron de interesar por la razón que fuera, las empresas que se lucraron con ellas durante décadas huyeron sin preocuparse del futuro de su población y los Gobiernos bastante tienen con atender a las exigencias de las comunidades más habitadas y ricas, que es donde se ganan las elecciones. Así pues, una tormenta perfecta se ha desatado sobre León, que a nadie interesa ya por su irrelevancia política y económica, condenada a compartir el crepuscular destino de toda esa España vacía que continúa vaciándose a velocidad de vértigo mientras los políticos, de uno y otro signo, que afirman estar muy preocupados por ello, siguen hablando de Cataluña y de Venezuela, como si la solución de los problemas de España dependiera solamente de ellas dos.

Primero fue Teruel, ahora es León, paralelamente son los agricultores de toda esa España rural que también ha sido olvidada por todos, pronto serán otros territorios y otras personas que ven cómo sus destinos les conducen a la inexistencia… La España olvidada y abandonada comienza a dejar atrás su resignación y a levantarse contra la marginación que vive mientras otros territorios prosperan de día en día confundiendo su progreso con el de todo el país.

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