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Correr para echar raíces

Un pueblo de Burgos plantará un árbol por cada participante en su San Silvestre con el fin de recordar el valor de lo rural

Juan Navarro
Los Balbases -
Cuatro niños corren la San Silvestre en Balbases.
Cuatro niños corren la San Silvestre en Balbases. JAVIER ÁLVAREZ
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Pocos incentivos para el esfuerzo como el de un caldo caliente en una mañana invernal en un páramo burgalés. El vapor de aroma delicioso, y mejor sabor, que emana de los vasos compite con el que emiten los corredores, de todas las edades y atuendos, que se recuperan tras una carrera popular navideña. Los Balbases, un pequeño pueblo del sur de la provincia, ha elegido el deporte como mecanismo para que la localidad no caiga en el olvido. Los más de 400 atletas aficionados de este sábado, que pagaron entre siete y nueve euros, superan con creces a la población local, de 311 personas, y duplican a los residentes en los meses más fríos.

Esta edición supone la tercera organizada con un propósito claro: que beneficie a Los Balbases. Esta vez, con cada inscripción plantarán un árbol, una iniciativa que ha ayudado a engrosar las listas y superar el máximo registro histórico. El alcalde, Pedro Soto, de Ciudadanos, y el organizador de la San Silvestre, Víctor Fernández, coinciden en que esta idea ecológica se adscribe a la conciencia medioambiental que tanto protagonismo ha tenido este año. “Es un orgullo que haya este clima de participación, viene gente de Madrid”, señala el regidor, con su chándal y dorsal. Fernández añade, junto a la meta del recorrido, que el objetivo es “hacer algo que perdure” e incentive a la gente a volver a su pueblo. En primavera se plantarán más árboles que personas hay en el lugar, aunque aún no sabe exactamente dónde. Si sobra un poco más de dinero que el previsto inicialmente para la repoblación, también se dedicará a poner más ejemplares, apuntan.

Los Balbases se encuentra entre Burgos y Valladolid, en una comarca de fuertes vientos y donde abundan los molinos eólicos. Por fortuna para los corredores, la densa niebla matutina se esfumó antes del bocinazo de salida, pasado el mediodía. La potencia de Metallica o ACDC resuena entre los comentarios de los participantes, que calientan en busca de mejorar sus marcas personales o, simplemente, cubrir la distancia, que no es poco. Nadie quiere recibir la terrible frase “eres más lento que el desarrollo de la berza”, una metáfora popular entre los habitantes.

El sol asistió a la orquesta que acompaña a estas pruebas más lúdicas que competitivas: el resollar de los menos habituados a calzarse las zapatillas, el pisar de estas sobre las calles de cemento, los lamentos al aparecer las cuestas que tan cruelmente hacen honor a su nombre o los ánimos del público, encantado de que tantas personas troten por delante de más casas abandonadas de las que serían deseables. Los deportistas cubren cinco kilómetros junto a las bodegas, por caminos de tierra o un pilón cuyas aguas cantan al pasar de los corredores. Las últimas lluvias han provocado un poco de barro en ciertas zonas, pero nada preocupante para los intrépidos asistentes.

El olor a lumbre que rodeaba el circuito, que transita junto a las dos iglesias balbaseñas, se unió con los gorros de Papá Noel de varios concursantes para recordar que la Navidad ayuda a revitalizar los pueblos pequeños, aunque sea por un día. César Cerezo, de 74 años, no se apuntó, pero celebra la acogida: “Ahora que tanto hablan de la España vacía, al pueblo le da mucho ambiente tanto visitante”. La brecha generacional se aprecia entre este hombre canoso con boina y Cintia Pescador, de 20 años, que se protege del frío con un gorro con un mensaje en inglés. Las tesis, en cambio, son las mismas: “El mundo rural se está acabando y tenemos que revivirlo”. Ambos nacieron en Los Balbases y agradecen que las inscripciones impliquen un árbol plantado. David Arija, de 19 años, que se jacta de haber sido de los mejores balbaseños en liza, apoya este proyecto “ahora que el medio ambiente está un poco jodido”. Unos chavales que han preferido comer gusanitos con sabor a kétchup recalcan que a ellos les gusta su pueblo y que esta clase de días sirven para recordar el lugar de donde proceden sus familiares.

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El júbilo de finalizar la prueba sin contratiempos se palpa en la nave que sirve para entregar los premios. Allí se informa a los lugareños que la campana del templo de San Millán, que se rompió, pronto será sustituida gracias a los fondos recaudados en 2018. La gente jalea. Ya hay más cervezas que caldos en las manos de quienes toman el sol en una agradable hora del vermú. Allí aprovechan para ponerse al día o intercambiar sensaciones tras la San Silvestre. Poco después se reparten unas raciones de patatas con carne, un digno remedio para recuperar las calorías perdidas durante la mañana.

La carrera siembra el lugar de sonrisas, aunque un atleta se queja de los “isquios” y estira contra una pared de adobe. Otros, como la local Jessica García, de 27 años, valoran su resultado, aunque aspiran a mejorar: “El año pasado fui la tercera mujer; este, la segunda”. Su afán deportivo y su aprecio por su pueblo harán que en 2020 ella no se quede plantada.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.

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