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Si el cántaro se rompe

A cada supuesto avance, los republicanos planteaban una presunta nueva condición retórica. En ocasiones, humo imposible.

Xavier Vidal-Folch
La portavoz y Secretaria General adjunta de ERC, Marta Vilalta, el vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonès, el presidente del Parlament, Roger Torrent y la consellera de Justicia, Ester Capella, en el Congreso Nacional de ERC el 21 de diciembrew.
 
 David Zorrakino / Europa Press
 21/12/2019
La portavoz y Secretaria General adjunta de ERC, Marta Vilalta, el vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonès, el presidente del Parlament, Roger Torrent y la consellera de Justicia, Ester Capella, en el Congreso Nacional de ERC el 21 de diciembrew. David Zorrakino / Europa Press 21/12/2019 EP

Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe, reza el refrán popular español. Quizá los negociadores de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) conozcan mejor su versión catalana: Cantiret que a la font vas, un dia o altre et trencaràs.

Ambas versiones nos recuerdan que, antes de existir el agua corriente, el uso diario de este instrumento genial —por económico, optimizador, aunque fabricado de quebradiza cerámica—, ponía en riesgo su integridad. Y previenen del abuso futuro de la intransigencia, o de apurar demasiado los límites, de estirar más el brazo que la manga.

El líder en libertad de Esquerra, Pere Aragonès, publicó hace un mes largo sus cuatro condiciones para negociar su abstención a la investidura en una mesa de diálogo sobre el encauzamiento de la cuestión catalana (Las cuatro patas de la mesa de negociación, LV, 24-11).

Esa mesa debía suponer, según su argumentario: a) Un diálogo “de Govern a Gobierno”; b) “Sin cortapisas” ni temas excluidos de antemano, o sea, que “cada cual exponga sus legítimas aspiraciones y propuestas”, aunque ello, obviamente, no presuponía el acuerdo de la otra parte con ninguna de esas proposiciones; c) Con un “calendario claro”, es decir, “cuanto antes”, y preferiblemente con carácter previo a la investidura, y d) “Con garantías de cumplimiento”.

Sabemos, por las declaraciones públicas de distintos líderes del PSOE, que esas cuatro condiciones —bastante razonables, aunque alguna en extremo incómoda porque suponía dar protagonismo a un completo irresponsable como Quim Torra— han sido aceptadas. Falta conocer concreciones, sobre todo en cuanto al calendario —que se iniciará cuando haya Gobierno— y el modo de garantizar los avances.

Y sin embargo, los republicanos mantienen un pulso verbal, de aparente dureza negociadora, sin modulación alguna. Sin considerar los intereses de la clientela de la otra parte contratante, que también los tiene. Y que ya ha pagado costes en forma de resistencias de taifas propias; de la legítima inquietud de parte de su electorado; de la demonización del presidente en funciones por las derechas y del ataque sedicioso por parte del parafascismo. A cada supuesto avance planteaban una presunta nueva condición retórica. En ocasiones, humo imposible.

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Eso era comprensible al principio: pero ya no ahora, cuando sus bases más radicales han asumido el reto, las encuestas valoran el diálogo, mantienen la primacía republicana sobre los posconvergentes y además descrestan los deseos de secesión. Y cuando, en consecuencia, ERC ha afirmado la percepción social de su centralidad en la política catalana y la presunción de su capacidad de llegar a acuerdos relevantes con sus diferentes, y rivales.

Para que los pactos sean trascendentes deben ser sostenibles, y por tanto, capaces de suscitar consenso social. Lo que implica cumplir aquellos requisitos que una amplia porción de ciudadanos no indepes considera necesarios: la incardinación semántica de la mesa en el marco legal democrático existente; su plasmación en (o engarce claro con) una institución constitucional/estatutaria válidamente establecida; el compromiso de una estabilidad superior a la propia investidura, notoriamente mediante la aprobación de, al menos, un presupuesto.

De no alcanzarse un resultado así, y además “cuanto antes” —por parafrasear a Aragonès—, la brisa del diálogo puede convertirse en tempestad. En ese caso el cántaro se rompería, infiriendo graves perjuicios a todos. No jueguen a adivinar a quién dañaría más.

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