La patria de los pobres
En los últimos días hemos asistido a la particular exhumación de Ramiro Ledesma Ramos
"Para los españoles más humildes, España es su único patrimonio. Solo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener patria”. A estas alturas todo el mundo sabe que la frase pronunciada por Santiago Abascal en televisión es una cita de Ramiro Ledesma Ramos, fundador de un partido que aportó como dote a su matrimonio con la Falange el yugo y las flechas: las JONS (siglas que en estos tiempos de nomenclatura posmoderna conviene desplegar, así sea para comprobar hasta dónde nos llega la respiración: Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista).
En los últimos días, de hecho, hemos asistido a la particular exhumación de Ledesma Ramos. Fusilado por los milicianos al comienzo de la Guerra Civil, ya fue homenajeado la semana pasada en el cementerio de Aravaca por un grupo de falangistas en compañía del obispo auxiliar de la archidiócesis de Madrid. Sin embargo, se ha reparado poco en que su proclama es el reverso de otra incluida en el Manifiesto comunista: “Los obreros no tienen patria. No se les puede quitar lo que no tienen”.
Ledesma había estudiado filosofía —fue discípulo de Ortega— y es difícil pensar que fuera inocente su versión de una frase así. Hannah Arendt la glosó para matizar que los obreros nunca han compartido el punto de vista de Marx y Engels y que son especialmente propensos al nacionalismo y al chovinismo. Esa propensión sería, hoy como entonces, fruto de adormecer su conciencia de clase para que acepten el precariado como un desastre natural. También de una propaganda encaminada a que el conflicto nacional sustituya al social y así los responsables políticos se ahorren rendir cuentas cuando recortan derechos. Un patriota acepta el sacrificio mejor que un vulgar ciudadano.
Si le añadimos un enemigo externo (a ser posible con estación de AVE) y un chivo expiatorio (a ser posible inmigrante), ya tenemos al obrero de derechas. Y, por el mismo precio, a su variante con estudios: el patriota de izquierdas, abundante en la periferia del Estado español y empeñado en demostrar que un trabajador de Panrico de Santa Perpètua de Mogoda tiene más en común con el jefe de su fábrica que con otro trabajador de la misma empresa destinado en Puente Genil. A esa verticalidad apelaba también el nacionalsindicalismo de camisa azul, pero ni unos ni otros resultan más convincentes que aquel “progresista en materia de religión” retratado por Jerzy Lec: acepta que el hombre desciende del mono, pero del mono del Arca de Noé.
Como era de esperar, semejante oxímoron produce menos incomodidad entre las filas de Vox que entre las del sedicente nacionalismo de izquierdas. Este ha leído entero el capítulo 2 del Manifiesto y se aferra a que habla de la nación burguesa, pero se olvida de que una hipotética independencia del País Vasco o de Cataluña sería imposible —como el propio procés— sin el concurso de sus burgueses (partidos y convergencias) y, sobre todo, sin sus bancos y empresas (incluida la sede social). Y la verdad, cuesta imaginarlos abrazando la causa comunista.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.