Pedro Sánchez y la ballena blanca
La mayoría absoluta en España es una bestia salvaje que nadie ha vuelto a ver
La semana pasada, durante un acto celebrado en la Biblioteca Nacional a pocas horas de la apertura de la campaña electoral, un responsable de Acción Cultural Española hizo algo propio de nuestros próceres (hablar de lo suyo) y algo impropio de ellos (hablar de libros). Por un lado, con una sutileza que al día siguiente hubiera escamado a la Junta Electoral Central insinuó que su proyecto merece tener continuidad. Por otro, dijo que para entender la Administración conviene leer tres libros: Miau, de Galdós; Todos los nombres, de José Saramago; y Bartleby, el escribiente, de Herman Melville.
Vista la selección, es como si dijera que para entender la condición humana hay que leer Drácula, pero se agradece la lista de lecturas porque él conoce su negociado mejor que nadie. Otro que conocía el suyo era precisamente Melville. Moby Dick no existiría si su autor no se hubiera enrolado año y medio en un ballenero. Luego, en 1851, volcó sus experiencias en el dramático novelón del capitán Ahab. Dos años más tarde compensaría aquella locura a mar abierto con el retrato íntimo de un oficinista prekafkiano. La falsa calma después de la tempestad.
Según el filósofo Giorgio Agamben, las dos historias tratan sobre Dios. Tan convencido está que, apelando a la Suma Teológica de Santo Tomás, afirma que Moby Dick es una Suma Cetácea. Borges, menos escolástico, recordaba que hasta 1920 la gran epopeya americana era tenida por una simple novela de aventuras cuyo tema es la soledad. De hecho, ese es también el tema de Bartleby. Pese a lo que afirman quienes solo repiten su icónica respuesta —“preferiría no hacerlo”—, el insípido amanuense no es alguien que se niegue a trabajar —lo primero que subraya el narrador (su jefe) es elogiar su laboriosidad— sino alguien que quiere hacerlo solo.
La ballena blanca de la política española siempre ha sido la mayoría absoluta, una bestia salvaje que nadie ha vuelto a ver y cuyas mutaciones no pasan de ser animales domésticos como la mayoría suficiente o el Gobierno fuerte. El problema de un solitario como Pedro Sánchez, que nada mejor contra la corriente, es que se ha confundido de novela: es Ahab atrapado en una oficina. Cuanto antes vuelva al libro correcto, mejor para todos. A mayor poder, mayor responsabilidad: si te pones la Medalla a la Audacia por la moción de censura, te toca cargar en la solapa con la mancha de la repetición electoral.
Desde que dimitió para no facilitar la investidura de Mariano Rajoy —nuestro penúltimo Bartleby— sabemos que Sánchez preferiría no hacerlo. Lo que ocurre es que si gana el domingo, algo tendrá que hacer. A ser posible, antes de que la ventisca alcance Wall Street (escenario, por cierto, del cuento de Melville). Para sacar el barco del dique seco tendrá que elegir de una vez por todas entre los armadores y la tripulación. Y, en medio de la borrasca que se avecina, tratar de que no se hunda sin recurrir a la solución fácil: usar el arpón de la reforma laboral para echar por la borda a los más débiles.
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