Reventa de turnos en la oficina de Extranjería
Los retrasos de la Administración crean un mercado ilegal de las citas previas, vitales para los inmigrantes
Un grupo de jubilados del barrio madrileño de Lavapiés se turna frente a un ordenador. Llevan casi un año así. Entran y rellenan una y otra vez los datos necesarios para obtener una cita previa en Extranjería para sus vecinos subsaharianos. Se trata de una labor ingrata; en todas las ocasiones la respuesta es la misma: “En este momento no hay citas disponibles. En breve, la oficina pondrá a su disposición nuevas citas”. Sin cita, no hay papeles. Sin papeles no hay trabajo formal ni cuenta bancaria ni alquiler. Ni tranquilidad.
Los colectivos de apoyo a inmigrantes llevan dos años denunciando la carestía de citas previas, indispensables para que los extranjeros regularicen su situación después de años en la clandestinidad, para que renueven sus permisos de residencia o tramiten autorizaciones de trabajo. Las trabas para conseguir el que debería ser el más sencillo de los trámites que les esperan ha alimentado un mercado negro en el que empresas, locutorios y oscuros abogados hacen su agosto a costa de inmigrantes al borde de la desesperación.
Estos conseguidores —con la misma rutina que los jubilados, pero, a diferencia de aquellos, con ánimo de lucro— llegan a cobrar en Madrid hasta 150 euros por cita. En Barcelona ese precio puede duplicarse. Fuentes conocedoras del sistema de gestión de citas denuncian cómo estos intermediarios actúan además como revendedores de entradas y acaban acaparando una buena parte de las fechas disponibles. Eso agrava aún más el problema y hace todavía más difícil conseguir cita previa sin pasar por caja. “Yo voy a terminar pagando, no puedo esperar más, me van a devolver a mi país”, afirma Salah, un marroquí que llegó a Algeciras escondido en un camión hace 20 años y que, desde noviembre, intenta obtener —sin suerte— una cita para regularizar su situación.
Hay multitud de casos similares. Milagrosa Fernández, de 33 años, vendió todo lo que tenía —una casa, un terreno y un coche— para pagar el billete de avión para venir junto a su hijo desde Guinea Ecuatorial. De eso hace ya un año y nueve meses. Migró para entender qué le pasaba al pequeño José Miguel, de cinco años, un niño risueño y ausente. “En mi país ningún médico sabía lo que le ocurría, solo aquí me dijeron que tiene autismo”, se lamenta. Fernández, hija de un español que emigró al país africano, consiguió regularizar su situación con relativa rapidez. Los problemas han llegado para los papeles de su hijo. La abogada que la asesora pidió por primera vez una cita en febrero; lo ha intentado desde entonces todos los días, mañana y tarde. Este jueves lo consiguió. Aún le esperan meses de trámites por delante con su niño a cuestas.
El problema se ha agravado últimamente. Hartos, más de medio centenar de inmigrantes se manifestó ayer frente a la oficina de Extranjería de la calle Silva, en el centro de Madrid. La Delegación de Gobierno reconoce que el sistema falla y promete buscar una solución. Una portavoz alega que el departamento ha perdido casi un tercio de sus funcionarios en los últimos siete años. Estos empleados públicos, además, son los mismos a los que se moviliza en cada cita electoral: con el 10-N serán cinco comicios en apenas seis meses.
Volver a empezar
Las citas en Extranjería suponen la primera oportunidad de regularización para muchos inmigrantes que viven en la clandestinidad. La ley exige a los extranjeros en situación irregular que demuestren que llevan tres años en España antes de optar a un permiso de residencia por arraigo. Indah, indonesia de 46 años, sabía que tendría que esconderse todo ese tiempo, pero la falta de citas ha alargado su angustia casi un año más. Limpia casas desde hace cuatro años mientras una de sus patronas le pregunta insistentemente qué pasa con sus papeles. Comenzó a pedir cita en diciembre; solo consiguió que la atendieran ayer, 10 meses después. Está preocupada: le falta un sello en su certificado de antecedentes penales. Tiene que pedirlo de nuevo y hacer guardia una vez más frente al ordenador.
Y así ad infinitum. Abdoulahad Diouf, de 37 años, está algo más animado: el grupo de abuelos, a veces, tiene éxito con relativa celeridad. Siete meses le han bastado para conseguir una cita para él. Lleva casi cuatro años en situación irregular. Depende del top manta para sobrevivir. “Quiero un trabajo normal”, asegura este senegalés.
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