Nostalgia de una cultura de pactos
Los expertos apuntan como causas de la falta actual de acuerdos nacionales el peso de la Guerra Civil, la desaparición de partidos bisagra y la rigidez del sistema
Pactar es un verbo regular y, sin embargo, de acción muy irregular en España. Pese a los pactos de Estado que cimentaron la Transición a la democracia hace cuatro décadas, en la actualidad no resulta nada fácil de conjugar para los partidos políticos y, a menudo, se convierte en una misión imposible. Las negociaciones entre el PSOE y Unidas Podemos para formar Gobierno y poner en marcha la XIII Legislatura han entrado en un callejón sin salida. Y ni el PP ni Ciudadanos están dispuestos a facilitar de ningún modo la investidura a Pedro Sánchez. Ni en primera votación, el 23 de julio, ni en la segunda, el 25. Con esa obstrucción, las elecciones generales del pasado 28 de abril corren el riesgo de terminar como las del 20 de diciembre de 2015: en una legislatura fallida y una nueva convocatoria electoral para noviembre que tampoco garantiza la solución.
En otros países europeos las formaciones de distinto signo salvan estas situaciones. No es el caso de España. ¿Existe algún determinismo histórico que predisponga a los partidos españoles a llevar al colapso a la nación antes que hacer cesiones en sus posiciones? El historiador José Álvarez Junco lo rechaza: “No existe, en general, en la historia”. Es más, considera que “si la historia tiene alguna ley es el pacto”. El autor de Dioses útiles. Naciones y nacionalismos estima que el problema es que “en España no hay tradición de negociación”. “En 40 años no ha habido ninguna negociación, salvo las facilonas del Gobierno con el PNV”, relativiza. Tampoco el bipartidismo, con sus mayorías alternantes, propiciaba la necesidad de entendimiento.
Vencedores y vencidos
Sin embargo, España sigue brillando como un referente en ese sentido por su transición democrática y el acuerdo de estabilidad que avalaron los principales partidos en octubre de 1977, los famosos Pactos de la Moncloa, que siendo económicos tuvieron gran trascendencia social, así como la Constitución de 1978. Álvarez Junco mantiene que los de la Transición fueron “pactos muy genéricos” y que fueron posibles “en unas circunstancias muy especiales”. Todos los partidos compartían “la convicción de que no se podía repetir la Guerra Civil”.
Mientras que la mayoría de países europeos se cohesionaron frente a un enemigo externo como el nazismo, España ha tenido un enemigo interno, que se desarrolló con la Guerra Civil y pervive. Esto para el catedrático emérito de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Políticos y Sociales “explica cosas”. Y las condiciona. Recurre al ejemplo de la iniciativa medioambiental de Madrid Central. “En otros países, partidos de distinto signo pactan un plan como este porque es bueno para el interés general, pero en España se ideologiza. Todo es una maldad de la izquierda o de la derecha. La Guerra Civil no se ha superado del todo y hay que superarla”, lamenta.
La socióloga Olivia Muñoz-Rojas sostiene que lo que ocurrió en la Transición fue “la gran excepción que confirma la regla” y que el lastre del pasado, “con la Guerra Civil y una dictadura”, es determinante en las relaciones políticas actuales: “Nos ha legado una cultura más tendente al conflicto que a la cooperación”, refiere. “Y una concepción patrimonialista del poder”, agrega. Para la investigadora persiste “el binomio vencedores y vencidos” en el imaginario, que “evoca la división entre una derecha que se siente naturalmente legitimada para gobernar frente a una izquierda que parece abocada a hacerlo por accidente”. Este condicionante obstruye las posibilidades de acuerdo.
Pero las formaciones de izquierda tampoco están exentas de reticencias a la hora de pactar entre ellas, como demuestra el combate que libran el PSOE y Unidas Podemos estos días. Muñoz-Rojas destaca “la histórica desconfianza mutua de la izquierda” en España, muy acreditada en el transcurso de la reciente democracia y mucho antes, desde que el 14 de noviembre de 1921 una escisión con la línea socialdemócrata del PSOE llevó a la creación del Partido Comunista de España.
El politólogo Pablo Simón no comparte que el atasco sea la consecuencia de un problema de falta de cultura del acuerdo por el poco recorrido que tiene la democracia española y que los españoles, en ese sentido, estén subdesarrollados respecto a los centroeuropeos. “La prueba es que en ayuntamientos y autonomías impera la misma cultura y sí es posible llegar a acuerdos”, aduce. Para el profesor de Ciencia Política, el problema radica en nuestro sistema institucional, “que lo hace más difícil”. Para empezar, considera que la norma de la investidura es muy exigente en España. “El candidato necesita sumar apoyos para lograrla, mientras que en otros países, como Dinamarca o Portugal, el presidente del Gobierno ya lo es desde que sale elegido en las urnas”. En contraposición, el sistema local y autonómico es más flexible: “Permite que la lista más votada, si no hay mayoría, designe al alcalde y que los bloques sumen en los Parlamentos autónomos”.
En el plano nacional, Simón añade otros dos factores disuasorios para comprometerse en pactos. Uno es la moción de censura constructiva, que “hace muy difícil derribar al Gobierno [lo de Mariano Rajoy fue una anomalía]” y frena acuerdos que, en caso de incumplimiento, son casi irreversibles, sin apenas opción para que quien ha prestado su apoyo al presidente en la investidura pueda penalizarlo. El otro es “la debilidad del Congreso de los Diputados”, que es “una correa de transmisión del Gobierno”, a diferencia de sistemas de otros países, como Dinamarca, donde “las comisiones parlamentarias pueden debilitar al Gobierno y sus presidentes tienen mucho más margen que aquí, pudiendo incluso tumbar Presupuestos”.
Además, el cambio de sistema que se está produciendo con la fragmentación electoral “lo hace todavía más difícil”, explica el editor de Politikon. “Ahora tenemos más fragmentación que en 1977, y eso complica más llegar a acuerdos”, apunta. Simón defiende que “el sistema de partidos no está consolidado en España y los partidos son muy estratégicos”. Esta volatilidad del sistema, según el politólogo, hace que los partidos tengan “una amenaza existencial” y, en consecuencia, lleven sus posiciones hasta el extremo que les dicta su instinto de supervivencia.
Varones en pugna
La doctora en Sociología por la London School of Economics Muñoz-Rojas también identifica “una coyuntura política de fuerte personalismo” que complica el diálogo. Es “esencialmente de varones que se han forjado en la adversidad y que se juegan su liderazgo”, singulariza, en clara referencia a los líderes de los principales partidos. En el caso concreto del pulso entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, considera que, aunque no sea esta su intención, “la sensación que generan” es la de “un duelo en el que ceder equivale al fracaso de uno u otro”, porque ahí radica el premio mediático. “Hay que negociar con firmeza, pero también con plasticidad y sutileza”, reprende.
Con todo, la “cultura democrática escasa” de España pesa en esta incapacidad para convenir con el adversario, según José Enrique Serrano, que dirigió los gabinetes de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero en la Moncloa. Desde su punto de vista, la cultura que sigue vigente en la política es la que condensa la tautología egocentrista de Antonio Maura: “Nosotros somos nosotros”. A esto le añade “un problema estructural gravísimo”: “La falta de partidos bisagra”. A diferencia de la mayoría de países europeos, en España ese papel lo representaron las formaciones nacionalistas CiU y el PNV, que, siendo de derechas, priorizaban su posición nacionalista, “estaban dentro del sistema al 100% y apoyaban en función de quien ganara la subasta”. “Pero esos partidos, en una buena parte, están ahora fuera del sistema y contaminan todo lo que tocan”, advierte.
El partido que podía jugar esa baza en el actual espectro era Cs, señala Serrano y recuerda que la formación de Rivera cumplió como partido bisagra en 2016, primero apoyando al PSOE en la legislatura fallida y luego al PP, “pero ahora no admite esa condición”. “Ciudadanos ha decidido que su salvación está en un lado de la raya y no en la de los partidos que nunca han sido capaces de gobernar por sí solos y han completado mayorías”, constata. Pero siendo decisiva, para él no es esta la única contrariedad para superar el bloqueo.
Nada en medio
Serrano detecta otro problema derivado del cambio que se está produciendo y que “más que la fragmentación electoral, es el debilitamiento de los partidos”. Para hacerlo gráfico, explica que en 2008 el PP y el PSOE sumaban 323 diputados: “Ahora, 189. La segunda fuerza hoy tiene 66 diputados”, enfatiza. En su análisis, las estructuras de los partidos como organizaciones “son mucho más débiles”. “Los partidos han desaparecido tras las elecciones y se han convertido en bloques, con lo cual todo lo anterior se agrava: no hay nada en medio”, expone. En ese escenario, incide, “solo 34 nacionalistas radicales están llamados a ejercer de terceros”, con el riesgo que ello comporta para el Gobierno.
Serrano sustenta que en un mapa político dividido en bloques que no suman, “en vez de crecer, el pluralismo se estrecha”. “Si se mantienen, no hay salida”, deplora. Mientras tanto, la legislatura bordea el abismo empujada por todos estos obstáculos.
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