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Madrid, Zaragoza y Lleida: 72 horas persiguiendo la ola de calor a 40 grados

Las tres ciudades han batido los récords de temperatura en junio

Manuel Viejo
Unos jóvenes se bañan en el Rio Segre a su paso por Lleida, ciudad afectada por la ola de calor más intensa en un mes de junio en Cataluña.
Unos jóvenes se bañan en el Rio Segre a su paso por Lleida, ciudad afectada por la ola de calor más intensa en un mes de junio en Cataluña.Mario Gascón (EFE)

— ¿Cuántas botellas de agua vende al día?

— Pfffff.

El “pfffff” equivale a 10 cajas. Y 10 cajas son 240 botellas. Y 240 botellas son 240 euros al día. “Sin contar las del fin de semana”. Beatriz Pascual, de 54 años, es una de las quiosqueras de la Gran Vía madrileña. Esta semana ha hecho el agosto en julio… con agua. “Antes el calor era de otra manera. No sé si será el cambio climático”. La ola de calor jamás contada de la historia de todos los junios de España no ha llegado a la orilla, todavía. Este miércoles en Madrid las cruces de las farmacias parecían las estrellas polares del estío. Lógico. Si de media en Madrid solía hacer 29 grados. El miércoles, 36; alerta amarilla. ¿Quieres verano? Pues toma dos Sáharas.

La diferencia entre una alerta amarilla y una naranja está en un por favor. En la madridcentralizada arteria capitalina se escuchaba cada dos por tres este miércoles un “¡qué calor, qué calor hace!”. El jueves en Zaragoza se añadía: “¡qué calor, qué calor, por favor!”. A las 9.30 de la mañana, 31 grados. Ante tal escenario, ya solo quedaba preguntar a la Virgen. Al cruzar las gigantescas puertas de la basílica del Pilar se oían muchos “qué bien”, “esto sí”, “qué fresquito”. El ansiado cierzo de junio se escondía en el templo.

— ¿Hace calor?

— Yo no paso ni frío ni calor.

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— ¿Y eso cómo se llama?

— Pues aguantar.

El cura navarro Juanjo Ganuza, de 83 años, bajó hasta la basílica este jueves aprovechando que tenía que visitar al dentista. “Son unos pelmas, yo ya no voy más. Les he pagado bastante”. Dice que lleva más de 50 años en Zaragoza y que los informativos lo están exagerando todo: “Están venga a decir que si 41 o 42 grados y no hace tanto”. Si a las 9.30 hacía 33 grados. A las 16.00, 42.

Por el paseo del Ebro, ni rastro de huellas. Por El Corte Inglés, todas las pesquisas. Decenas de zaragozanos se agolparon en la quinta planta, la buena, la de los ventiladores. “Tengo por toda la casa, pero claro, hay que ir renovando”, cuenta Adela, de 70 años, que ha venido acompañada de su hija para modernizar las aspas caseras. Si Zaragoza vivió este día de alerta naranja dentro de un ascensor sin aire acondicionado, Lleida estaba el viernes dentro un horno. “Me he tenido que bajar de la grúa porque me estaba dando un sopufo”, cuenta el pintor ilerdense Antonio Expósito, de 59 años. Antonio curó el sopufo con un sobre de Ibuprofeno. “Trabajar así no se puede”. La sensación en las calles de Lleida era idéntica a cuando se abre la puerta del horno de casa para sacar una pizza: todo el vapor de golpe a la cara, a la nuca, a los brazos, a los ojos. A las 8.00, 25 grados. A las 12.30, 33. A las 15.00, 39. Ya está aquí, es ella: la proclamada alerta roja.

“Me he levantado temprano por el calor. No he podido dormir mucho y, con los mosquitos, casi nada”, cuenta Salvador Vicente, de 77 años, mientras pasea en silla de ruedas a su mujer Bienvenida Montoya, de 66. “A mí no me pican”, ríe ella. “Por la tarde no saldremos. Estaremos en casita, tenemos ventiladores y aire acondicionado, vamos, de todo”.

— ¿Se venden turrones a 40 grados?

— El turrón se puede comer todo el año, pero a la gente le falta cambiar el concepto.

Sheila Rodríguez, de 31 años y sonrisa de oreja, es la dependienta de la histórica turronería Vicens Agramunt. "Esta mañana he despachado el blanco con almendras porque se puede congelar y se toma como un helado”. Aunque en Lleida el pódium lo ostenta el Calippo y las granizadas de lima-limón, según varios quiosqueros. Sin embargo, la que está elaborando en el suyo Eva Díaz, de 41 años, no estará hasta a las 16.00 de la tarde. “Hace mucho calor y, como esta máquina solo tiene un motor, no tira”. Eva dice que, pese que a cuenta con una fuente de agua como competencia frente a su quiosco blanco, la gente no la quiere. “La tienen como manía, no sé, será porque como hay algunos que meten los morros para beber…”. Ella, por si acaso, cobra las botellas de medio litro a un euro, el mismo precio que en la Gran Vía de Madrid.

A las 17.00 de la tarde del sábado la Gran Vía madrileña marcaba 39 grados. Y como si nada: turistas paseando, sangría en las terrazas, helados en pareja, grupos esperando en las escaleras de los cines Callao… “El viernes me mandaron 40 cajas y tenía 15 en reserva y, para este domingo, he tenido que encargar más al chino porque me las deja más baratas”, cuenta Beatriz, que sigue vendiendo a ritmo de “pffff” cada pocos minutos.

— Hola, ¿tienes agua fría?

— A un euro.

Beatriz dice que con la ola de calor en junio prácticamente ha hecho el agosto. “Y la semana que vienen dicen que bajan cuatro grados, vamos, que no se va a notar mucho”.

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Sobre la firma

Manuel Viejo
Es de la hermosa ciudad de Plasencia (Cáceres). Cubre la información política de Madrid para la sección de Local del periódico. En EL PAÍS firma reportajes y crónicas desde 2014.

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