El Madrid de la frontera invisible
La capital crece más que la media nacional, pero las desigualdades son feroces
Hace unos días, por algún motivo inconfesable, nadie se atrevió en las filas del PP a convocar a la prensa para proclamar la gran noticia. Probablemente, este descuido tenga que ver con el hecho de que quienes se han quedado al mando de la Comunidad de Madrid en funciones no tengan casi ninguna relación con la candidata del partido, Isabel Díaz Ayuso, apuesta personal de Pablo Casado. También porque ese Gobierno de transición fue nombrado en su día por Ángel Garrido, que pasó de la presidencia de Madrid a las filas de Cs de un día para otro, un cambio de chaqueta sin precedentes en la política española. Así que nadie se atribuyó el éxito.
Aquel día, una escueta nota proclamaba datos macroeconómicos de la región. Durante 2018, Madrid ha crecido un 3,5%, frente al 2,4% de España y al 1,2% de la Unión Europea, siendo el crecimiento de los tres primeros meses de 2019 (un 0,9%) superior en dos puntos a la media española. Conclusión: Madrid supera los niveles previos a la crisis y el PIB per cápita está en 34.916 euros, 9.062 más que la media española. La crisis se recita en pasado en Madrid.
¿Por qué nadie se ha atribuido los últimos éxitos económicos de Madrid? Puede ser porque tres de los últimos presidentes de la Comunidad (Cristina Cifuentes, Ignacio González y Alberto Ruiz-Gallardón) tengan abiertas causas con la justicia o hayan estado en la cárcel. Puede ser también porque los gabinetes de estudios de los bancos o de las consultoras no imputan la buena marcha de la economía madrileña a las políticas presuntamente neoliberales puestas en práctica en la región. Madrid se beneficia de un círculo virtuoso por el mero hecho de ser una de las tres aglomeraciones metropolitanas más importantes de Europa occidental. No es un fenómeno con autor conocido.
Madrid ha crecido y sobrepasa los 6,5 millones de habitantes, gracias a la llegada de emigrantes nacionales y extranjeros, su esperanza de vida (82 años) es la más alta de Europa, acumula el 40% de los empleos de más calidad en España, es la sede de las principales empresas nacionales y multinacionales, de las grandes consultoras y compañías tecnológicas, cuenta con 31 centros universitarios y todo el potencial de las instituciones del país domiciliadas en la capital. Es decir, Madrid crece porque es Madrid, por ser el centro administrativo y por el mero hecho de que es un foco de atracción tecnológico y empresarial, no porque haya sido un ejemplo de planificación. Ese es el círculo virtuoso, lo que se entiende también como resultado de “economías de aglomeración”.
Porque el impacto que su riqueza ejerce sobre el territorio es desigual. “Me he pasado 30 años escuchando que había que diseñar un equilibrio territorial”, dice el demógrafo Ricardo Méndez, del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), “y no se ha conseguido”. Los políticos que han gobernado la capital y la comunidad han dejado el diseño territorial y social al mercado. De sus políticas solo puede interpretarse con certidumbre que han beneficiado la implantación de la enseñanza privada (sobre todo, la de carácter religioso) y la sanidad privada. Hoy en día, más del 24% de la población tiene un seguro médico. Sin embargo, las listas de espera son un problema creciente, los hospitales públicos (algunos de ellos, entre los mejores de España y de referencia en Europa) están colapsados. Y lo que es más elocuente: entre un distrito y otro de Madrid, la esperanza de vida baja tres años. Algo parecido sucede con la situación de los centros de enseñanza: los hijos de los pobres se desenvuelven en unas condiciones en las que difícilmente lograrán salir de la pobreza. Madrid está separado por una frontera invisible. Así, cuando Ángel Gabilondo expuso en un debate que había en Madrid más de 150.000 niños en riesgo de pobreza, la popular Díaz Ayuso atribuyó esa cifra a toda España. No se la creía. Se equivocó.
Madrid está dividido entre el norte y el oeste rico y el sur y el este pobre, entre los empleos de calidad en servicios punteros y los contratos basura que abastecen la construcción, la hostelería y el comercio. Y, lo que es peor, no se vislumbra un horizonte que rompa ese muro social.
La ausencia de políticas o, mejor dicho, la seguridad pasmosa de confiar al mercado la solución de los problemas se manifiesta en un sector cuyos efectos son transversales: la vivienda. El alquiler se ha disparado, se atisba una nueva burbuja, de consecuencias letales: no hay vivienda asequible para nadie, ni para el joven talento que quiere venir a trabajar, ni mucho menos para el que se quiera emancipar con un sueldo precario. No la hay para nadie.
Todo ello en una capital contaminada —sorprende que Madrid Central haya sido objeto de un enconado debate político cuando Bruselas había sacado tarjeta roja a la capital hace tiempo por sus niveles de contaminación— y una región a la cola de España en energías renovables. Demasiado mercado para tan poca política.
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