España se echa a la calle: “Voté a Carrillo, pero era todo filfa. Ahora voy con Vox”
Crónica de una mañana electoral en tres barrios de diferente signo de Madrid
Florencia llega como una exhalación a votar en este día soleado. Sus 83 años están maravillosamente llevados. La escoltan sus dos hijas cincuentonas. Nada más entrar por la puerta lo canta a los cuatro vientos: "En su día voté a Carrillo, pero era todo filfa. Ahora voy con Vox".
Al apoderado del partido de Santiago Abascal en este colegio de Lavapiés, que en 2016 votó mayoritariamente a Podemos y al PSOE, le brillan los ojos. Le estampa dos ruidosos besos a Florencia y le da las gracias: "España se lo agradece".
Este país se ha echado a la calle este domingo para elegir su futuro. Ríos de gente se dirigían a los colegios con la sensación, en un escenario tan dividido e incierto, de que su voto era clave. Mujeres que le decían a alguien al otro lado del teléfono: "Si no votas después no te quejes".
Marta y Hugo –actores conocidos, según alertó después la concurrencia– se presentaron urgidos por el sentido del deber. No quieren que nadie pueda hablar en nombre de España. No se mostraron tan extrovertidos como Florencia a la hora de declarar su voto –tampoco hace falta ser Nostradamus para intuir por donde iban los tiros– pero sí reconocieron que les movía evitar que un bloque de derechas, en el que esté incluido Vox, se haga con el poder. "Van a obtener un resultado importante pero espero que no gobiernen. La izquierda se ha movilizado también, tengo la sensación de que es la vez que más se ha hablado de política en general", reflexionaba Marta.
Juan Fernández, de 67 años, lleva calada una gorra de marinero que le ha fabricado el suegro de su hermano, un fabricante de gorras. Si no la lleva puesta el brillo del sol le ciega el cristal de las gafas y no ve "ni torta". Fue votante comunista hasta que el partido comunista original desapareció y se pasó al PSOE, al que se mantiene fiel. Está convencido de que la mitad de España "es fascista", por lo que el otro 50%, donde está él, debe frenarla. Aunque su elección de hoy tiene que ver más con la pela: "Te lo digo sin rodeos: el PSOE me ha subido 115 euros la paga. Casi ná".
Si uno coge después el metro, a un par de paradas, se sube desde el subsuelo a un mundo distinto. En las últimas elecciones, el 80% de los vecinos del barrio de Salamanca votó al PP. Noemí Boada, de 60 años, cree que eso va a cambiar porque Vox va a rascar muchos votos. A ella le da igual uno u otro, para qué nos vamos a engañar, más bien quiere que pacten y defiendan "los intereses de España y su unidad".
Su hija, Inés, de 24, dice directamente que su caballo en la carrera es Santiago Abascal, alguien que, a su juicio, defiende "la dignidad de las personas y el respeto entre hombres y mujeres". Madre e hija coinciden en una: las dos son feministas pero en ningún caso "feminazis". La abuela estudió en ese colegio, el Beatriz Galindo, y llegó a ser investigadora científica, sin necesidad de "cuotas ni discriminación positiva". "Vivimos en un país buenísimo", ahonda.
Por ahí andaban, un poco apesadumbrados, los nostálgicos de Mariano Rajoy, el expresidente. En una sociedad que rinde culto a la juventud, a la hermosura, Paco y Juan, dos amiguetes que después se irán a beber unas cervezas, creen que Rajoy representaba un buen contrapunto de solidez, hondura, seriedad. Los dos van a votar al PP porque no les gusta la aventura de Vox ("si uno es conservador lo es de verdad, no le gusta la incertidumbre") pero no porque les entusiasme Pablo Casado. "Mariano, vuelve", bromeaban.
En plan provocador apareció Guillermo, ataviado con una camiseta estampada con los papeles de Bárcenas. Dice que no ha parado de ver en Instagram gente indecisa y eso le ha alarmado. "Hay partidos contrarios a tus ideales y hay que votar para que no suban", explica. Y su camiseta dice que es propicia porque hoy es un día de sobres.
Su madre, Maite, está un poco asustada por el auge de Vox. Las papeletas del partido al que ha votado estaban tan poco frecuentadas que ella las ha estrenado, quitándoles las gomillas. En cambio, el taco de Vox estaba "casi acabado". A ella eso le hace torcer el morro: "Son muy extremistas".
Un 155 ‘light’
A Lola le están explicando cómo funciona esto ("coge usted una papeleta blanca del partido que desee y la mete en el sobre blanco; después coge la papeleta sepia, marca con una cruz a sus tres candidatos y lo mete en el sobre sepia. No tiene mucha historia") cuando cae en la cuenta de que no hay nadie en el colegio del Pacma, el partido animalista. Como esta mañana vio que la formación escribía en Twitter que avisaran de cualquier incidencia, echa mano al móvil: "Oye, no sabéis lo que está pasando aquí".
En realidad, Pacma no tiene gente para desplegar interventores por todos lados, pero ella quería a alguien allí. Lola dijo que quería un bloque de izquierdas en el poder, por lo que cuando le dijeron que si el Pacma no lograba el mínimo puede que su voto fuera a la papelera, sus dudas despertaron el sentido de la oportunidad del interventor de Unidas Podemos: "Yo no le digo nada pero...".
Parecía que todo estaba en el aire. No para los hermanos De Juan, vecinos del barrio de Chamberí, un lugar donde el PP saca más votos pero también hay cierto caldo de cultivo para Ciudadanos. Ambos se han tirado de cabeza a la piscina de Vox. Marcos, de 26 años, está loquito porque modifiquen la ley de violencia de género y que pase a ser considerada "intrafamiliar" y no solo ampare las mujeres. Su hermana Miranda está hasta el gorro de las autonomías. "Tenemos que tener las mismas leyes en Madrid que en Andalucía", decía sin especificar.
Los hermanos coincidían en que el Gobierno había aplicado un 155 light en Cataluña y que era hora de imponer "uno de verdad". Después de votar se fueron al gimnasio. La España que vota también tiene otras cosas que hacer.
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