Casado echa el resto en la batalla final por el voto de la derecha
El PP trata de frenar la fuga de votos a Vox, el enemigo que salió de sus filas. La cabeza de lista del partido ultra por Vizcaya cobró hasta hace semanas un sueldo de la Comunidad de Madrid
Con un maratón de actos y viajes a cada provincia, Pablo Casado trata de frenar la fuga de votos a Vox, el enemigo que salió de sus filas. Tras abandonar el PP de María San Gil, fueron rescatados por Esperanza Aguirre Santiago Abascal y su cabeza de lista por Vizcaya, Nerea Alzola, que hasta hace unas semanas cobró un sueldo de la Comunidad de Madrid, gobernada por los populares. Vox condiciona la agenda y los fichajes del PP, y los desplazados del sector moderado temen a las urnas. La dirección desvincula el futuro de Casado de los resultados del 28 de abril.
Dice Sun Tzu en El arte de la guerra que “si conoces al enemigo y a ti mismo, no debes temer el resultado de 100 batallas. Si te conoces a ti mismo, pero no al enemigo, por cada victoria sufrirás otra derrota y si no conoces ni a tu enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”. El PP conoce bien al enemigo porque se crió en su casa. Lo alimentó durante años. El líder de Vox, y varios de sus fichajes, como Ignacio Gil Lázaro o Lourdes Méndez, militaron en sus filas y también sus votantes escogían antes la papeleta de la gaviota. Fuentes de la dirección del PP admiten que ese enemigo al que conocen bien condiciona su discurso, sus listas y su maratoniana agenda — “ni un domingo sin telediario y sin propuestas”—. Y un sector del partido, el marianista, el que ha sido desplazado de los mejores puestos, cree que Casado se equivoca en la estrategia, que sigue alimentando al enemigo.
La cuna del líder de Vox, Santiago Abascal, es la de los populares vascos, la de María San Gil, de la que Casado dijo que sería “lo que quisiera” en el PP. También la de la cabeza de lista de la formación de extrema derecha por Vizcaya, Nerea Alzola, que compartió bancada en el Parlamento vasco con Abascal y los populares; y la del número uno de Vox por Gipúzkoa, Juan de Dios Dávila, exconcejal del PP en Hernani.
Cuando el líder de Vox abandonó el PP, Esperanza Aguirre lo acogió en Madrid: Abascal presidió la Agencia de Protección de Datos de la comunidad (suprimida en 2012) y posteriormente fue nombrado director gerente de la Fundación para el Mecenazgo con un salario de 82.491 euros brutos anuales. Un recorrido similar al de Alzola: en 2011 se trasladó a la capital, también rescatada por Aguirre, que la colocó como directora general de la empresa pública Gedesma con un sueldo de 90.000 euros. Hasta hace unas semanas, la cabeza de lista de Vox por Vizcaya cobraba como asesora del Gobierno madrileño del PP. Después de Gedesma, trabajó en el Centro de Asuntos Taurinos y como asesora en Sanidad: entre 52.000 y 60.000 euros de sueldo.
Conocen bien al enemigo. ¿Y a sí mismos? Casado ha adoptado un discurso de regreso a las esencias y asegura que vuelve “el PP verdadero”, pero veteranos del partido que han sido desplazados para hacer hueco a sus fichajes creen que su líder está haciendo justo lo contrario. Afirman que ha “sacrificado” a figuras que han formado parte del Gobierno de Mariano Rajoy para rodearse de figuras que representan el ala más conservadora, próxima a Aguirre. Vox está “muy fuerte” en Madrid, señala un miembro del comité de dirección del PP.
También dice Sun Tzu que “si un enemigo fortalece su ofensiva, debilitará su retaguardia; si fortalece su izquierda, debilitará su derecha y si envía refuerzos a todas partes, será débil en todas partes”. Este pasaje de El arte de la guerra ilustra bien la difícil estrategia del PP, que acude a las elecciones con dos vías de fuga: a su izquierda, por Ciudadanos, y a su derecha, por Vox. El general de los populares decidió a mitad de la campaña andaluza reforzar su derecha. Perdió 315.000 votos y siete escaños respecto a la batalla anterior, de 2015, pero al sumar fuerzas con dos de sus adversarios logró derrotar al enemigo común, el PSOE. Esa estrategia, la de exportar el pacto andaluz, flaquea en la campaña para las generales,según muestran las encuestas: la izquierda se moviliza y al intentar “reforzar” su derecha, Casado ha debilitado su centro.
Según 40db, solo el 43,3% de los que votaron al PP en 2016 repetiría: un 18,8% se iría a Vox, un 17,7%, a Ciudadanos y un 15,3% está indeciso. Según Metroscopia, el votante más fiel, el de los populares, se ha reducido al 34%. Un 20% de sus antiguos apoyos prefieren ahora al partido de Abascal y un 14% al de Albert Rivera.
El PP busca un complicado equilibrio para retener el voto “moderado” —palabra que Casado repite hace semanas para definir a su partido— y detener las fugas a Vox y Cs. Así, no incluye en su programa reformar la ley del aborto, pero su líder afirma que le gustaría volver a la de 1985 y su secretario general, Teodoro García Egea, acude a una manifestación “contra la cultura de la muerte”. Aseguran que su relación con Abascal y Rivera “es buena”, pero critica sus propuestas “demagógicas” o su falta de experiencia. Dicen que Cs no es de fiar porque pactó con Pedro Sánchez, pero le piden unir fuerzas para expulsarlo de La Moncloa.
Fuentes de la dirección del PP aseguran que el discurso de llamada al voto útil, el que apela a apoyarles en las provincias con pocos escaños, “está surtiendo efecto”. Pero al tiempo, transmiten que el futuro del líder, que afronta sus primeras generales, no dependerá de los resultados. De momento, las encuestas les sitúan por primera vez por debajo de 100 diputados. El 28-A se verá si la estrategia de Casado funciona, como en Andalucía, o si, como opinan ex altos cargos del Gobierno y del PP desplazados, se ha equivocado al acercarse demasiado al enemigo.
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