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Cuenca, el laboratorio de la derecha partida

Amenazado por Vox y Cs, el PP inicia su precampaña en pueblos remotos para no perder su dominio en la España menos poblada

El presidente de la Diputación de Cuenca, el popular Benjamín Prieto, en una ruta de precampaña en Ledaña.
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María Martín
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El PP se la juega en territorios como este: Ledaña, un pueblo de 1.600 vecinos, una iglesia de piedra del siglo XVII, espacios multiusos para jugar a la petanca, plazas vacías y el eco lejano de un grupo de niños que juega al escondite. Es la provincia de Cuenca, que se despuebla y envejece. Nunca fue especialmente relevante en unas elecciones, pero el escenario aquí y en otras seis provincias donde no suele haber sorpresas es ahora imprevisible. El PP, que no pierde una elección en Cuenca desde 1989, ahora no solo teme no ganar, sino que batalla para que la división del voto conservador no acabe dando uno de sus escaños al PSOE. La aparición de Vox y la consolidación de Ciudadanos amenaza con romper el equilibrio del bipartidismo en la España más vacía.

Por eso, aquí la precampaña comenzó en cuanto terminó la Navidad. Los populares manchegos guardaron el belén y se lanzaron a las calles. Llevan dos meses de besos y apretones de manos, machacadas en la vendimia o en el cultivo del champiñón. El pasado jueves, una comitiva de cinco coches emprendió una ruta por algunos de los pueblos de la provincia. “Hay que estar aquí, no hay otro camino”, defiende, rodeado de jubilados, el candidato a la Junta de Castilla-La Mancha, Paco Núñez. Lo reciben vecinos en el hogar del pensionista que comen bocadillos de chorizo, aceitunas sin hueso y beben vino de tetrabrik. Los hombres confraternizan en el bar, las mujeres en la sala del bingo.

Gente humilde y trabajadora recibe a Núñez y al presidente de la Diputación, Benjamín Prieto, con una sonrisa agradecida. Aunque voten al PSOE. “Hace años que la política no nos interesa mucho. ¡Mira este que es del PP y va a votar al PSOE porque su hijo se ha hecho concejal!”, ilustra Pedro Garrido, de 56 años, señalando a su compañero de petanca. “Aquí quien nos dice a quién votar es la mujer”, bromea.

Cuenca (200.000 habitantes) es una de las ocho provincias donde el PP suele llevarse de calle dos de los tres escaños en juego, pero nunca lo ha tenido tan difícil. “Mi mayor preocupación es que la fragmentación del voto de la derecha le dé escaños al PSOE. El discurso del voto útil en Cuenca tiene más sentido ahora que nunca. Quien vote a Vox o a Ciudadanos puede no ver su voto en el Parlamento y estará votando al PSOE”, analiza Núñez. “Nos jugamos más que otros partidos. Necesitamos fidelizar al electorado para no perder nuestra estructura”, defiende Prieto, también alcalde de su pueblo, Fuentelespino de Haro (260 habitantes), desde hace 20 años.

Aún no hay promesas, ni mítines, pero por unos días se comentará en los corrillos que por allí pasaron los del PP, esos que conocen bien por la hija de Vicente que trabajó para Cospedal. O por Juan, que fue su concejal. “En estos lugares el voto se mantiene más por la tradición que por la moda. Es en las ciudades más grandes donde puede haber un baile de escaños”, mantiene Núñez.

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"Tierra de tradiciones"

El PSOE, que araña cada voto en una provincia conservadora, celebra la oportunidad que le abre este incierto panorama electoral. El único diputado socialista por Cuenca, Luis Carlos Sahuquillo, abanderará la causa de la España vacía y defenderá las gestiones de Pedro Sánchez y del presidente de la Junta, Emiliano García-Page, pero amoldará el discurso a “una tierra de tradiciones”.

El diputado socialista está convencido de que Vox repetirá en su provincia el éxito andaluz y no descarta que se haga con un escaño. “Es un contexto complicado. Aquí la exhumación de Franco chirría. No me gustan los toros, pero no tengo nada en contra. No me gusta la caza, pero no se me ocurre hablar de prohibirla. Voy a procesiones…”, ilustra.

Mientras el PP y el PSOE se cansarán de ensalzar las ventajas del bipartidismo, Podemos, Ciudadanos y Vox, cuyos representantes no quisieron ser entrevistados en este reportaje, buscan fórmulas para conquistar el campo. No es cualquier cosa: la provincia de Cuenca cuenta con 238 municipios, la mayoría con menos de 250 habitantes, en 17.000 kilómetros cuadrados.

“La lucha va a estar muy igualada, pero estoy convencido de que en los escenarios con tres diputados conquistaremos uno”, asegura el secretario de organización de Ciudadanos en Castilla-La Mancha, Sandro Ruiz. Criado en un pueblo de 200 vecinos, Ruiz critica cómo el PP y el PSOE se aproximan a la España rural. “Nosotros no nos acercamos sino que son los vecinos los que van a abanderar nuestra campaña”.

El joven portavoz de Podemos en Cuenca, Eduardo Pérez, de 23 años, confía en la “remontada” en un bar de la capital. En 2015 y 2016 fueron la tercera fuerza más votada, pero las expectativas han caído desde entonces. Pérez, estudiante de Derecho, defiende también un discurso rural, un entorno al que les cuesta más llegar sin Telegram y con términos como “neoliberalismo” y “sostenibilidad”. “Vamos a enfocar la campaña en la despoblación y en la falta de oportunidades en un campo donde han visto que sus hijos y nietos se han marchado por la falta de empleo y de inversión”, defiende el representante de Podemos. “Es complicado rebatir la campaña del voto útil. Sánchez lo ha hecho bien estos meses, pero el Gobierno socialista jamás se hubiese atrevido a alcanzar esas medidas si no fuese por Podemos”, añade.

De vuelta a Ledaña, el que se presenta como primer alcalde democrático del pueblo, el socialista Policarpo Espinosa, se agarra los tirantes con las manos temblorosas y advierte condescendiente desde una silla de plástico: “Estamos en unas fechas clave”. El anciano y sus vecinos, con los ojos vidriosos entre el vino y las cataratas, los que habitan la España olvidada, ya han empezado a darse cuenta de que, esta vez, serán más importantes y disputados que nunca.

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Sobre la firma

María Martín
Periodista especializada en la cobertura del fenómeno migratorio en España. Empezó su carrera en EL PAÍS como reportera de información local, pasó por El Mundo y se marchó a Brasil. Allí trabajó en la Folha de S. Paulo, fue parte del equipo fundador de la edición en portugués de EL PAÍS y fue corresponsal desde Río de Janeiro.

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