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Rescate de Julen: mineros a 73 metros bajo tierra, a martillazos contra la roca y reciclando su propio oxígeno

La Brigada de Salvamento de Asturias picará piedra durante unas 24 horas para llegar a donde se cree que está el pequeño

Una grúa coloca los tubos de acero en la finca de Totalán donde se busca a Julen, el niño de dos años desaparecido el 13 de enero. En vídeo, los mineros llevan equipos de ventilación especializados para garantizar el oxígeno mientras trabajan.Foto: atlas | Vídeo: JON NAZCA (REUTERS) | atlas
Manuel Jabois

Del hotel Rincón Sol, con balcones al mar en Rincón de la Victoria, el pueblo vecino de Málaga que está a los pies de la montaña que lleva a Totalán, llevan saliendo dos días ocho mineros de la Brigada de Salvamento creyendo que se van a meter en la tierra. Están rodeados de una expectación casi cinematográfica, algo que detestan porque entre ellos se suele decir que la publicidad de un rescate perjudica al rescate. Esta vez esa parte la tienen perdida; entre los periodistas y los ánimos espontáneos de la gente en el hotel y en Totalán, los brigadistas que picarán a mano bajo la tierra para llegar a Julen, el niño de dos años que se busca en un pozo desde el 13 de enero, representan, desde su llegada, la parte positiva de un suceso angustioso y la punta de lanza de un inmenso dispositivo de búsqueda.

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“Son los más cualificados. Los que más destacan de todos nosotros, los más hábiles. Unos somos mejores para picar, otros para postear… Los mineros de la Brigada son hábiles y rápidos en todos los terrenos: pueden picar, postear la madera y tienen unas cualidades sobresalientes para hacer cualquier cosa que surja ahí abajo”, dice José Ángel Quirós, un minero con 21 años de experiencia en el Pozo María Luisa de Langreo.

Tras terminar el entubado del nuevo pozo, una acción a la que no han dejado de salirle problemas, este jueves es el momento de los mineros. Más de una semana después de su aterrizaje en un avión del Ejército, el equipo liderado por Sergio Tuñón da el relevo a la gigantesca perforadora que ha construido un pozo de 1,5 metros por el que cabe la cápsula de hierro construida ad hoc para que los mineros desciendan, por parejas, a 73 metros de profundidad.

Su trabajo lo harán, explica Quirós, mediante lo que en argot minero se conoce como ramplón, es decir, con inclinación. “El pozo nuevo lo bajaron un poquitín más del sitio en concreto en el que creen que se encuentra el niño [el pozo nuevo tiene 80 metros y los mineros empezarán a trabajar en la cota 73]. Eso se denomina caldera. ¿Por qué? Porque ahí se va cayendo el material cuando se pica. Y al hacerlo en ramplón, con pendiente, el material baja ya solo”. El problema para este minero es que sus compañeros no saben el material que van a romper. “Nosotros en otros sitios sabemos a qué nos enfrentamos. Pero tengo la seguridad de que se va a hacer bien y lo más rápido posible”. ¿Qué materiales son los peores para trabajar? “La roca dura para el picador es terrible. Pizarra, cuarzo. Hay un tipo de piedra arenisca azul que empiezas a picar en ella y te rebota el martillo”.

 “He oído que hay granito”, dice el espeleólogo Raúl Pérez López, científico del Instituto Geológico y Minero de España en el área de Riesgos Geológicos. “Son rocas que llamamos metamórficas (pizarra, filitas y cuarcitas), y dentro hay granito, que es una roca ígnea. Cualquiera de ellas son rocas muy fuertes, bastante duras. Alguien que quiera hacer un agujero y se encuentre con este tipo de materiales se va a encontrar con algo que le obliga a cambiar su estrategia. Aparte de que cuando pasas una roca dura, lo normal es que el sondeo se tuerza; te cambia las propiedades, tú estás haciendo una rotopercusión y cambia la vibración y la rotación. Siempre se tuercen los sondeos”.

La mina y las galletas de chocolate

José Ángel Quirós hace hincapié en el espacio que tendrán los mineros ahí abajo, un lugar mínimo debido a la urgencia del rescate. “El problema de trabajar en sitios tan reducidos es que hay que adaptarse a las condiciones que tienes; no hay espacio para el brazo, para coger fuerza, para moverte, son condiciones durísimas”. Se ha dicho que los mineros abrirán la piedra de rodillas, pero eso puede variar. “Mira, en la mina trabajas como sea, echado, de rodillas… Tu desempeño se produce en la forma a la que mejor te adaptes y que te permita la mina. ¿Tú sabes cómo son las galletas de chocolate? Pues la mina es igual, solo que más ancha: nosotros comemos el chocolate y dejamos la galleta”, explica Quirós.

Los mineros de la brigada trabajarán de dos en dos, y llevarán las herramientas de mano habituales; pico, pala y un martillo neumático con punzón que pesa ocho kilos. Ese martillo hay que levantarlo y golpearlo, una y otra vez, en un sitio en el que el brazo tiene un recorrido concreto, mientras se levanta un armazón de madera (postear) que sostenga la presión de la tierra y permita avanzar a los mineros. Todo ello, con un equipo autónomo de respiración que pesa 14 kilos, como cuenta a EL PAÍS el antiguo jefe de la Brigada de Salvamento, Santiago Suárez, y un autorrescatador por si hay desprendimientos (consiste en un equipo de urgencia que facilita treinta minutos de autonomía para poder escapar ante la falta de oxígeno o la presencia de un gas tóxico).

Con el equipo autónomo de respiración que llevan los mineros a la espalda, el aire exhalado no se expulsa al exterior, sino que vuelve a entrar en el equipo para ser regenerado. Ellos llevan una botella de oxígeno medicinal, explica Suárez, así que al principio lo que hacen es respirar oxígeno puro. Luego, se recicla. Esto se explica al detalle en la revista Seguridad Minera: “Al respirar consumimos oxígeno y generamos dióxido de carbono (CO2), estos equipos funcionan retirando el CO2 exhalado mediante diferentes sistemas y aportando oxígeno para volver a ser usado”. Esto tiene ventajas e inconvenientes. La principal ventaja es la autonomía, ya que no se depende del consumo de aire propio: “El aporte de aire es continuo y podemos estar varias horas respirando con él (de dos a cuatro horas, según tipo y modelo)”. La desventaja, explica la revista, es que “al utilizar continuamente el mismo aire, este se va calentando y aumentando su humedad a medida que pasa el tiempo, sobre todo al realizar un trabajo pesado con gran consumo de aire”. Un aire que acaba llegando a temperaturas muy altas.

Miembros del equipo de mineros abandonan el hotel, este jueves.
Miembros del equipo de mineros abandonan el hotel, este jueves.JON NAZCA (REUTERS)

“Es oxígeno, sí, pero mucho más seco, y es aire caliente y hay mucho más agobio. No es lo mismo respirar a escape libre que cuando te ponen algo en la boca”, dice el minero Eduardo de Deus. “El aire sale a una temperatura muy alta. Las condiciones para ser parte de la brigada son muy exigentes. Hay, por ejemplo, que tener un certificado médico que pruebe una determinada capacidad pulmonar. Vamos, que físicamente hay que ir como un cañón”, cuenta Quirós. De Deus entiende, por su parte, que nada será nuevo para un cuerpo de rescate de élite. “Los espacios confinados y el riesgo son parte de nuestro trabajo, es inherente a él, partamos de ahí; la gente que está allí es gente que ha estado en arranque, que está acostumbrada a trabajar en espacios muy pequeños. Los trabajos de arranque, mantenimiento o levantamiento de piedras conllevan el mismo riesgo. Ocurre que este es un rescate en el que se dan unas condiciones fuera de lo normal. Debajo de la tierra suele haber condiciones malas, con un ambiente muy seco o muy húmedo y en el que hay muchas variantes, con un ambiente viciado con polvo o gases”.

¿Qué es arranque? La operación de destrozo de la roca para separarla del bloque, la veta o el macizo rocoso en que se encuentre. Hay que golpearla y arrancarla a golpes, y hacerlo en trozos suficientemente pequeños como para que puedan ser después cargados y transportados. “Hay que tirar de martillo”, dice Quirós. La roca dura para el picador, añade, es “terrible”.

Para estudiar los terremotos, una de sus áreas de trabajo, el espeleólogo Raúl Pérez López ha llegado a liderar una expedición por la sima más temida de mundo, la asturiana Cerro del Cuevón, a 1.600 metros de profundidad. Ha vivido experiencias extremas en cuevas, ha visto a compañeros colarse por grietas imposibles y salir, y un día, tras dormir a 700 metros, en silencio y sin ver nada, confesó a EL PAÍS meses después: “Dentro de la cueva, la principal sensación que tienes es miedo. El grado de aislamiento es tal que te preguntas si le importas a alguien. Estás en un sitio donde muy poca gente puede ir a por ti. En ese momento tu cerebro deja de tener sensaciones”.

“En el Instituto Geológico Minero”, dice, “tenemos un convenio con la Comunidad de Madrid, con Bomberos y con la Unidad Militar de Emergencias para trabajar en grandes catástrofes, como terremotos, erupciones volcánicas, grandes inundaciones... El grupo se activó en el primer momento, al menos estaba en preactivación, y se puso en contacto con nosotros para que le diésemos apoyo. Al final a nosotros no se nos activó”, cuenta. Disponen de escáner de sondeos, cámaras o testificadores, pero muchos de estos instrumentos no valdrían para una operación como el rescate de Julen. Por ejemplo, el instituto tiene atribuciones en temas de sondeos como el de Totalán, pero son sondeos distintos. “¿Qué hacemos? Hacemos un agujero con una broca y sacamos lo que se queda en el centro. Y nosotros los geólogos interpretamos ese material y qué propiedades tiene: presencia de agua, dureza, densidad, conductividad eléctrica, propiedades magnéticas… Porque nosotros buscamos recursos minerales que puedan ser de interés, desde para construir móviles hasta piedras raras. Pero esto es distinto. El pozo en el que se ha caído Julen es un sondeo que se llama destroza, y que significa que tú haces un sondeo y te da igual lo que saques: lo tiras todo. ¿Y qué pasa? Que no sabes lo que has sacado”.

Procedencia del tapón

Raúl Pérez pone otro ejemplo. “Nosotros hemos visto las imágenes de cómo se bajó la primera cámara. ¿Pero qué nos interesa a nosotros como geólogos? Las paredes laterales. Porque tú me vas a preguntar qué material es, qué composición mineralógica va a tener, qué presencia de agua, qué fracturación… Nosotros no miramos para abajo, miramos a los lados”. El científico recuerda que lleva muchos años trabajando en geología de emergencias, y dice que no había visto nunca “nada igual en mi vida”. “Esto de encontrarse a una persona a 60 metros en un sitio así, tan difícil de entrar, no lo he visto”.

Pérez recuerda el caso de una mujer en el terremoto de Seúl que llegó a estar 16 días enterrada en escombros, en un agujero. “Pero no tenía traumatismo ni contusiones, y el agua que tenía era de una roca que chupaba”, cuenta. Naciones Unidas suele esperar entre cinco y siete días a encontrar supervivientes antes de empezar con la maquinaria pesada en los terremotos. El científico insiste: “En un terremoto, no en un caso así”.

Una de las incógnitas de este rescate que ha movilizado a tanta gente es la procedencia del tapón de tierra en el pozo que obstaculiza el acceso a Julen. Se entiende que procede, precisamente, de los laterales del sondeo. “No tengo ni idea de dónde ha salido la tierra, pero en principio se produce un derrumbe. Cuando tú abandonas así un pozo de estos, lo normal es que se produzcan caídas de las paredes laterales. Por la humedad que se va filtrando, la lluvia… Pierden consistencia los laterales y va cayendo arena o tierra. Pero yo no sé, no tengo ni idea de qué hace eso ahí. Si quiere saberlo alguien, tienes ese tapón ahí, coges una muestra y tienes en ella toda la litología y geología del lateral del sondeo, sabes de dónde viene: de la parte de en medio, de más arriba, de más abajo o es una mezcla de todo. Si es una mezcla de todo, es un buen criterio para pensar que fue cayendo según algo fue cayendo”.

Desde el momento en que los mineros desciendan, se calcula un trabajo manual de 24 horas. Puede ser más dependiendo de los materiales y las condiciones que se encuentren. Puede ser menos. Cuando avancen lo suficiente podrán colar una cámara al otro lado, debajo de ese tapón de tierra, y ver si es allí, a esa altura, donde se encuentra Julen, el niño de dos años que hace ya 11 días cayó en un pozo de una finca de Totalán. 

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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