El fin del arriolismo
El gurú que defendía un PP de perfil bajo para no molestar y sumar más votantes se jubiló en diciembre
Pedro Arriola se jubiló oficial y formalmente este pasado 31 de diciembre, a sus 71 años y tras 30 como gran asesor aúlico, demoscópico y electoral de los presidentes del PP. Su último contrato vencía ese día. La relación con el actual líder popular, Pablo Casado, nunca existió y tras el pasado verano se le hizo llegar el mensaje de que su época había pasado. Hubo un conato de conflicto laboral y, de hecho, su liquidación no está zanjada totalmente. El arriolismo es incompatible con Casado, su equipo y el nuevo PP “sin complejos”. Y el marianismo es un arriolismo a la gallega.
No hay una fecha fundacional para el arriolismo pero sí mucha leyenda y varias definiciones. En pleno apogeo del perfil más duro del José María Aznar aún en la oposición, en 1993 y en la legislatura desagradable del “Váyase señor González”, Arriola constató con los datos de las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que al PP se le situaba ideológicamente muy a la derecha y que así era muy difícil por no decir imposible abarcar a votantes suficientes para ganar unas elecciones en toda España. No hubo gurús que asesoraran al respecto ni un punto concreto de inflexión.
Pedro Arriola estudió las preguntas y las tripas de esos sondeos del CIS para averiguar cómo se posicionaban los españoles ante la política en el eje de derecha a izquierda y corroboró que en la radicalidad estaban sentenciados a vivir en la oposición. Aznar lo entendió tras pasar de ejercer la oposición a ostentar el poder en La Moncloa y Mariano Rajoy lo asumió a partir de 2008, tras una primera etapa en la que le costó digerir la agria derrota tras el 14-M y después de desprenderse de los arietes menos ductiles del aznarismo: Eduardo Zaplana y Ángel Acebes.
En aquellos años difíciles el jefe de campaña de Rajoy fue Gabriel Elorriaga, un gabinetero de Aznar, que le dejó en la estacada en 2008 con un artículo en el que cuestionó en público su capacidad para un liderazgo “sólido, potente” y con una ideología clara. Elorriaga cataloga ahora así el arriolismo: “Un discurso de perfil bajo capaz de aglutinar el espectro más amplio y una estrategia de conformación de mayorías a partir de la indefinición”. El marianismo llevó esos extremos del catch-all party (metapartidos atrapalotodo) a la idea de no molestar ni crispar nunca y si es posible no hacer nada mejor que proponer algo incierto. Rajoy reconoció que muchas veces se hacía el tonto cuando algo o alguien no le gustaba demasiado.
El PP de Casado no tiene una ideología muy diferente a Rajoy pero sí un estilo radicalmente distinto: “Sin complejos”. Desde la dirección actual describen así ese mantra: “Claridad en la propuesta y convicción en su defensa, la gente nos reclama conexión emocional con sus principios y sus aspiraciones”. Y así se han buscado los últimos candidatos.
Elorriaga no comprende bien qué se quiere decir con esa alusión a los complejos pero sí encuentra que el momento del arriolismo era otro, porque entonces ni el PP ni el PSOE tenían mucha o ninguna competencia en sus segmentos y ahora en cambio sí la hay y se deben buscar los elementos de diferenciación. Y explica que el PP y todos los partidos manejan formas diversas según estén en la oposición o gobiernen.
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