El rescate de Julen, una misión de especialistas
La Brigada de Salvamento Minero de Asturias espera en Totalán su turno, que será el de ejecutar la misión de rescate
Los miembros de la Brigada de Salvamento Minero de Asturias serán los primeros que vean a Julen, el niño de dos años que se cayó por un pozo de un centenar de metros el pasado domingo en Totalán (Málaga). No se sabe, eso sí, cuándo. Este cuerpo de élite de rescatadores bajo tierra fue desplazado en un avión del Ejército al pueblo el pasado martes para ejecutar la última misión de un rescate que este jueves desechó la opción de ejecutar una galería horizontal que fuese a dar con el pozo. “Trabajar en horizontal, pegar contra la piedra, la evacuación de escombro… La roca está relativamente dura, es conglomerado”, dicen fuentes conocedoras de la operación frustrada, que recuerdan que en minería se utiliza explosivo cuando las máquinas ya no dan más. “Probamos y no fuimos capaces de tirar. Pero verticalmente será mucho más fácil”.
Tras la realización del pozo paralelo al que está atrapado Julen, que tendrá unos 80 centímetros de diámetro y estará entubado y protegido para que no se hunda ni se filtre agua, los mineros bajarán por un torno con un martillo de aire comprimido y un hacho para cortar la madera y poder postear, es decir crear el armazón con postes para aguantar la presión de la tierra. Pero antes de eso, cuando llegue abajo el primer brigadista, lo primero que hará será intentar conectar su pozo con el de Julen para meter una cámara y comprobar si el niño se encuentra a esa altura, a los 80 metros, debajo del tapón de tierra formado en el pozo. De no estar allí, habría que continuar perforando de la cota 80 a la cota 100.
¿Dónde está? Esa es la pregunta que circula con más obsesión en el dispositivo de búsqueda. “Estos pozos suelen tener abajo corrientes subterráneas de agua, incluso puede haber alguna cavidad”, dice un minero que ha trabajado en numerosos rescates. “Ahí abajo puede haber hasta una cueva, porque en su día pasó el agua y quedó una cavidad suficientemente grande. No conocemos lo que hay, no hay un estudio, así que puede haber cualquier cosa”. En Totalán están a la espera ocho miembros de una brigada que se remonta en el tiempo hasta 1912, cuando actuó por primera vez tras una explosión de grisú, sin heridos, en el pozo María Luisa de Langreo, el mismo lugar donde treinta años después otra explosión se llevó por delante a 47 personas.
Para ser parte de este grupo de rescatadores hay que tener, en primer lugar, seis años de categoría (picadores, barrenistas, electromecánicos, mineros de primera) y llevar diez en Hunosa, la empresa que sostiene la actividad de salvamento. Si se reúne este requisito, además de contar con un informe que garantice que se trata de un trabajador ejemplar, hay que superar pruebas físicas y mentales.
Santiago Suárez García fue el jefe de la Brigada de Salvamento Minero de Asturias cuatro años, desde 2005 hasta 2009. Atiende a EL PAÍS por teléfono. “Lo que nos distingue es el trabajo en atmósferas irrespirables con equipos de respiración autónoma de larga duración. Llevan un oxígeno que te permite trabajar en atmósferas potencialmente explosivas o sin oxígeno. Eso pesa 14 kilos y hay que llevarlo a la espalda. La prueba principal para entrar, aparte del posteo, es demostrar que se puede respirar del aire de los equipos. Esto exige muchísima fuerza física y muchísima capacidad pulmonar. El reconocimiento médico con pruebas de esfuerzo es exhaustivo y, después de eso, hay que hacer una serie de pruebas con el equipo”.
En la enorme base de salvamento en Langreo, sede de la brigada, se construyó un circuito en el que hay pruebas como la de pasar por un tubo de 50 centímetros con el equipo a la espalda, “y si no coges con él, pues lo pones delante”. Hay que desplazarse por una especie de laberintos y enfrentarse a diversas dificultades, entre ellas detectar a otra persona entre el humo (muchas misiones de la brigada tienen que ver con incendios). “El humo puede ser real o de discoteca. Pero dentro de la mina hay que acostumbrarse a trabajar con visibilidad cero, y eso se tiene que entrenar en el exterior porque en un túnel, y con riesgo real, es diferente. Si hablamos de galerías muy pequeñas lo que haces son barridos. Ponerse en hilera, a veces con cuerda-guía, e ir poco a poco pisando y tanteando”. En la base de la brigada también se dispone de una sala de autorescate, un equipo que te facilita treinta minutos de autonomía para poder escapar proporcionándote oxígeno ante la falta de él o la presencia de un gas tóxico. Se entrena llenando de humo un pequeño laberinto y teniendo que ponerte el equipo y salir con él en esas circunstancias. “La clave no es saber ponerlo fuera, sino dentro y en peligro”, matiza Suárez García.
Cuando fue director insistía en una característica de las pruebas psicológicas: que los brigadistas supiesen, antes que cualquier cosa, trabajar en equipo y saber integrarse en él. “Nosotros en la estación de salvamento estamos 24 horas y los turnos son de 7/8 horas, somos una familia. Comes allí, duermes allí. Por bueno que seas individualmente, en ese trabajo necesitas a dos personas al lado. Y esto por ley: en un rescate tiene que haber siempre un mínimo de tres personas bajo la tierra por si un compañero desfallece, que los otros dos lo puedan ayudar”.
De esta manera, el equipo mínimo para un rescate es de tres brigadistas y un mando trabajando a seis horas en rescates dificultosos por la propia autonomía del equipo de respiración. “Entre llegar y salir… Y descansar, porque ahí dentro hay que estar al 100 %, no vale menos. La tendencia es quedarse, pero es importantísimo regular. Yo sé que la presión es tremenda”.
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