Se cumplen 30 años de la primera muerte de un migrante en patera
El hallazgo en una playa de Tarifa del cadáver de un joven marroquí, que nunca pudo ser identificado, abrió un periodo de “tragedias constantes” con más de 6.700 desaparecidos
El cadáver tirado bocarriba sobre la arena, vestido, hinchado y con los brazos en cruz. La patera vacía y encallada en la orilla de una playa de Tarifa. Los cuatro supervivientes que narraban en francés la historia de un naufragio que “hiela el corazón”. De ese 1 de noviembre, de hace justo 30 años, el periodista Ildefonso Sena tiene demasiados recuerdos y ninguno bueno. Hizo diez fotos con su cámara Nikon compacta, aunque bastó una para que el suceso diese la vuelta a Europa. Sin pretenderlo, había inmortalizado la primera tragedia de la inmigración en el Estrecho de Gibraltar.
“No fui consciente de la cantidad de muertos que vendrían después”, reconoce el periodista de Diario de Cádiz, hoy ya retirado. Dos cadáveres más al día siguiente, otros dos el 3 de noviembre, uno más en Ceuta; así hasta sumar 11 finados y siete desparecidos. Fue la primera patera naufragada en la frontera sur y en este 30 aniversario el drama está lejos de acabar. “No ha habido un solo año en el que no haya habido tragedias mortales”, reconoce Gabriel Delgado, director del Secretariado de Migraciones del Obispado desde 1993.
Desde ese 1 de noviembre de 1988 ya son 6.714 los inmigrantes fallecidos y desaparecidos en aguas del Estrecho, según estimaciones de un informe elaborado por Andalucía Acoge. Al ocaso de una tarde de finales de octubre, Antonio Ruiz y su hijo Francisco Ruiz pasean entre las tumbas de decenas de ellos, en el cementerio de Tarifa. El primero era alcalde socialista cuando la localidad vivió su primera tragedia, Francisco lo es ahora, cuando el pueblo —de 18.116 habitantes— no duda en prestar sus manos y recursos para atender a los centenares de recién llegados cada vez que el sistema de atención se colapsa.
En Tarifa ya saben que si el viento está en calma o sopla poniente, habrá pateras. Que si, de golpe, salta el furibundo levante hay más papeletas para que haya dramas en la mar. “Tenemos 30 años de experiencia. Llevamos muchos años viviendo esta realidad y estamos acostumbrados. La acogida hay que normalizarla, pero la muerte, nunca”, reconoce Francisco Ruiz. Es la sabiduría no escrita del tarifeño, solidario hasta la extenuación (en verano, un centenar de vecinos se desvivió por atender a los migrantes acogidos en el pabellón municipal), pero cada vez más acostumbrado a la llegada de cadáveres de magrebíes y subsaharianos a sus costas.
No era así en los ochenta, cuando el pueblo gaditano despertó a una realidad que ni sabía cómo interpretar. “No podíamos pensar que esto iba a llegar a lo que ha llegado”, reconoce Antonio Ruiz. Sena lo corrobora: “El fenómeno migratorio se descubrió de forma paulatina. Entre 1982 y 1983 empezaron a llegar pateras y la Guardia Civil al principio creía que eran porteadores de droga. Luego se hizo más frecuente, pero nadie le dio importancia hasta el 1 de noviembre de 1988”. Ese día, el periodista libraba hasta que un guardia civil le dio el aviso: “Vente para la playa de Los Lances, ha aparecido un cadáver”.
Cuando llegó, Sena descubrió la escena: “Hacía un viento infernal. A dos metros de la proa de la embarcación, estaba el joven muerto. Tendría 25 años, estaba cubierto de roña del mar”. Se agachó para hacer las fotos. Luego, un agente le pidió que hiciese de intérprete en francés con los cuatro supervivientes marroquíes que había en la playa. “Me contaron que eran 23 y que zarparon a las 12 de una playa de Tánger. A mitad de camino les sorprendió un levante muy fuerte. Llegaron cerca de la costa y el barco volcó”, reconstruye el periodista de 67 años.
Los 11 fallecidos no tenían nombre, ni filiación o familia conocida, comenzaba una pauta que se haría demasiado habitual. Sin seña alguna, tras pasar por la morgue, acabaron enterrados en el cementerio de Tarifa, donde la inscripción "inmigrante de Marruecos" puebla los nichos altos del camposanto. Ellos acabaron en una fosa común, la misma que hoy está rematada por una sencilla lápida: “En memoria de los inmigrantes fallecidos en aguas del Estrecho”. La colocó Delgado cuando llegó al cargo. Para ese entonces, él y su equipo descubrieron que, a diferencia de otras diócesis, el grueso de su labor estaría más en atender a los inmigrantes que a los emigrantes.
Delgado lleva ya 25 años de sentimientos agridulces, de migrantes que consiguen salir adelante y de otros que se convierten en una mera diligencia judicial anónima de una tumba en los camposantos de Tarifa, Barbate, Ceuta o Conil. En este cuarto de siglo, el responsable de Migraciones ha visto regueros de muertos en las playas o niños fallecidos, como Samuel, hallado a principios de 2017 en Barbate. “La tragedia mortal me llega muy adentro. No soy capaz de acostumbrarme”, reconoce el sacerdote, que ha oficiado decenas de entierros similares.
Cada segundo miércoles del mes, el Secretariado organiza los encuentros Círculos de Silencio en ciudades de ambas orillas. “Queremos que nadie se acostumbre a la tragedia. Ahora temo que, además, pasemos de la globalización de la indiferencia a la globalización del rechazo”, explica Delgado con tono de preocupación. No hay cita en la que no tengan que rendir homenaje a un nuevo fallecido o desaparecido. Ese 1 de noviembre de 1988 era difícil de imaginar que el Estrecho se convertiría en la fosa común que es hoy. Aquella ventosa mañana, tan solo era el día en el que Sena pulsó el disparador “sin calibrar la importancia de la foto que hacía”.
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