Punto y final a un crimen en la Galicia profunda
La Audiencia condena a 10 años y medio de prisión al asesino confeso del holandés Martín Verfondern incitado por las rencillas familiares del negocio maderero
Con la atenuante de padecer una anomalía psíquica que le ha dejado en la niñez, Juan Carlos Rodríguez González, de 51 años, el asesino confeso de su convecino, el holandés Martín Verfondern, de 53, ha sido condenado por la Audiencia de Ourense a 10 años y medio de prisión. Se cierra así un capítulo negro de la Galicia profunda que en enero de 2010 truncó el sueño del matrimonio Verfondern que habían comenzado 13 años antes, cuando se trasladaron a la despoblada aldea ourensana de Santoalla do Monte, con apenas seis habitantes, para vivir una vida tranquila, en plena naturaleza salvaje.
La sentencia deja solo frente a este crimen a un único culpable y autor del disparo que acabó con la vida del holandés, pese a sufrir una discapacidad del 65%. Su hermano Julio Rodríguez, acusado de encubrimiento, al haber ayudado a Juan Carlos a ocultar el cuerpo durante cuatro años y medio, ha quedado absuelto y en libertad, aunque ambos tendrán que asumir las costas del proceso. Además, el acusado deberá indemnizar a la viuda del holandés, Margot Pool con 50.000 euros y el tribunal le impone la prohibición de acercarse a ella a menos de 300 metros durante 11 años y 5 meses.
Al arrancar el juicio en junio, el fiscal encargado del caso, Miguel Ruiz, puso en antecedentes al jurado popular. Para ello pintó el escenario del crimen como una aldea perdida en la montaña, siendo el único móvil los conflictos entre las dos familias por el reparto del lucrativo negocio maderero. "Ustedes llegarán a la conclusión de que Santolla era el salvaje oeste", les advirtió.
Un mes antes, aproximadamente, de la muerte del que todos los vecinos llamaban “el holandés”, se escribió el crimen. Una sentencia de Juzgado de Primera Instancia de O Barco (Ourense) obligó a inscribir a Verfondern en la comunidad de montes y poder participar así como vecino de los beneficios del negocio. Este veredicto fue el detonante del homicidio, porque, para el fiscal, el sentimiento de apego a la tierra de los comuneros, concretamente de la familia Rodríguez González, había chocado de lleno con los intereses de “unos extranjeros” que legalmente reclamaban una parte de los ingresos.
Juan Carlos Rodríguez ya había confesado en noviembre de 2014 ante la Guardia Civil y el juez que lo mató porque "conducía como un tolo (loco)", aunque después cambió de versión, pero sin entrar en detalles. En el juicio no quiso declarar, un “derecho al silencio”, dice el tribunal, que no afecta a ningún principio constitucional por lo que han prevalecido sus anteriores declaraciones sumariales y los testimonios recogidos durante la vista oral.
Su hermano Julio Rodríguez, sí aceptó dar su versión ante el jurado popular, pero negó que hubiese tomado parte en una confabulación familiar para asesinar a Verfondern. Admitió que había ocultado el cadáver de su vecino al que encontró dentro de su coche, todavía encendido, un destartalado Chevrolet Blazer aparcado a la entrada del pueblo cuando él iba conduciendo su tractor. Y dijo que lo hizo para proteger a su familia porque pensó esta que podía tener problemas.
Junto a su hermano Juan Carlos, condujo el coche del holandés con su cuerpo dentro, a unos 20 kilómetros lejos del pueblo, y luego depositó el cadáver en el suelo y lo cubrió con unas ramas de pino y regresaron a casa. Insistió Julio que a partir de ese momento se impuso la ley del silencio porque nadie volvió a comentar el asunto ni él habló del tema con su hermano hasta que este fue detenido.
El capítulo final de esta historia lo cerró Julio Rodríguez, cuando fue interrogado por la relación de su familia con el matrimonio Verfondern. Reconoció que la relación entre las dos únicas familias del pueblo se fue deteriorando “porque Martin no respetaba las propiedades abandonadas y se iba apoderando de las piedras de las casas en ruinas para usarlas en la suya".
Julio pensó en su familia cuando vio el cuerpo sin vida de su vecino. Y aunque, sin llegar a acusarlo, situó a su hermano en el lugar del crimen, explicó ante el jurado que “se trata de un niño de siete años, incapaz de maquinar, pero muy capaz de mentir para llamar la atención o hacerse el héroe”.
El fiscal rebajó en seis años la petición de condena para Juan Carlos y prácticamente su teoría del crimen fue reproducida en la sentencia. El homicida estaba convencido de que quería ser “el héroe de Petín”, acabando con la vida de Martín, “al que le profesaba una profunda enemistad”, después de reconocer que ”llevaba tiempo pensando en castigar a Martín de alguna manera”. La sentencia deja claro que la conflictividad derivada de la pérdida de ingresos de la familia de Juan Carlos por el reparto de los rendimientos del monte comunal influyeron en él, porque “en el fondo de su conducta aparece la enemistad y el odio que regía la vida de esa pequeña comunidad”.
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