Confiesa uno de los dos detenidos por la muerte del holandés de Petín
Dos hermanos de la familia del pueblo con la que vivía enfrentado el agricultor extranjero fueron arrestados por la Guardia Civil el sábado
Uno de los dos hermanos detenidos en la sobremesa del sábado en relación con la muerte en 2010 de Martin Verfondern, el holandés residente en Petín del que no se halló rastro durante cuatro años, reconoció ayer ante la Guardia Civil los hechos, según fuentes del instituto armado. Esta misma persona conocedora del caso explica que se trataría del hermano menor, y que el otro arrestado no habría confesado. Es probable que hoy se lleve a cabo algún registro en el municipio de Petín después de la información recabada en los interrogatorios, que se prolongaron buena parte del día. A consecuencia de este registro, según la misma fuente de la Guardia Civil, los hermanos Julio, de 51 años, y Juan Carlos Rodríguez González, de 47, este con una acusada discapacidad psíquica, podrían no ser puestos a disposición del juez instructor de O Barco hasta el martes.
Cuatro años después de los hechos, la Guardia Civil ha apresado a los que consideró “desde el minuto cero” autores de la muerte de Martin Verfondern, el agricultor ecológico que desapareció de su casa en la apartada aldea de Santoalla do Monte (Petín), sin dejar rastro aparente, el 19 de enero de 2010. Estos hombres son dos de los cuatro hijos varones del matrimonio nativo de Santoalla que mantenía una fuerte rivalidad con Verfondern y su viuda, también holandesa, a causa de los derechos sobre el monte comunal. El sábado, a última hora de la tarde, los detenidos llegaban a la Comandancia de Ourense para ser interrogados. Una portavoz oficial confirmaba que se les imputa un delito de homicidio y explicaba que el móvil radicaría, precisamente, en esa disputa por los beneficios en la explotación de 500 hectáreas de terreno en los alrededores de Santoalla.
El pasado mes de junio, después de varias búsquedas infructuosas llevadas a cabo desde 2010, dos guardias civiles que hacían labores de vigilancia de incendios forestales vislumbraron desde un helicóptero el coche abandonado de Martin Verfondern, que durante cuatro años parecía haber sido engullido por la tierra como su propio dueño. Después de un par de días, cerca del Chevrolet Blazer hallado en un pinar del municipio de A Veiga, se encontraron huesos humanos. El septiembre llegó a la viuda, Margo Pool, la confirmación del forense Fernando Serrulla: se trataban de los restos, completamente roídos por las alimañas, de su esposo. El titular del juzgado mixto número 2 de O Barco, Roberto Barba, decidió empezar desde el principio sus pesquisas, después de que las llevadas a cabo en 2010 resultasen infructuosas por la inexistencia de pruebas y pese a que siempre había habido sospechosos.
El propio Verfondern, un agricultor que llevaba instalado con su esposa en Santoalla desde 1996, describía y registraba en vídeo (en su afán por acumular pruebas con las que denunciarlos en los juzgados) sus habituales choques con la familia de Julio y Juan Carlos Rodríguez González. Estos habitaban con sus padres octogenarios una casa situada en la otra punta de la aldea, y hasta que los Verfondern compraron una vivienda en Santoalla, los Rodríguez tenían a su disposición el enclave entero, hoy prácticamente en ruinas, porque las otras familias habían emigrado, en buena parte a América, hacía décadas. La familia siempre negó estar implicada en la muerte del holandés, e incluso la madre de los detenidos afirmaba que "en el fondo", le tenían "cariño". Durante todo este tiempo, ninguno de ellos se derrumbó, a pesar de que se sabían señalados como principales sospechosos. El sábado, pasadas las tres de la tarde, la visita de los guardias civiles no acabó en nada como las anteriores. De momento, el instituto armado no revela cuáles son las pruebas en las que se basa aunque asegura que las tiene. El Chevrolet Blazer de importación del holandés muerto apareció parcialmente calcinado y después de soportar la intemperie de alta montaña durante mucho tiempo, pero los agentes siempre confiaron en obtener de él alguna pista que recondujera el intrincado caso.
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