Los vecinos de Hernani ya se saludan pero aún no hablan en libertad
La convivencia va ganando terreno poco a poco en la localidad en la que se inspiró ‘Patria’
Pablo Peñacoba, secretario general del PSE en Hernani (Gipuzkoa), pasó más de una década sin acercarse al centro del pueblo. Una noche de 1995, cuando era concejal, tuvo que huir para no ser apaleado por radicales. El lugar de reunión de su partido fue hasta hace dos años una especie de búnker con ventanas blindadas que les protegía de cócteles molotov. Hernani (20.000 habitantes) era refugio de etarras y escenario de actos de sabotaje casi diarios. Era común observar a través del visillo a los grupos de encapuchados que le increpaban cada semana en la puerta de casa.
Más difícil era explicárselo a sus hijos. Muchos de sus vecinos le retiraron el saludo. Peñacoba enterró a varios compañeros de partido por los que aún se le saltan las lágrimas: Fernando Mújica, Fernando Buesa, Froilán Elespe… Pero nunca se fue de Hernani. Fue uno de los que resistió. “No había hecho nada malo. No tenía por qué marcharme”.
Hace unos años que a Peñacoba le han devuelto el saludo. También ha vuelto a caminar por el centro de Hernani. Hoy la sede del PSE se ha mudado a la zona más nueva del pueblo, rodeada de bloques de viviendas de clase media. Tiene la puerta abierta, el tapete de cartas extendido en la mesa que da a la ventana y el Despacito en la radio. El socialista habla ahora sin mirar quién puede estar escuchando. Pero la herida sigue abierta. “Aún queda mucho para que la gente pueda decir lo que piensa”, lamenta.
Las cosas empezaron a cambiar en Hernani, el pueblo dividido en el que se inspira Patria de Fernando Aramburu, a partir de 2011, cuando ETA anunció el fin del terrorismo. Pero Peñacoba, como buena parte de sus vecinos —por motivos diferentes—, no olvida. Tampoco odia, pero el perdón tiene condiciones. “Lo que pretende el entorno de ETA es decir que esto es historia. Y lo es, pero hay que contar claramente lo que pasó y la gente tiene que ser generosa”, mantiene el exedil. “ETA tiene que reconocer el dolor que ha causado en el País Vasco”.
La palabra “dolor” resuena en este municipio de 20.000 habitantes, a 10 minutos de San Sebastián. Todos tienen el suyo y todos exigen que se les reconozca. La organización terrorista que hizo de Hernani una de sus trincheras ha anunciado su desmovilización, pero no todos están dispuestos a firmar la paz. ATA, un grupo de disidentes de ETA que se opone al cese de la violencia, tiene un mural en el pueblo en el que exige la amnistía de los etarras y se llama a la resistencia. En algunos comercios del casco antiguo la convivencia tiene sus peros. “No está superado. Tenemos muchos hijos de Hernani asesinados por grupos paramilitares”, mantienen los dueños de una tienda de comestibles. “Cuando nos pidan perdón a nosotros, hablaremos”.
Cuando el exalcalde José Antonio Rekondo (EA) aparece, el grupo que ocupa una de las mesas de la cafetería le mira y calla repentinamente. Al mencionar el nombre de Rekondo en el pueblo la reacción suele ser parecida: “A ese hombre le hicieron la vida imposible”. De todo lo que le dijeron a Rekondo durante tres legislaturas hay una frase que no se le olvida: “Rekondo, entzun [escucha]: ¡pim, pam, pum!”. Se la gritaban en los plantones que los jóvenes abertzales montaban ante su casa cada semana y la escuchó una tarde de 1996 en la que 30 encapuchados invadieron el Ayuntamiento para lincharle. Se convirtió en el enemigo número uno de los radicales el día de 1991 que arrebató la alcaldía a HB gracias a un pacto de EA con el PNV y el PSOE.
Él, dedicado ahora a la actividad privada, pide que los abertzales reconozcan el “dolor que causó su estrategia político-militar”, porque hasta que eso no ocurra “habrá resquemor”. Rekondo se apresura a cuestionar los peros que tanto se escuchan en Hernani: “También me gustaría que Felipe González pidiese perdón por los GAL. Todos tienen que disculparse. Pero no me vale eso de ‘como aquellos no piden perdón, yo tampoco”. “La convivencia casi ha recuperado la normalidad. Pero hay un factor que la condiciona: la falta de confianza en los que se han posicionado a favor de tropelías”, añade.
En la plaza del Ayuntamiento, gobernado por EH Bildu con mayoría absoluta, la vida paró por unos minutos la tarde del pasado viernes. Era uno de los actos semanales de apoyo a los 19 presos de Hernani en los que una parte del pueblo sufre y la otra se aleja a pasos largos. Niños y adultos levantaban las fotos de sus familiares, en cárceles distantes hasta mil kilómetros. Son los rostros que se ven en algunos muros y en las paredes de muchas tabernas. En 2016, medio centenar de jóvenes del pueblo los homenajearon durante un recreo en lo que la Audiencia Nacional consideró un acto de enaltecimiento del terrorismo. Las familias y su entorno los llaman “presos políticos”. Suman miles de años de condena.
El acto del viernes reivindica el fin de la política de dispersión y que se equipare su régimen penitenciario al del resto de presidiarios. “Nadie cuestiona el sufrimiento de alguien a quien le han matado un familiar. Todos queremos pasar página, pero es más fácil hacerlo si no tienes tus derechos vulnerados por el Estado”, mantiene Urtzi Errazkin, portavoz de la organización de familiares de presos Etxerat.
Las víctimas y la causa
El hermano de un condenado a tantos años de cárcel que nunca podrá cumplirlos, quien pide el anonimato, afirma que no quiere un clima de violencia ni rencor para sus hijos. “Después de parar con la lucha armada, vino comprender el sufrimiento de las víctimas. Claro que lo entendía. Los veía en la calle. Pero entendía que la causa era más importante. Ahora nos gustaría que se reconociese nuestro dolor también”, dice.
La instalación de una enorme piedra en el parque Ave María de Hernani en una tarde de noviembre de 2015 se recuerda como el primer acto público que unió a todas las fuerzas del pueblo. “Fue bonito porque fue mucha gente y pudimos hablar todos”, recuerda alguien que acudió. En la piedra hay una placa con un poema de la bertsolari Maialen Lujanbio: “El tiempo no podrá hacerlo todo, ni el viento, ni la lluvia. Solo la voluntad de hablarnos”.
El año pasado el Ayuntamiento usó el simbolismo de la piedra en una invitación para que los vecinos se uniesen para debatir cómo construir la paz y la convivencia. Pero no funcionó porque solo fueron los que ahora y siempre tuvieron voz en Hernani: los abertzales. Esta semana, un grupo de niños, la generación que construirá nuevas memorias en Hernani, jugaba alrededor del pedrusco. Alex, el más pequeño, no sabe qué son las aristas, pero reformula: “Lo que dice es que tenemos que escucharnos todos para dejar de estar heridos”.
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