La política, menos divertida que en la ficción
En la vida real, ningún político habla como en 'El ala oeste de la Casa Blanca'. Todo es más aburrido
En el sexto capítulo del gran drama legal The Good Fight, el emitido esta semana, un juez interpretado por el no menos grande Matt Walsh (el director de comunicación de la presidenta Selina Meyer en la excelente comedia política Veep) se dirige al jurado popular antes de que empiece el juicio para que sean conscientes de que los juicios, en la realidad, son muy diferentes a los que salen en las series de televisión. "Permitan que les prepare para lo que están a punto de ver. Los juicios no son como en la televisión. La justicia es lenta. Ningún pleito termina en 60 minutos. Está bien disfrutar de los abogados de la tele, pero los de la vida real apenas pisan un juzgado. De hecho, el 90% de un caso es papeleo".
La vida real es más aburrida que la ficción. Por eso en series y películas, los guionistas recurren a elipsis temporales que nos ahorren momentos soporíferos del día a día. Porque la vida de Walter White en Breaking Bad no era solo tratar con narcotraficantes posiblemente no tan peligrosos como él. Walter también se despertaba, se tomaba su tiempo para desayunar, echaba un vistazo al periódico, iba al súper a comprar, llevaba a su hijo al instituto, cambiaba pañales a su bebé, se pasaba horas cocinando metanfetamina... Pero eso nos lo ahorramos y solo vemos los momentos emocionantes. Sin embargo, la vida real no nos ahorra esos ratos soporíferos.
Como los juicios, la política real y la de las series también es muy diferente. Sus señorías parecen acudir a algunos plenos solo para cumplir, sin más. Plenos que no pasarán a la historia y en los que no se decidirá nada. Llevan sus preguntas al Gobierno bien preparadas y las réplicas y contrarréplicas bien pensadas. En muchos casos, por escrito. Porque, y esa es otra diferencia entre la política real y la de ficción, nadie habla como en El ala oeste de la Casa Blanca, nadie habla como los personajes de Aaron Sorkin. Por eso, a los políticos en la vida real se les acaba el turno de palabra y no tienen tiempo para responder antes de que se les apague el micrófono, un sistema que, aunque algo brusco, ayuda a dar ritmo a un pleno si lo entendemos como un programa televisivo.
Aunque el diputado Joan Capdevila i Esteve hable de la "gracia y gracejo" en la respuesta del ministro de Energía, Turismo y Agenda Digital, Álvaro Nadal Belda, la realidad es que los plenos del Congreso de los Diputados parecen a veces vivir en el día de la marmota: preguntas previsibles y preparadas para respuesta previsibles y preparadas. Viendo y escuchando a sus señorías me viene a la mente demasiadas veces la mirada a cámara condescendiente de Frank Underwood en House of Cards.
El ministro Catalá ha recordado al diputado Txema Guijarro García, tras una pregunta relacionada con la detención de Hervé Falciani, que no estamos en la película El puente de los espías ni en Liberad a Willy. En realidad, es una lástima, sería todo más entretenido.
Señorías, me van a perdonar pero yo me vuelvo a la ficción. Prefiero seguir esperando el final de Juego de tronos. Ahí al menos hay dragones.
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