El clan de la peseta se desmelena
Las estrategias de defensa y salvación de los gürteles rompen años de lealtades y amistades
Aquel 11 de febrero de 2009 el mundo personal y político de Mariano Rajoy era todo un desastre. Su futuro parecía otra vez más que sentenciado. El juez Baltasar Garzón había disparado el caso Gürtel,detenido a seis personas e imputado a otras 30 relacionadas con el PP, sobre todo valenciano, y el presidente del partido había convocado en Génova 13 a la cúpula popular a un Comité Ejecutivo Nacional. Rajoy preparó una declaración de contraataque (“Esto no es una trama del PP, es una trama contra el PP”) y pensó que la mejor idea sería que la expusiera a solas la relativamente recién estrenada secretaria general, Dolores de Cospedal. El exvicepresidente de la Generalitat, Vicente Rambla, ahora sentado en el juicio de la Audiencia Nacional por esa ramificación valenciana de Gürtel, propuso bajar todos juntos y comparecer así bien unidos sobre la tarima ante la prensa. Al final se subieron al estrado los 33 dirigentes más importantes y próximos al líder, con Rita Barberá y el propio Francisco Camps escoltando de cerca a Rajoy, pero es curioso observar a los que ya entonces se situaron por las esquinas.
Rajoy habló durante 13 minutos y no aceptó preguntas. Arremetió contra Garzón, el fiscal general, el entonces ministro de Justicia, lo negó todo y situó el caso en una conspiración electoral del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero porque estaban en medio de una campaña electoral en Euskadi y Galicia.
Casi nueve años después, Rajoy acudió este miércoles al programa de Carlos Alsina y soportó con desgana otra vez todo un largo interrogatorio sobre la corrupción campante en el PP. Se le vio molesto. En su entorno lo niegan pero matizan que como apenas tiene nada que aportar tanto tiempo después, con las personas inculpadas ya fuera del partido, ese tipo de cuestiones le parecen una pérdida de tiempo. En La Moncloa y el PP interpretan las declaraciones ahora de Ricardo Costa y los demás gürteles como una estrategia penal perversa de los procesados para apuntar cuanto más arriba mejor para rebajar sus previsibles condenas. Es lo que quiere creer también Camps, que hace apenas unos días comió con Costa en privado en Valencia y no se percató de la traición que le deparaba el que fue uno de sus principales colaboradores. Camps y Costa no eran más amigos entonces que Camps y Rajoy.
El presidente popular, que tantos mítines, plazas de toros y fallas compartió con Camps en la barrera, aún desconocía este miércoles que el valenciano sigue siendo militante del PP y que acude a diario a su despacho en el Consejo Jurídico Consultivo de la Generalitat que él mismo creó. Su relación se fraguó a fuego en dos momentos críticos: Rajoy respaldó a Camps en otoño de 2003 cuando Zaplana intentó segarle la hierba internamente tras haberle promocionado y, en el famoso y conflictivo congreso del PP en 2008 en Valencia, cuando “a Rajoy le faltó la peseta para el duro y Camps se la prestó”, según definió entonces uno de sus más estrechos ayudantes. Otro compañero lo resume así: “Camps empezó a gestionar su creciente poder en la Generalitat y el PP valenciano como un virrey y el político calvo se creyó con pelazo y se desmelenó”.
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