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Es la hora de la bandera negra

Una repentina convocatoria electoral ahora provocaría, sin duda, una descongestión en una sociedad crispada y rígida

Pintadas y carteles en favor de la independencia de Cataluña.
Pintadas y carteles en favor de la independencia de Cataluña.Massimiliano Minocri
Lluís Bassets

Cuando se estrecha el sitio, antes de que se levante la bandera blanca, los intransigentes levantan la de signo contrario, la bandera negra. Su significado es claro: ni un paso atrás, antes la muerte que la derrota. Es la hora de liquidar a los dubitativos y traidores, para prepararse ante el asalto final en el que todo se jugará por la conjugación de la fortuna y del valor.

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La bandera negra catalana es también un símbolo del militarismo independentista. La organización armada de Estat Català en los años 20 y 30 se llamaba Bandera Negra. Se inspira en las señeras que exhibían los sitiados de 1714, con una calavera en su centro, como los piratas, y ha sido rediseñada para los tiempos presentes. Lleva una estrella blanca en un lado, evocando las estrellas solitarias roja o blanca de la estelada y una cruz de San Andrés blanca, evocación inevitable de las dos tibias cruzadas sobre la calavera de la enseña pirata.

Cuando aparece la bandera negra, mala señal. Quiere decir que van mal dadas. Ha ido apareciendo de forma esporádica en los cinco cansinos años del procés, pero ahora ha irrumpido en las grandes manifestaciones. La vimos en la del sábado 21 de octubre, en la gran concentración de apoyo a los dos Jordis que fue también de rechazo al 155, y me temo que la veremos todavía más en los acontecimientos que se preparan, sobre todo si Carles Puigdemont no da el paso atrás que ahora mismo muchos le están demandando.

Los de la bandera negra tienen muy claros cuáles son los siguientes pasos. Declaración unilateral de independencia y a continuación movilización en las calles para bloquear los edificios públicos e instalaciones donde se hallen las autoridades catalanas afectadas por la aplicación del artículo 155. Luego organización de la desobediencia y de la resistencia pacífica ante las destituciones de directivos en toda la Administración, Mossos, TV3, sistema escolar y sanitario. Probablemente, organización de una asamblea de electos y quizás incluso de un gobierno en la clandestinidad.

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Todo con el objetivo de obstaculizar la aplicación del 155 hasta obligar al Gobierno a recurrir a un artículo todavía más duro de la Constitución, como es el 116, que trata de los estados de alarma, excepción y sitio y que puede alcanzar a la suspensión de las libertades públicas y al nombramiento de un gobernador militar.

Si esto llegara a suceder, los de la bandera negra no tienen muchas dudas de que la posibilidad de una mediación primero y de una negociación después estaría mucho más cerca. Descuentan los desastrosos efectos colaterales que produciría una evolución tan dramática, sobre la economía, la vida diaria, la convivencia y la imagen de Barcelona, de Cataluña y de España, sin hablar ya de la libertad y el futuro de muchas personas o del riesgo de violencia que pudiera poner en peligro la integridad y la vida de los ciudadanos. O quizás no los descuentan, sino que al contrario, los incluyen en la negrura de su bandera luctuosa por todo lo que se está perdiendo, a su parecer parte de la presión suicida que hay que realizar sobre el Gobierno de España para que se entre a negociar.

Frente a la bandera negra se alza la presión sobre Puigdemont para que convoque elecciones anticipadas para el Parlamento de Cataluña. Toda la prensa propiamente barcelonesa, La Vanguardia, El Periódico e incluso el independentista Ara, apoya esta opción. La apoyan la Cámara de Comercio y el Círculo de Economía. También el Partido Nacionalista Vasco y el PSC. El espacio de los comunes y Podemos no pueden estar en contra. Y la única duda que queda es si el gesto de renunciar a la DUI implícito en esta convocatoria y el hecho mismo de repartir de nuevo las cartas entre todas las opciones —no escoger entre un sí o un no a la independencia— bastarían para que Rajoy frenara el designio, al parecer sin retroceso, de aplicar el artículo 155.

Una súbita convocatoria electoral ahora provocaría, sin duda, una descongestión en una sociedad crispada y agarrotada. Daría un respiro a todos. Sería al menos una pausa o tregua en la marcha sin freno hacia ninguna parte y obligaría a ordenar el balance de estos cinco años y a reformular los programas. Todo en favor de la razón y de la argumentación, después de años de sentimientos y de pasiones. Se abriría la puerta a un realineamiento, quién sabe si desfavorable al soberanismo.

Si llegar a la urnas es el objetivo que Rajoy propuso para su intervención en Cataluña, ¿qué mejor demostración de la eficacia del 155, utilizado solo como amenaza? En caso contrario, es decir, de que Puigdemont convocara elecciones y Rajoy persistiera en su destitución y en la intervención de la autonomía, tendría muy difícil explicar dentro y fuera que no se trata de la interrupción dudosamente constitucional de un proceso electoral perfectamente legal, dando así argumentos a quienes pretenden tachar la aplicación del 155 como un golpe de Estado. Mal negocio para los demócratas y de nuevo buen negocio para los de la bandera negra.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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