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Todas las pruebas contra Morate

Sin que los restos de las chicas asesinadas en Cuenca hayan aparecido en la casa o el coche del único acusado del doble crimen, numerosos indicios le cercan

Sergio Morate durante el juicio en el que se le acusa de los asesinatos de Marina Okarinska y Laura del Hoyo.Foto: atlas | Vídeo: José del Olmo (EFE) / ATLAS
Patricia Ortega Dolz

Él lo sabía. Se lo dijo a los investigadores que le acompañaron después de que lo extraditarán a España desde Rumanía. Hasta allí había llegado Sergio Morate con su coche desde Cuenca, en una vertiginosa huida por carreteras secundarias. “Tenéis la botella, tenéis mi ADN”, les soltó en medio de una conversación de desahogo en el mismo avión militar en el que aterrizó en el Aeropuerto de Torrejón de Madrid el 5 de septiembre de 2015.

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Sergio Morate lo tenía (casi) todo perfectamente planeado. Ha quedado claro esta semana en el juicio que contra él se ha celebrado en la Audiencia Provincial de la ciudad de las casas colgadas. Y eso defendió ayer la Fiscalía en su alegato final, tras pedir para el único acusado del doble crimen de dos chicas en Cuenca en agosto de 2015 48 años de cárcel. El veredicto, en manos de un juzgado popular, se conocerá en los próximos días.

A sus 30 años, Morate era un tipo “frustrado”, le describieron algunos testigos. Su cuerpo musculado con anabolizantes no impidió que, al menos en dos ocasiones, le abandonaran dos de sus novias. A una de ellas —que pidió protección para declarar en el juicio— la llevó un día engañada a su casa con la excusa de hablar, cerró la puerta por dentro, la metió en la habitación, la obligó a desnudarse, le hizo fotos, la amenazó con publicarlas en las redes sociales si no volvía con él, le dijo que se suicidaría… Luego arrancó el pomo de la puerta y la dejó encerrada hasta que quiso. Ella le denunció y cumplió un año en la cárcel de Cuenca. Allí conoció a los que, a la postre, parecen ser sus mejores amigos.

Su obsesión: las fotos de la boda

Ya detenido, en los asientos del avión que le había extraditado a España acusado de un doble crimen, lo único que le preocupaba a Sergio Morate eran las fotos de la boda de su exnovia, Marina Okarynska. “Sólo quería que se las enseñaramos”, declaró uno de los agentes que le custodió. “Y al día siguiente de dormir en los calabozos, nos dijo que no había pegado ojo pensando en las fotos”.

No pudo soportar que ella rehiciera su vida. Él, que la había sacado de su trabajo para meterla en negocios familaires, que la había dejado encerrada en el coche, que la había intentado asfixiar, que la culpaba de su cáncer de testículos por una patada que ella le dio en defensa propia... Todo ello declarado por testigos. Él le dijo al agente: “Antes de suicidarme yo nos íbamos los dos para adelante”.

Todo indica que siete años más tarde perfeccionó su plan con otra exnovia, Marina Okarynska, una chica ucrania de 26 años. Está acusado de matarla. A ella y a su amiga, Laura del Hoyo, de 24 años, que la acompañó a recoger algunas pertenencias a la casa de Morate la tarde del 6 de agosto de 2015. Nunca más las vieron hasta que sus dos cuerpos aparecieron semienterrados en cal viva en una poza, en el nacimiento del río Huecar, en la localidad de Palomera, a 11 kilómetros de Cuenca, el pueblo de la madre de Morate, donde él pasaba sus vacaciones desde niño.

No hallaron rastros de Marina ni de Laura en la casa de Morate, donde presuntamente las asesinó asfixiándolas tras golpearles la cabeza. Ni en ninguno de los cuatro coches que usó hasta que emprendió su huida. Pero son muchos los indicios que lo acorralan.

Agua de Lourdes. Una garrafa de agua de la Virgen de Lourdes, como las que tenía la madre de Morate en su casa, fue hallada en el lugar del enterramiento de los cuerpos. Tenía ADN de Morate.

Bridas negras. En el cuerpo de Marina se encontró una brida que había reducido su cuello de 23 a ocho centímetros de diámetro. Era idéntica a las aparecidas debajo de la cama de Morate.

Pistas telefónicas. Los posicionamientos del teléfono de Morate lo sitúan en su casa a la hora —entre las 17.30 y las 18.30— que los forenses han determinado que se produjeron las muertes. También en Palomera, después, donde supuestamente las enterró. Y posteriormente, el teléfono adquirido en una tienda días antes —lo que apunta a la premeditación—, y que activó al iniciar su huida, sirvió para darle caza en Rumanía.

Un coche prestado. El mismo día del crimen, Morate le pidió con urgencia a un amigo de Chillarón —el pueblo donde tenían el negocio familiar en el que él trabajaba—, que le prestara el coche. Supuestamente es el vehículo que utilizó para llevar los cuerpos hasta Palomera. En el coche que él solía usar en el pueblo, se hallaron las pilas que le sobraron tras ponerlas en una linterna frontal, comprada en días previos y hallados en casa de su madre.

Tickets de cal y fertilizante. Los investigadores lograron relacionar con él dos facturas de compra de dos sacos de 15 kilos de cal viva y otro de un fertilizante muy potente: “Dijo que lo quería para una zona en la que no le crecía la yerba”, declaró el vendedor. Todo adquirido días antes del crimen.

Dos confesiones. Su amigo de la cárcel Istvan Horvath, que le acogió en Rumanía cuando escapaba de la policía, declaró en su día —no se presentó en este juicio— que le confesó el crimen de Marina en presencia de su mujer, Sofía, mientras cenaban. Sofía, por videoconferencia, lo ratificó. También los dos agentes de la Policía Nacional que le custodiaron a su llegada a España declararon: “Nos dijo: “La he liado gorda”.

Conversaciones escabrosas. La noche anterior al doble crimen, Morate estuvo con sus amigos de Palomera comentando casos de crímenes famosos y consultó a uno de ellos, abogado, los lugares en los que un delincuente no podía ser extraditado.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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