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No pronunciarás el nombre de ‘Gürtel’ en vano

Mariano Rajoy parece prisionero de sus actos, por eso no quiere ser prisionero, también, de sus palabras.

Antoni Gutiérrez-Rubí

El escritor polaco y Premio Nobel de Literatura, Czeslaw Milosz, lo define muy bien: "Lo que se nombra adquiere fuerza. Lo que no se nombra deja de existir". El presidente Mariano Rajoy sigue aplicando su particular estrategia de comunicación de manera férrea, independientemente —casi— de que se trate del hecho histórico de hacerlo como testigo en un juzgado o como Presidente en el Congreso de los Diputados. Rajoy es un especialista del escapismo político. Pero su contorsión del lenguaje puede estar lesionando, de manera irreversible, la percepción pública sobre su responsabilidad. Cuando retuerces el lenguaje hasta lo imposible, acaba pareciendo que lo que retuerces es la realidad misma.

Rajoy puede omitir lo que no lo conviene, y reiterar su particular código de comunicación. Pero cada día se alimenta más la sensación de que esta adulteración de la claridad lo que esconde no es lo que molesta, sino la simple realidad. El líder del Partido Popular resiste, pero no avanza. Y, aunque muchas veces resistir signifique ganar, la pesada losa de sus explicaciones aumenta el peso de lo absurdo y lo increíble. Rajoy puede negar, pero ya no puede afirmar. Este es el punto central y su principal hipoteca hoy. ¿Para el futuro, también? Negar su conocimiento (de lo que los jueces han acreditado como cierto) le inhabilita para que la afirmación de que su responsabilidad era solo política no sea creíble y aceptable.

El líder del Partido Popular resiste, pero no avanza. Y, aunque muchas veces resistir signifique ganar, la pesada losa de sus explicaciones aumenta el peso de lo absurdo y lo increíble.

Rajoy afirmó este miércoles: “He comparecido unas 50 veces para abordar la corrupción y los instrumentos para erradicarla, me he sometido con responsabilidad a su control (parlamentario)”. Es cierto. Pero la pregunta es inevitable: ¿por qué seguimos hablando del tema?, ¿por qué las explicaciones del Presidente no cierran el debate? ¿Es, simplemente, por las “urgencias de la oposición” o quizá hay algo en lo que dice —o no dice— que no clarifica, definitivamente, ni el debate ni las dudas?

Parece prisionero de sus actos, por eso no quiere ser prisionero —también— de sus palabras.

Rajoy no comete errores verbales, pero no consigue que sus aciertos parezcan suficiente para revertir las lesiones en su reputación y credibilidad. Mientras, el fuego graneado de las oposiciones lesiona su figura. Retar a sus adversarios a una nueva moción de censura es provocador, defensivo y humilla a sus socios. Al final, todo pasa factura. Y si la única defensa es que no hay alternativa… se degrada moralmente el entorno político y se quema todo el contorno. Rajoy no convence, pero se impone. La historia nos ha explicado, muchas veces, cómo se acaba cuando esta es la única ecuación.

Ayer sentí algo especial en el discurso de Rajoy y he descubierto lo que me sorprendía —sin saberlo— en el momento de escuchar su intervención. Su comparecencia dura 30 minutos y 47 segundos y durante la misma nombra una sola vez la palabra verdad y ninguna vez la palabra mentira. “En resumen sus señorías, me he sometido siempre al control de esta cámara desde el primer día … Otra cosa distinta es que a algunos de ustedes no les guste nada de lo que hago y desdeñen las explicaciones que se empeñan en pedirme, que pretendan que les dé la razón sin más, que manifieste conformidad con lo que ustedes presentan como verdad indiscutible.” Nada más. No es que no citara Gürtel, Bárcenas o las palabras más comprometedoras… es que ni una vez más habla de su verdad, ni cita la palabra mentira. Rajoy esconde las palabras y, con ello, no disipa las sospechas. Su estrategia le protege, pero no le salva.

Rajoy sigue adelante, aunque parece que su sombra se invierte. Cree que la deja detrás de sí, pero esa sombra se ha convertido en un faro oscuro que ilumina su camino. Su sombra es su luz. Paradójico y, probablemente, agónico.

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