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“Nosotras somos poco solidarias”

Las lesbianas piden más compromiso para conseguir reivindicaciones que ya han alcanzado los hombres

Laura Carrascosa, María Santoyo y Mili Hernández en el Hotel de las Letras de Madrid
Laura Carrascosa, María Santoyo y Mili Hernández en el Hotel de las Letras de MadridClaudio Alvarez (EL PAÍS)

En 1993 Mili Hernández abría en Chueca la librería Berkana. El primer negocio en el que ondeó la bandera del arcoíris. El primer local de la zona con grandes ventanales. Donde no se ocultaba nada. Ni nadie. "Los libros estaba así" y Mili hace un gesto con las manos para indicar que tenían cuatro, "porque casi no había. Entonces tuvimos que montar una editorial".

Ese mismo año, María Santoyo -historiadora del arte y gestora cultural- salía del armario. "Se lo comenté a Mili en su día. Una vez que me reconocí como lesbiana y quise buscar ámbitos donde poder relacionarme y conocer chicas lo primero que hice no fue ir de marcha, lo primero que hice fue ir a su librería".

En 1993 nació Laura Carrascosa, fotógrafa y estudiante de Filosofía. Pone cara de incredulidad como si lo que cuentan le pareciera una historia de hace siglos. "Ya crecí con referentes en la tele. Como aquella actriz de Hospital Central". Dice que nunca sintió que existieran armarios, que siempre se vio respaldada por la gente de su generación. Aunque en su casa prefiere no hablar del asunto. "Cuando mis padres se enteraron lo primero que me preguntaron es si quería ir al psicólogo. Y les dije que no".

Laura vuelve a quedarse sorprendida cuando Mili cuenta que en aquel año 93 todavía era una heroicidad hablar de la condición sexual. "Nosotras nos escondimos detrás del movimiento feminista, donde no nos querían. Pero allí estábamos para que no nos llamaran lesbianas. Y ese juego de la ocultación tampoco nos benefició mucho".

"Es que ha habido poco sentido de pertenencia a un colectivo donde hombres y mujeres estuviésemos incluidos. Siempre se ha hablado del colectivo de gais y lesbianas, pero en realidad era de gais y se luchaba por los derechos de los gais y las lesbianas éramos como un pequeño apéndice" reflexiona María. Ahora coordina el proyecto Isla Ignorada, una revista en la que mujeres de distintas edades, orígenes y profesiones luchan por la visibilidad lésbica. "Nos hemos dado cuenta de que hay mucho que hacer para que la sociedad nos acepte con naturalidad y sea consciente de que es un problema de derechos civiles".

"Pero es que las lesbianas somos muy poco solidarias" interrumpe Mili. "Estamos en casita todas viviendo con una cierta tranquilidad porque en casa podemos ser lesbianas y luego podemos ir a los bares, aunque quedan cuatro". "Es vida de jubiladas" dice María. "No. Es vida de burguesas", exclama Mili. "Pero salir del armario es ser solidarias. Y vivir con naturalidad".

Y aunque las tres coinciden en que los hombres lo tienen ahora más fácil, Mili reconoce que las lesbianas pudieron vivir juntas durante los años de más represión sin despertar sospechas. "Primero eran dos chicas compartiendo piso y luego dos solteronas. Y los dos chicos del quinto izquierda eran dos maricones. Nosotras no despertábamos el rechazo frontal. Pero ese ocultamiento nos ha perjudicado después mucho".

María y Mili le explican a Laura que el verdadero punto de inflexión para todos fue la legalización del matrimonio homosexual. María se casó en 2010. Aunque sus padres ya lo habían aceptado, temían contarlo. Tenían que salir de su armario. "Como en el fondo somos una sociedad con grandes anclajes culturales, una boda tiene un significado simbólico muy potente que lo legaliza todo. Mis padres se subieron a la cresta de la ola".

Según Mili Hernández la aprobación de aquella ley nos convirtió en un país distinto. "El World Pride se celebra en Madrid porque hemos sido uno de los países que más hemos avanzado en derechos de gais y lesbianas con nuestro trabajo. Antes secuestrábamos los registros civiles para podernos casar".

Pero en lo que ya no se ponen de acuerdo es su opinión sobre el Orgullo gay. Laura no recuerda los tiempos de la reivindicación. "Ya he crecido con el orgullo este comprado por las empresas, pero no me identifico".

Tampoco se identifica María. "Me resulta incluso indigno porque trasmite autocomplacencia. Si se ha despolitizado, quitemos el nombre del Orgullo gay y llamémoslo Love Parade o gran fiesta del verano, pero sigamos manifestándonos". Mili Hernández tiene sentimientos encontrados. Ella fue, en cierto modo, la madre del invento. Acaba de viajar de Nueva York. Allí comprendió que la clave para implicar a la sociedad era convertir aquel día en una fiesta en la que pudieran participar todos. “Nos manifestábamos el día 28 de junio y daba igual que fuera martes o lunes. Así que llegué a COGAM y le dije a Pedro Zerolo: Pedro, hay que cambiar el orgullo. Tiene que ser en sábado y lo tenemos que hacer más lúdico y festivo para que la gente no se quede en casa pensando que somos cuatro activistas locas chillando cosas. Tenemos que poner de nuestro lado a esa gente. Y lo conseguimos y era maravilloso con manifestaciones de 30.00 y 40.000 personas”.

Pero ahora se lamenta de que se haya perdido el espíritu activista de los primeros tiempos. "Se nos fue de la mano el día que una asociación de empresarios de la noche empezó a controlarlo. Aún así, yo quiero tres millones de personas en la calle. Porque van a ayudar a gente. Si lo que estamos haciendo es ayudar a mí me vale que se desnuden o se despeloten. Me da igual que tengan pluma o no. Yo les quiero a todos".

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