Hagan juego, muchachos
Los nuevos jugadores se inician con las apuestas deportivas a los 18 años
“Dame PIN”. La frase se pronuncia como un salvoconducto. La repiten, a modo de saludo, los que van a apostar a un local de Moncloa muy cerca de Ciudad Universitaria. Es un hormiguero de estudiantes. El chico que ha preguntado por el PIN es un universitario seriecito. Son las siete de la tarde y acaba de salir de clase. Aquí nadie enseña el DNI para entrar, pero sí para poder meter dinero en las máquinas que registran las apuestas. Los chavales sacan su carné en una ventanilla como de cajero decimonónico y les dan una clave, el PIN. Luego se acercan a una especie de tragaperras de nueva generación, meten el número que les permite jugar y empiezan a echar monedas. Mientras, en las pantallas de sala, las imágenes de fútbol compiten con la carrera desbocada y recurrente de galgos ingleses. Al otro lado, en la barra, sin ganas de beber, se sientan los que esperan para hacer sus pronósticos. Algunos miran libretillas con datos. No solo hay universitarios. También se cuelan menores a pesar de que la ley prohíbe su acceso.
El negocio de las apuestas deportivas se ha convertido en el motor del juego en España. Los salones como este de Moncloa, se han multiplicado exponencialmente. Solo en 2016, en este tipo de locales, se apostaron 1.400 millones de euros. Son los datos del Anuario del Juego elaborado por la Universidad Carlos III y la Fundación Codere, una institución creada precisamente por una de las empresas punteras del sector. Su autor, el profesor José Antonio Gómez Yáñez, explica que entre los jóvenes el juego se ha normalizado. Se ha rejuvenecido el perfil de la clientela. Según su informe, ahora se inician a los 18 años. La causa hay que buscarla en las apuestas online y en los locales deportivos. “Los salones y los casinos tienen un importante componente de relación”, apunta Gómez Yáñez. “Es como el póker: la gente no va a solo a ganar dinero. Van a demostrar que saben mucho de fútbol, de baloncesto o de alguna disciplina”.
“Los fines de semana vienen antes de ir a las discotecas de la zona. Apuestan y si ganan ya tienen para tomarse más de un copa”. David es el camarero del local de Moncloa. “El camarero con menos trabajo del mundo”, bromea. Es también el cajero que cambia billetes y reparte claves de acceso en la ventanilla donde tiene más lío. Todavía se sorprende de las cantidades que algunos se juegan en una sola tarde. Lo difícil es no apostar.
“Muchas veces empiezan jugando en grupo con la sensación de que como conocen a sus equipos y tienen una habilidad especial, creen que van a ganar dinero fácilmente por ese conocimiento, sin entender que hay otros componentes en las apuestas. Empiezan así y en poco tiempo ya están jugando con más frecuencia, pierden dinero y lo quieren recuperar”. La doctora Susana Jiménez Murcia es la psiquiatra responsable de la Unidad de Juego Patológico del Hospital de Bellvitge, un referente en el tratamiento de la ludopatía. Y le preocupa cómo ha descendido la edad de los pacientes que se deciden a pedir ayuda en su consulta. “Un 30 % de ellos te explican que empezaron a jugar antes de la edad legal. Un factor de riesgo claro en el juego patológico es la impulsividad, la búsqueda de novedad, la baja tolerancia al aburrimiento y la frustración. Y esas son características muy asociadas a la edad adolescente o a la primera etapa de la juventud".
Según el Anuario que elabora el profesor Gómez Yáñez la tasa de juego problemático está en el 0.3 %. “Acabamos en diciembre con el trabajo de campo de 2016 y la tasa está clavada. No hay ningún cambio en los últimos cinco años” aunque el profesor reconoce que el porcentaje es mayor entre los jóvenes “estaría en el 0.6 %”. El estudio se hace mediante una encuesta. Para la doctora Jiménez Murcia “el número de jugadores con problemas sería más alto. Siempre se barajan datos entre el 1,5 y el 2 % de la población. Es lo que calcula la Unión Europea”.
La doctora Jiménez Murcia y Gómez Yáñez tampoco se ponen de acuerdo en qué supone esta normalización del juego entre los jóvenes. Para el profesor es una opción de ocio más, “como comprar un libro o ir al cine o al teatro. Lo que pasa es que la sociedad española es muy moralista”. Pero según la doctora el problema está precisamente en esa naturalidad con la que los chavales se toman las apuestas. “No son un entretenimiento cualquiera. Es una actividad con un gran potencial adictivo, sobre todo en edades tempranas”.
Brokers de apuestas, el verdadero negocio
"El negocio de las apuestas es muy complicado. Un porcentaje muy pequeño de gente gana algo apostando. Es muy difícil." Quien lo dice, Daniel Mateos, sí ha conseguido encontrar rentabilidad en este mundo. Trabajaba en banca, le apasionaba la bolsa y le gustaba apostar. Lo suyo era el tenis. Y era bueno. Tanto que se dio cuenta de que podía vender sus predicciones a otros. Se convirtió en eso que los iniciados llaman tipster. "El tipster es alguien que apuesta durante mucho tiempo, que le ha ido bien y que se plantea que si ha ganado dinero con sus apuestas puede conseguir una fuente de ingresos adicionales vendiendo sus pronósticos. Es un chico joven, normalmente, que tiene otro trabajo."
Cuando Daniel ya se había afianzado como vendedor de predicciones, decidió dar un paso más. El verdadero negocio no estaba en apostar sino en este peculiar mercado de los consejeros. Con un socio creó una plataforma que pone en contacto a los que venden su sabiduría con los apostadores. En su web hay más de treinta mil tispters aunque solo dieciocho cobran por su servicio. Venden los pronósticos por paquetes. Cada paquete de cinco cuesta alrededor de veinte euros. Pero se pueden comprar hasta mil predicciones de golpe. La empresa de Daniel se queda con la mitad de lo que ingresan. La idea funciona tan bien que ya están pensando en hacer un fondo de inversión.
Jorge es el prototipo del nuevo jugador joven que tanto interesa al sector. Tiene 20 años y lleva apostando desde que cumplió la mayoría de edad. Es madridista y el sábado se ha plantado a ver el partido entre su equipo y el Atlético de Madrid en un salón al lado del Bernabéu. El lugar es el ejemplo perfecto del nuevo aire que quieren darle al negocio: es lo que llaman sport café. No tiene ese aspecto hermético y sin luz natural de otros salones. Junto a los grandes ventanales, una barra generosa. Hay más pantallas que en un control de televisión. Los asientos están estratégicamente colocados para poder seguir el encuentro casi desde cualquier ángulo.
Son las cuatro de la tarde y la clientela termina de comer hamburguesas y pide café. Todas las mesas están llenas. Cuesta encontrar un sitio hasta de pie. Seis camareros corretean frenéticos sirviendo las primeras copas. Mucha camiseta de Sergio Ramos. Mucho turista que se ha acercado al estadio y ha desistido de comprar una entrada en la reventa al ver el precio. Abonados generosos que le han cedido el pase a un familiar. Y junto a los cómodos sillones donde se sientan los privilegiados que han tenido la precaución de reservar mesa, la zona de apuestas.
La frontera que divide los dos mundos está marcada en el suelo: el paso del parqué del bar a la moqueta del salón. Los jugadores están frente a unos terminales presididos por un caleidoscopio de televisiones. Jorge lleva una camiseta con el siete dorado de Ronaldo y ha apostado a que gana el Madrid. Detrás, dos amigos un poco mayores se han decidido por el Atlético porque se paga mejor. De vez en cuando se acerca alguien desde la barra para probar suerte. Unos jóvenes noruegos se llevan sus boletos en la mano y los extienden en la mesa donde han comido como si fuera cartones de bingo.
Todos se revolucionan cuando llega el gol del Real Madrid. Hasta una chica que lleva desde que comenzó el partido mirando su Instagram da un pequeño respingo. Casi se adivina por la energía de los saltos de celebración quién ha apostado y quién no. Jorge está emocionado. “Nunca he ganado mucho. Pero hoy… A ver si meten otro gol y aseguramos. Si no ganas tienes la sensación de que has tirado el dinero, pero has pasado un rato entretenido”.
En el minuto 84 marca el Atlético de Madrid y la alegría cambia de bando. Los dos amigos que han apostado por los de Simeone se ven más cerca de ganar. En las caras de los chicos noruegos no puede haber más desilusión. La clientela va pidiendo la cuenta. Algunos se retiran antes del pitido final. Mejor marcharse antes de que les pille la marabunta del Bernabéu. Jorge, sin los veinte euros que se han esfumado, se hunde en su silla poco a poco. Con el mal sabor de boca de haber apostado para nada. Ha perdido otra vez. Pero volverá a jugar.
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