Yudo para conectar con el mundo
Un proyecto con monitores voluntarios lleva este deporte a personas con autismo
"Tiramos de un brazo y del otro. De un brazo y del otro". José Miguel Urrea, monitor de yudo con cinturón rojo y blanco (más que el negro), explica el ejercicio de forma lenta y clara. Es justo lo que necesitan los seis alumnos que le escuchan (instrucciones básicas y movimientos sencillos) porque todos tienen autismo, un trastorno neurológico cuyo día mundial de concienciación se ha celebrado el domingo.
La escena, en el polideportivo José Ramón de la Morena de la localidad madrileña de Brunete, forma parte de un proyecto por el que catorce personas con autismo y distintos grados de discapacidad intelectual asociada reciben clases de yudo una vez al mes en distintos puntos de la Comunidad de Madrid. Tienen entre 17 y 44 años y cada uno trabaja con un monitor, casi siempre el mismo porque las personas con autismo necesitan figuras de referencia. "El objetivo a largo plazo es que puedan hacer yudo entre ellos. Ahora mismo ni nos lo planteamos", reconoce Urrea, coordinador de la iniciativa por parte de la Federación Madrileña de Judo y Deportes Asociados. Los monitores son voluntarios. No cobran por la clase, ni siquiera los gastos de transporte. Algunos hasta piden un día de vacaciones para poder acudir.
"Damos mucha importancia a enseñarles a caer porque tienen tendencia a tropezar", afirma Urrea. Empujar con la palma de la mano, quitar unas cintas del cinturón ajeno, hacer el Ō-soto-gari (la famosa zancadilla por detrás)... la sesión está adaptada a las limitaciones de los alumnos: la falta de reciprocidad, la hipersensibilidad o hiposensibilidad a ciertos estímulos (puede que no soporten una mera textura o, al revés, que lleven una muela infectada durante días sin quejarse), el pensamiento rígido, las conductas repetitivas, la dificultad para entablar relaciones sociales y expresar emociones... "Es un deporte de tú a tú, en el que necesitamos agarrarnos, cogernos. Aunque suelen tener rechazo a la relación social y física, el yudo, curiosamente, lo aceptan, incluso que les inmovilicemos en el suelo", añade.
Algunos alumnos pierden la atención a mitad del ejercicio. A otros se les cae el cinturón y no se dan cuenta. Néstor, por ejemplo, necesita evadirse por momentos: da una vuelta rápida al tatami moviendo el dedo índice como si hiciera una advertencia y vuelve a su monitor como si nada. Hay miradas perdidas, pero también sonrisas. Alicia se acerca a su monitora y la abraza. Nano no puede hablar, pero expresa su felicidad durante toda la clase con el pulgar en alto. De vez en cuando se escucha un sonido gutural de alegría. Hay mucho chocar las cinco, mucho aplauso, mucho refuerzo positivo.
"Es una actividad totalmente diferente a las que están acostumbrados porque consiste en seguir las órdenes de quienes no somos sus personas de referencia. Una de las dificultades de las personas con autismo es adaptarse a los cambios. Se mueven en estructuras fijadas. Por eso poco a poco se trabaja la flexibilidad", explica Marta Casanova, directora de una de las partes del proyecto, la Fundación Quinta, que apoya a quienes tienen este trastorno y a sus familias. En general, en los casos de trastornos del desarrollo o de discapacidad intelectual (síndrome de Down, X frágil...), se recomienda el deporte. "Saludar, despedirse, entablar una mínima relación... no es solo una mejora motora, son también recursos de habilidades sociales", defiende Casanova. ¿Y no sería mejor que se integrasen en un grupo de yudo ya establecido? "Con el grado de autismo y discapacidad intelectual que tienen, no es una opción realista", admite.
Carmen Muela, pedagoga y directora desde 1988 de la Asociación Nuevo Horizonte, formada por progenitores de hijos con autismo y también parte del proyecto, subraya la importancia de la faceta relacional del yudo educativo para personas con tendencia al aislamiento. "Van a las clases muy motivados, lo que es importante porque son muy inhibidos y solo quieren su rutina diaria. Refuerza su autoestima, les muestra que pueden hacer cosas", recalca. Quienes tienen este trastorno carecen de competitividad (o de vergüenza) porque es una construcción social, por lo que tienen peor encaje en otros deportes, como el fútbol o el baloncesto, en los que importa mucho ganar, señala Muela.
Peleas y caídas
Las personas con autismo tienen en ocasiones dificultades de autocontrol, lo que puede generar actitudes agresivas o autolesivas. Por eso, cuando se planteó a los padres que sus hijos hicieran yudo, algunos pensaron que acabarían haciéndose daño o que iban a recibir herramientas para hacérselo a otros. "Cuando oyes yudo, te trasladas a peleas y caídas. Hay padres que se alarmaron y tuvimos que explicarles en qué consistía", recuerda Muela. Son, además, personas "sin capacidad de aplicar en un contexto lo que aprenden en otro", subraya por su parte Casanova. Es decir, que no les saldría hacer una llave fuera del tatami. Ambas coinciden en que las familias están ahora encantadas con la iniciativa, nacida el pasado septiembre con la firma de un convenio por la Fundación Quinta, la Asociación Nuevo Horizonte, la Federación Madrileña de Judo y los Ayuntamientos madrileños de Brunete y Villaviciosa de Odón, que ceden las instalaciones. Nuevo Horizonte ya organizaba desde 2009 cada 2 de abril una sesión de yudo.
Joaquín Turina, presidente de la Fundación Quinta, señala otro beneficio del proyecto: la "normalización" que supone que personas con autismo "utilicen los espacios que tienen a su disposición igual que el resto de ciudadanos, sea un teatro o un polideportivo". Esto, añade, genera relaciones entre unos y otros y contribuye a reducir el estigma que pesa sobre el autismo.
Las clases están siendo grabadas y hay en marcha un seguimiento del programa para medir su eficacia. "Es pronto para saber si las clases les están ayudando o no", apunta Urrea. "Lo que está claro de momento es su satisfacción".
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